Capítulo 74: La guardiana del escondite de un Dios, parte IV.
Yo te considero un amigo.
Aún luego de un mes desde que Esteban y Oliver comenzaron a reunirse en el salón del club de juegos de mesa a la hora del almuerzo, ellos seguían sin hablarse ahí, normalmente Esteban se la pasaba durmiendo o leía algún libro, era rara la vez que hacía lo que se supone que se tendría que hacer a la hora del almuerzo, comer.
Oliver estaba curioso por ello, sabía que Esteban provenía de una buena familia, no entendía por qué tenía que pasar hambre si a él no le faltaba el dinero, y llegó a la conclusión de que la razón por la que dormían tanto, era porque no comía lo suficiente como para tener la energía de mantenerse despierto, sin embargo, ninguna de las veces en que Esteban se mantuvo despierto pareció siquiera un poco interesado en el almuerzo de Oliver, por ello él dudó en ofrecerle de comer, no quería molestarlo, pero de verdad le preocupaba Esteban.
«Que extraño», pensó Oliver durante una clase de educación física.
El profesor había dado la indicación de organizarse en parejas para trabajar, Esteban solía escaparse cuando eso sucedía, pero aquella vez el profesor no lo dejó, y Esteban no tenía amigos con los cuales emparejarse, así que buscó con la mirada a Oliver, y cuando éste notó sus intenciones, abandonó a su grupo de amigos y corrió a hacer pareja con Esteban.
Debido a que aquella clase la estaban haciendo en la cancha de baloncesto, el profesor le dio un balón a cada pareja, tenían que turnarse para que uno intentara quitarle el balón al otro. Oliver no pudo quitarle el balón a Esteban ninguna vez, y Esteban logró quitárselo 8 de las 10 veces que Oliver lo tuvo. Antes de ese día Oliver no lo había notado, pero Esteban era muy rápido y ágil, y también bastante más fuerte de lo que se esperaría de su delgada complexión, no parecía para nada un chico que se matara de hambre.
Ese mismo día, al llegar la hora del almuerzo, Oliver vio lo que nunca creyó, Esteban sacó una caja de almuerzo.
—¿Vas a comer? —le preguntó con sorpresa.
Esteban frunció el ceño—. ¿Es que no tengo permitido comer?
—¡Claro que sí! Pero tú sabes, normalmente duermes en lugar de comer a esta hora.
Esteban suspiró—. Eso es porque suelo comer antes de que empiece el almuerzo, también lo hago cuando termina y regresamos al salón, pero como me siento hasta atrás, nadie lo nota.
—¿En serio? Yo pensé que te matabas de hambre —confesó.
Esteban abrió la pequeña mochila que llevaba siempre consigo y la vació en el suelo para que Oliver pudiera apreciar dos cajas de almuerzo, tres sándwiches y unos cuantos bocadillos como galletas o snacks—. ¿Parece que me mato de hambre?
Luego de que Oliver dejara caer su mandíbula, miró por unos segundos la increíble cantidad de comida frente a Esteban y luego comenzó a reír a carcajadas—. ¿¡Qué demonios!? Todo este tiempo estuve preocupado al pensar que tenías anorexia y resulta que comes más del triple que yo, jamás lo hubiera imaginado.
Esteban se sentó y comenzó a guardar todo de vuelta a su mochila—. No entiendo qué es lo gracioso —masculló.
—Ah… lo siento, creo que estoy riendo porque me siento aliviado. —Se limpió las lágrimas que se le habían escapado de tanto reír—. Pero no entiendo, comes a todas horas menos en el almuerzo, ¿por qué haces eso? —preguntó divertido.
—Porque así puedo dormir a esta hora y no en clases.
Era cierto, Oliver no recordaba que los profesores regañaran a Esteban por dormir en clase últimamente, de hecho, desde que le había dado la llave del salón del club.
—Pero antes solías dormir en clase —comentó curioso—, no digo que vuelvas a hacerlo, pero, ¿por qué de repente comenzaste a dormir en el almuerzo en lugar de en las clases? Además de eso, ¿qué acaso no duermes bien en tu casa?
—Estás siendo muy entrometido —, lo fulminó con la mirada—, creí haberte dicho que trataras de no hablarme aquí.
Oliver tragó saliva—. Lo siento… —Se sentó al otro extremo del salón y comenzó a comer lentamente su almuerzo con la cabeza agachada.
Lo había arruinado, Oliver estaba tan feliz esa mañana cuando Esteban lo buscó con la mirada que se emocionó y se volvió descuidado. Esteban le interesaba, sabía que no era un mal chico, así que el deseo de Oliver de volverse su amigo comenzó crecer rápidamente, sin embargo, ahí estaba, preguntando cosas de las que seguro a Esteban no le gustaba hablar y poniendo las cosas incómodas entre ellos.
—… Mi casa me trae malos recuerdos —dijo Esteban en voz baja, segundos después de que sonara la campana que anunciaba el fin del almuerzo—, no puedo dormir ahí, tengo pesadillas.
Oliver se sorprendió de ver a Esteban tratando de confiar en él, entonces le sonrió y se levantó para, como siempre, dejar el salón antes que él—. Gracias por contármelo.
Los amigos de Oliver notaron que éste comenzó a estar de muy buen humor los días posteriores a ese, así que su curiosidad por saber dónde diablos se metía a la hora del almuerzo incrementó a tal punto que les fue imposible aguantarse las ganas de preguntarle, y es que, antes estaban esperando a que el mismo Oliver les dijera sobre ello.