Capítulo 73: La guardiana del escondite de un Dios, parte III.
¿Y si estoy maldito?
Selim era la persona más generosa y amable que Esteban jamás hubiera conocido, y eso le preocupaba, era tan buena persona que rozaba el límite de la estupidez e ingenuidad, era incapaz de ver el lado malo de las personas y siempre creía en ellas, y todos lo sabían, por eso siempre trataban de aprovecharse de lo fácil que era ganarse su confianza.
«Qué molesto es», pensaba Esteban. Le resultaba irritante la gran preocupación que Selim mostraba hacia él, decía querer ser su hermano mayor, pero lejos de ser alguien confiable, era Esteban quien siempre tenía que estar cuidando que los vecinos no se metieran con él y lo engañaran para sacarle el poco dinero que se mataba por conseguir, por lo que era raro que se le despegara, y a veces, ir siempre detrás de Selim lo hacía sentir como una mamá gallina, cosa extraña porque él tenía 11 años y Selim 17.
«Qué torpe es», pensaba Esteban. Mi tataranieto no tardó mucho en descubrir que el hecho de que Selim siguiera vivo era un total milagro, pues no sabía cocinar correctamente y su cuerpo tuvo que acostumbrarse a comer comida medio cruda, por suerte Esteban aprendió a cocinar viendo cómo cocinaba su tía Matilde, y luego de varios intentos, consiguió preparar comida decente para Selim y él.
«Qué llorón es», pensaba Esteban. Selim podía llegar a ser realmente sentimental, lloraba cuando Esteban lo regañaba por caer en las mentiras de los vecinos, porque se sentía culpable de haber vuelto a preocupar al menor, lloraba de emoción cada vez que Esteban aprendía a cocinar algo nuevo, lloró cuando los frijolitos que plantó Esteban en una maceta germinaron, lloró cuando Esteban lo llamó «Hermano» por primera vez, lloró cuando Esteban se agarró a golpes con un señor que insistía en acusar falsamente a Selim de que le debía dinero, lloró cuando cayó enfermo y Esteban se volvió un ladrón para conseguir dinero para un doctor que resultó ser un estafador.
«Qué mentiroso era», pensó Esteban. El día que ellos dos se conocieron, Selim le aseguró que él era muy fuerte, sin embargo, se dejó vencer fácilmente por un resfriado, cerró los ojos diciendo que iba a dormir, pero no volvió a abrirlos, y de ese modo, abandonó para siempre a su hermano menor.
Esteban era débil, débil como un niño de 11 años desnutrido, hizo lo que pudo para cargar sobre su espalda a su hermano mayor, pero pesaba demasiado y la piernas de Esteban se le doblaban constantemente y lo hacían caer, nadie parecía querer ayudarlo, y en realidad Esteban no la quería de quienes se aprovecharon de su hermano, al final terminó por arrastrar el cuerpo de Selim hasta que llegó a una pequeña clínica, y fue ahí donde le hicieron ver que todos sus esfuerzos por llevar a Selim ahí habían sido inútiles, porque Selim se había marchado para dejar a Esteban solo otra vez.
Esteban se derrumbó sobre sus rodillas, gritó tanto que se quedó afónico y se desmayó poco después debido al shock, para cuando volvió a abrir de nuevo los ojos, Ignacio ya se encontraba ahí con él, sentado en una silla junto a la camilla en la que estaba recostado, se aseguró de que todo su cuerpo estuviera cubierto por la manta de la camilla para no dejarle ver a Ignacio las múltiples marcas y cicatrices de tenía su cuerpo, y es que no tenía ganas de darle una explicación, y luego de hacerlo, miró los ojos hinchados y cansados de su padre.
—¿Qué haces aquí? —preguntó con dificultad, pues la garganta lo estaba matando.
—Soy yo quien debería preguntarte eso, estamos en Tycheros, ¿cómo llegaste hasta acá? —Se frotó la cara con las manos y suspiró—. Llevo un año y medio buscándote, tengo tantas preguntas qué hacerte. ¿Dónde estuviste todo este tiempo? ¿Con quién? ¿Qué estuviste haciendo? ¿Por qué estás tan delgado? ¿Quién era el chico que arrastraste hasta aquí? ¿Cómo sobreviviste? ¿Por qué no…?
—¿Por qué no regresé a casa? —preguntó con ironía—. No lo sé, pienso que tal vez tuvo que ver con que la persona que solía llamar padre me dijo que no quería volver a verme.
Ignacio agachó la cabeza—. Estaba equivocado. —Cerró con fuerza los puños sobre sus rodillas—. No volveré a decir algo tan irresponsable y cruel así otra vez, así que… regresa a casa conmigo, ¿bien?
Esteban estuvo reposando en el hospital por una semana más, durante todos esos días, Ignacio se quedó a su lado en completo silencio, Esteban tampoco tenía ganas de hablar con su padre, así que ambos tuvieron que soportar los días más incómodos de sus vidas, estando al lado de alguien que pensaban que los odiaba.
—Bienvenido— le dijo Ignacio a Esteban luego de abrirle la puerta de la mansión Eisenhide.
—… No deberías decir «Bienvenido» cuando ambos sabemos que no es así —respondió éste con aspereza mientras cruzaba la puerta.
Ignacio arrugó las cejas—. Esteban, eso no…
—Me iré a mi habitación —interrumpió y siguió caminando hacia las escaleras.
Al llegar al pasillo que llevaban las escaleras, Esteban se detuvo por un momento para darle un último vistazo a su padre, Ignacio estaba aún parado en la puerta mirando al suelo con culpa, y Esteban pensó en que hacía algún tiempo, seguro verlo así habría ablandado su corazón, pero ahora su padre le daba igual, se había rendido con la idea de que ganar su cariño y ya no esperaba nada de él, aun así, seguía siendo su única familia, y estaba dispuesto a regresar a aquella casa solo por él.