Ojos Color Violeta.

Cap. 72: Porque tus ojos me asustan.

Capítulo 72: La guardiana del escondite de un Dios, parte II.

Porque tus ojos me asustan.

—Cada persona tiene su fondo que tocar —le explicó Lewe a Esteban en un sueño mientras ambos se hallaban sentados en las escaleras de la boca de un metro—, si estás preparado mentalmente para dar el primer paso, podrás cambiarlo todo.

—Lo haces sonar fácil —se quejó Esteban, quien llevaba varios días pensando en que, aunque la vida con los Cano Vidal era buena, aquella casa seguía sintiéndose extraña y no dejaba de tener un mal presentimiento que le gritaba que se fuera de ahí, pero no era como que tuviera otro lugar al cual ir.

—Nunca dije que fuera fácil —corrigió Lewe riéndose levemente—. En el fondo, es algo psicológico, cuando tomas la decisión de cambiar algo en ti mismo o en tu vida, has de tomar esa decisión y seguir adelante, eso te ayudará a crecer, tienes que saber levantarte por muy bajo que estés y empezar desde cero, aunque te va a costar mucho esfuerzo.

—Entonces, ¿qué quieres que haga? —preguntó con molestia—. ¿Debo tomar la manta que me diste e irme de aquí? ¿Cómo se supone que voy a sobrevivir solo? Es imposible.

—No te rindas nunca, crea tu propio destino, consigue tu propia casa, crea tu propia empresa, crece a nivel personal y profesional, no tienes que hacerlo justo ahora, pero trabaja en ello, deja de ser un inmaduro a quien tengan que darle comida, ¿quieres que la gente te cuide? ¿Es esto lo que quieres? ¡Despierta!

Esteban abrió los ojos, se quedó tumbado un rato con la mente en blanco, pero entonces escuchó golpes y rechinidos, él aún era muy joven para saber que lo que estaba escuchando era el sonido de la cama de Bernardo y Hana chocando una y otra vez contra la pared, así que, preocupado, abrió ligeramente la puerta de su habitación y posó su mirada en la puerta de al lado, pero cerró su puerta de inmediato cuando vio que la puerta de la habitación de sus padres medio adoptivos se abría.

Esteban pegó su oreja a la puerta y escuchó unos pasos pasar por enfrente hasta que se alejaron, entonces volvió a abrir la puerta y se acercó con sigilo a la puerta entreabierta de la pareja para asomarse, dentro de la habitación vio que Hana se hallaba desnuda en el suelo, y la mayoría de su piel se encontraba cubierta de moretones y cortadas. 

Por un momento, Esteban pensó que Hana estaba en problemas, que era abusada por su esposo, quien siempre mantuvo frente a Esteban una sonrisa amable, aunque falsa, pero Hana parecía feliz, y para sorpresa de Esteban, vio a Hana estirar su brazo derecho para recoger unas tijeras manchadas de sangre, probablemente suya, y luego de admirar por unos segundos una herida que tenía en el brazo izquierdo, se enterró las tijeras en la herida mientras susurraba: «No me cortó lo suficientemente profundo».

«Está loca», pensó Esteban con horror mientras retrocedía y volvía a su habitación, pero antes de cerrar su puerta y regresar a su cama, escuchó el sonido lejano de un gato chillar. 

Durante la tarde del día anterior, Esteban había salido a dar un paseo por las calles cercanas, sabiendo así que ya no se encontraba en la ciudad Kleidi sino en Trela, y ya cuando estaba por regresar a casa de los Cano Vidal, se detuvo a recoger a un gato con una pata lastimada. Fue la primera vez que Esteban vio el siempre sonriente rostro de Bernardo deformarse en una extraña expresión que mezclaba miedo con emoción.

—En realidad no soy muy bueno tratando con los gatos —admitió Bernardo ya con su habitual falsa sonrisa restaurada, se acercó a Esteban sin apartar sus ojos del gato atigrado que él sostenía en sus brazos y le acarició la cabeza, aunque al gato no tardaron en erizársele los pelos y Bernardo apartó su mano de inmediato—. Creo que no le agrado —dijo riendo.

—Supongo que no. —Esteban miró con preocupación el rostro de Bernardo, el cual se había llenado de sudor frío—. No nos lo podemos quedar, ¿cierto?

Bernardo negó con la cabeza—. No, pero no te preocupes, mañana lo llevaré con alguien que puede cuidar de él.

Esteban bajó la cabeza y miró con tristeza al pequeño gato en sus brazos, estaba decepcionado, le habría gustado quedarse con el gato, siempre había querido uno, y ahora que no asistía a la escuela y Hana no dejaba que ayudara en casa, pensó que cuidar del gato lo ayudaría a combatir su aburrimiento, pero no se sentía con el derecho de quejarse.

Antes de acostarse a dormir, Esteban puso al gato en una caja de cartón como le aconsejó Hana y tapó la caja con una manta, la dejó en la sala porque era la habitación más cálida de la casa, pero unas horas más tarde, cuando Esteban escuchó el chillido de un gato y se acercó a las escaleras que conducían a la sala de estar, vio la caja vacía tras bajar un par de escalones, y un chillido más se volvió a escuchar.

Bernardo había tomado al gato que recogió Esteban, caminó hasta el patio trasero con él y lo mantuvo colgado de la pata que tenía lastimada, se quedó observándolo por un largo tiempo, ignorando por completo el dolor que le debieron causar los rasguños que le hacía el gato al tratar de que lo soltara. Cuando Esteban se acercó y se asomó por la puerta que daba al patio trasero, pudo ver el momento en que Bernardo apretó con tanta fuerza el pequeño cuello del gato que comenzó a salir sangre de su boca y nariz.

—Sé que estás ahí, Esteban —dijo Bernardo con una voz arisca y ronca debido al frío—. Sal —ordenó.




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