Capítulo 64: Quien mejor puede conocer el pasado, parte VIII.
Una enorme sonrisa que no desapareció.
A finales de agosto, Meli ingresó a una escuela primaria, gracias a los tutores privados que contrató el señor Esteban para ella, luego de que se comprobara que Meli tenía los conocimientos necesarios para estar con estudiantes de 2do año aún si ella no había cursado su primer año, pudo compartir clases con niños de su misma edad.
Maldije con toda mi alma estar en una primaria diferente a la de Meli, ella era muy tímida y no sabía bien cómo socializar, todos los días me preguntaba si ella podría ser capaz de ser amigos, si podría adaptarse bien, y me preocupaba que las demás niñas la odiaran porque ella era demasiado linda y tierna, ¿y qué pasaba si algún desgraciado ponía sus ojos en ella?
Al principio pensé en convencer a mi papá de que me transfiriera a la escuela de ella, pero cuando se lo conté a Meli, ella me dijo que no lo hiciera, estaba preocupada de que el señor Esteban se diera cuenta del cariño tan profundo que ella me tenía y la obligara a separarse de mí, así como lo había hecho de Lila, debido a ello, prometimos seguir manteniendo nuestra amistad como un secreto para todos y no mostrar interés por el otro fuera de su habitación, en donde cada viernes en la noche la visitaba.
Y bueno, si bien los primeros días en la escuela fueron muy duros y solitarios para Meli, luego de un mes desde que iniciaron las clases, fue capaz de hacer amigos. Estábamos en época de lluvias, el señor Esteban jamás se dignó a dejar a Meli a la escuela ni a recogerla, normalmente mandaba a una sirvienta a que lo hiciera por él, y Meli lo odiaba, porque veía que los padres de los demás niños los esperaban afuera con una sombrilla, pero la mujer que Meli veía como su madre estaba muerta, su madre biológica también, y su padre no lo hacía porque se estresaba cuando estaba rodeado de mucha gente.
Así que un viernes, harta de ver a una sirvienta esperándola en lugar de una madre, sin importarle la lluvia, emprendió sola su camino de regreso a casa, y fue ese día que un auto se detuvo al lado de ella y una de las ventanas se bajó, dejando ver a Meli la cara de un niño moreno de ojos verdes.
—¿No tienes frío? —preguntó el pequeño pelinegro—. Puedes subir si quieres.
Meli negó con la cabeza—. Estoy bien, gracias. —Volvió a mirar al frente y siguió su camino, aunque pronto notó que el auto comenzó a avanzar lentamente, a su paso, para permanecer a su lado.
Otro niño, éste de cabellos rubios y ojos azules, se puso al lado del niño moreno y asomó su cabeza afuera la ventana sin importarle mojarse con la lluvia—. ¿Por qué no quieres venir con nosotros? —preguntó haciendo un puchero.
—¿No es porque somos unos marginados? —susurró el pelinegro con la intención de que solo su amigo lo escuchara, pero Meli también pudo hacerlo.
—¡Oh! ¡Ya sé cuál es el problema! —exclamó el otro niño, ignorando por completo lo que recién había dicho el pelinegro—. Seguro que tus papás te dijeron que no debes subirte al auto de unos extraños. Mis papás me lo dicen todo el tiempo.
El pelinegro sonrió—. Entonces la solución es fácil, vamos a presentarnos. El tonto que está a mi lado se llama Alexander, y yo soy Emanuel, ¿cómo te llamas tú?
Meli los miró en silencio por un momento, quería decirles que conocerlos o no, no era el verdadero problema, pero al final prefirió limitarse a responder la pregunta de Emanuel—… Melisa Eisenhide.
—Bueno, ya no somos extraños. —Emanuel le sonrió ampliamente, haciendo que Meli se sintiera… nerviosa…—. ¿Quieres subirte al auto?
Ella agachó la cabeza—. ¿Por qué están siendo buenos conmigo? ¿Quieren algo de mí?
Emanuel y Alexander intercambiaron miradas, luego volvieron a dirigir sus ojos hacia Meli y negaron con la cabeza—. Nada.
Meli arrugó las cejas y comenzó a caminar más rápido—. No les creo.
Alexander suspiró y señaló a su amigo—. Bueno, a este niño le gusta ayudar a las personas solitarias, como yo, y tú pareces ser una persona solitaria también.
Ella negó con la cabeza—. Mi papá me dijo que no hay personas que ayuden solo porque sí, él dice que no existen las personas amables, si recibes ayuda de alguien es porque quiere algo a cambio.
—Bueno, sí hay personas así —admitió Emanuel cruzándose de brazos, cerró los ojos y arrugó las cejas al recordar la hipocresía de sus compañeros de clase que solo le hablaban para separarlo de Alexander—, pero no todos son así.
—Yo pensaba lo mismo hasta que conocí a Ema —comentó Alexander con una sonrisa—, tu papá me da lástima, si sigue pensando así, debe de ser porque no tiene amigos.
Emanuel le dio un golpe en la cabeza—. Tonto, no digas eso. —Luego de fulminar a su amigo con la mirada, le dedicó una mirada mucho más amable a Meli—. Yo pienso que a tu papá lo lastimaron mucho y por eso ya no confía en la gente, pero no tiene que ser igual para ti, puedes confiar en Ale y en mí.
Alexander asintió varias veces con fuerza—. ¡Seremos tus amigos! Es decir, nosotros necesitamos más amigos, por favor se nuestra amiga.
Meli rio ligeramente.
Lo que hizo que Emanuel sonriera—. Ya no insistiré para que subas, al menos por hoy, pero te prometo que Ale y yo no te dejaremos sola, vamos a estar al pendiente de ti a partir de ahora.