Capítulo 71: La guardiana del escondite de un Dios, parte I.
Al mundo le daba igual.
Tuve tiempo de sobra para ver los destinos que les deparaba a todos aquellos que habían heredado mi sangre, así que cuando llegó el momento, le di la bienvenida a una pequeña chica de cabellos canosos, la misma chica que supe que algún día vería en éste lugar tan pronto nació.
Le tendí la mano cuando apareció en el Área de Deseos, un espacio infinito y totalmente blanco con nada a excepción del suelo sobre el que pisaban nuestros pies, sin duda era un lugar que sorprendería a cualquiera, pero Anabel no parecía sorprendida, de hecho, ninguna de las anteriores Llaves se había sorprendido cuando llegaron aquí, porque todos tenían la sensación de estar en casa, aunque Anabel...
—Este lugar me hace sentir tan cómoda que es molesto, en especial porque, o sea, acabo de morir y sin embargo me siento tan tranquila. —Sonrió ligeramente luego de soltar un suspiro, entonces me dio la mano para levantarse y, como si supiera el camino, avanzó hacia la puerta que conducía al gigantesco árbol, en el que yo suelo pasar mi tiempo observando las personificaciones de los recuerdos de las personas que habitaron Kleidi cuando yo vivía.
Antes de alcanzarla, le di un vistazo a la persona que se hallaba inconsciente a casi 50 metros de dónde antes estaba Anabel, si bien sabía que Anabel tendría que venir aquí tarde o temprano, desconocía por completo a quién elegiría ella para concederle un deseo, pero estaba contenta de que la persona que seleccionó Anabel no haya resultado mi pobre tataranieto Esteban, solo que ahora temía cómo reaccionara él cuando descubriera que no pudo hacer su sueño realidad.
Luego de un rato, cuando Anabel terminó de hablar conmigo y decidió concederle la máxima cantidad de deseos a la persona que seleccionó, es decir, tres, ella regresó al Área de Deseos para despertar a la persona seleccionada y cumplir sus deseos, aunque para sorpresa mía, aquella persona se aventuró por el laberinto de piedra que coloqué para detener a cualquiera con deseos peligrosos en mente, lo atravesó con facilidad y llegó hasta dónde yo estaba, entonces me pidió que le contara todo lo que yo sabía de Esteban, pero preferí llevarla al Área de Intercambio para saciar su deseo de información
El Área de Intercambio es un lugar que luce igual al interior de una torre, está llena puertas y tiene una gran cantidad de pisos, en el primero solo puede verse una puerta, y al otro lado de ésta se encuentra una habitación en la que habitan mis recuerdos, así, en el segundo piso, se encuentran puertas que protegen los recuerdos de Llaves y sus seleccionados, lo mismo para el tercer piso y todos los pisos que se encuentran arriba de este.
Hice aparecer una mesa en el cetro de la torre, y también tres sillas para que pudiéramos sentarnos Anabel, la persona que eligió y yo, le di dos palmadas a la mesa y ésta se transformó en una mesa que le resultó familiar a la persona seleccionada por Anabel, y un instante después, la torre desapareció, ahora estábamos en la cocina de la mansión Eisenhide, en la noche en que Esteban mató a mi bisnieta Matilde.
(Universo 3, 87 años desde el nacimiento de los hijos de Junuem)
Como era de esperarse, luego de poner a Anabel y a quien eligió en contexto, haciendo que presenciaran la muerte de Matilde, la persona que eligió Anabel salió corriendo detrás de Esteban para ver qué había ocurrido con él luego de que Ignacio le exigiera marcharse.
Mi tataranieto estaba confundido y asustado, pero luego de caminar con la mente en blanco y sin un destino al cual ir por unas 3 horas, se frotó los brazos con las manos para darse un poco de calor, pero con la ropa tan ligera que llevaba, tardaba más en calentar sus manos con el vapor de su aliento que en lo que se volvían a congelar cuando se frotaba los brazos.
El frío de la noche hacía que le dolieran los huesos de todo el cuerpo, y respirar se volvió doloroso, porque el aire era tan frío que ardía, no tardó en adquirir un molesto constipado, y respirar por la boca le secó la garganta. Mi tataranieto jamás se había imaginado lo difícil que sería vivir bajo las inclemencias del frío, no pudo dormir nada esa noche, y prefirió seguir caminando porque temía congelarse si no se movía.
A la mañana siguiente, sin haber descansado nada la noche anterior, se metió en la boca de un metro para poder calentarse un poco, ahí dentro, al lado de las escaleras, se topó con un hombre con la piel quemada por el Sol, vestido con ropas mugrientas y con cabellos largos en forma de rastas.
—¿Tienes frío? —le preguntó el vagabundo a Esteban, quien le contestó asintiendo con la cabeza mientras castañeaba sus dientes—. Si quieres, puedo compartir mi manta contigo. —Alzó levemente su manta, invitando a Esteban a acomodarse debajo de ella.
Cuando mi tataranieto se acercó hasta quedar a unos tres pasos del vagabundo, pensó que, en otra situación, el mal olor que despedía el vagabundo lo haría declinar la oferta amablemente, pero ahí estaba, temblando de pies a cabeza y con la nariz constipada.
—¿Estás perdido? —preguntó el vagabundo luego de acomodar la manta para que Esteban estuviera completamente tapado.
—Eso —, se aclaró la garganta cuando escuchó su voz afónica—, eso creo —intentó decir, pero la voz no le salió del todo bien, aunque el vagabundo pudo entenderlo.