Ojos Color Violeta.

Cap. 75: Juntos.

Capítulo 75: La guardiana del escondite de un Dios, parte V.

Juntos.

Al llegar las vacaciones de verano, Oliver frecuentaba tanto la mansión Eisenhide que los guardias lo dejaban pasar incluso si no eran avisados, y luego de saludar a Ignacio y darle las galletas con chispas de chocolate que él tanto adoraba, subía a la habitación de Esteban y se pasaba toda la tarde con él.

Por su parte, Esteban también llegó a tener interés en ir a la casa de Oliver, pero nunca se atrevió a decírselo, además de que tenía la impresión de que cuando Oliver hablaba de su familia, siempre era sobre acontecimientos de hacía bastante tiempo, Esteban no recordaba ninguna vez que Oliver le hubiera hablado de su situación familiar en ese momento, por lo que supuso que debía de haber algún problema en su casa. De ese modo, terminaron las vacaciones sin que Esteban visitara la casa de su amigo ni una sola vez.

Al regresar a clases, tuvieron la suerte de permanecer juntos en el mismo grupo para su segundo año, aunque Esteban pensó que igual no importaba mucho eso porque nunca hablaban fuera del salón del club de juegos de mesa, sin embargo, durante el segundo día de clases, vio a Oliver girarse desde su asiento hacia él y llamarlo tan pronto se marchó su nuevo profesor de química.

—Esteban, ¿pudiste hacer…? Agh… —Oliver se quedó de piedra, por un momento olvidó que él mismo se había puesto la tarea de no hablarle a Esteban fuera del salón del club para no causarle ninguna molestia, y ahora había logrado que todos dentro del salón dejaran de hacer lo que sea que estuvieran haciendo para dirigir sus miradas a ellos dos.

—Oliver, ¿desde cuándo le hablas a Eisenhide? —Le preguntó uno de sus amigos.

Oliver tragó saliva, pegó la mirada al suelo y sintió su frente llenarse de sudor. ¿Qué demonios les iba a decir a todos?

—¿Que no pude hacer qué? —inquirió Esteban sorprendiendo a todos, era muy extraño escucharlo hablar, y algunos de quienes habían tratado de acercarse a él habían terminado siendo golpeados, por lo que no tardaron los murmullos que comentaban la posibilidad de que Oliver terminaría pronto en el suelo con una hemorragia nasal.

Oliver levantó la cabeza y le dio una mirada de culpa a su mejor amigo—. El… ejercicio 5 —dijo en voz baja—, de la tarea de matemáticas.

Esteban suspiró y se agachó para sacar de su mochila la libreta en la que había hecho la tarea.

—¿En serio se lo vas a pasar a Binder? —cuestionó el chico que estaba sentado delante de Esteban—. ¿Podrías pasármelo a mí también?

Esteban se enderezó ya con la libreta en las manos y fulminó con la mirada a aquel chico—. ¿Por qué demonios debería pasarte la tarea?

—¡Pero se la vas a pasar a Binder! —se quejó el chico.

—Quiero pasárselo a Oliver —, frunció el ceño—, pero no se me da la gana pasártelo a ti ni a nadie más, ¿tienes algún problema con eso? —dijo con desprecio y esperó a que aquel chico se acobardara y le diera la espalda, entonces miró a Oliver y levantó una ceja mientras extendía la mano que sujetaba la libreta hacia él—. Y tú, ¿acaso quieres que vaya hasta tu lugar para darte la libreta?

Oliver volvió a respirar cuando sus ojos se cruzaron con los de Esteban, no podía creer lo que había pasado, se levantó de su asiento y caminó hasta donde estaba Esteban reproduciendo una y otra vez en su cabeza las rudas palabras de su amigo que habían dejado en claro que Oliver tenía permiso de acercarse a él, pero nadie más, solo Oliver. Solo Oliver era especial.

«Demonios, incluso me llamó por mi nombre frete a todos», pensó Oliver, aunque de hecho él había hecho lo mismo. Se paró junto a Esteban y tomó la libreta—. Gracias —dijo con una voz ligeramente baja, pero mucho más rebosante de alegría de lo que Esteban alguna vez escuchó.

Esteban fue el único que pudo ver la enorme, aunque torpe, sonrisa de Oliver, y también fue el único que notó cómo sus orejas se habían enrojecido, así que cuando Oliver se alejó con su libreta entre sus manos, Esteban se preguntó si aquel ejercicio estaba tan difícil como para hacer tan feliz a su amigo, «Tiene bonita sonrisa», pensó luego dejar caer su cabeza en su pupitre y se preguntó por qué recién se había dado cuenta de ello.

Esa noche Esteban tuvo una pesadilla, Matilde le decía entre lágrimas que ella le había dicho que era una mala idea liberar su poder, y ahora él tendría que cargar con una maldición que asesinaría a todas sus personas importantes.

—Entonces, ¿yo morí por tu culpa? —le preguntó Selim sentado en su sillón mientras miraba a Esteban con miedo—. Yo te quería como si fueras mi hermano, pero tú…

—Eres necesitado —le aseguró Lewe desde las escaleras de un metro—, el mundo te necesita, debes estar en este mundo, por eso naciste, tu existencia tiene un propósito… pero nosotros pagaremos el precio de tu existencia, y Oliver será el que sigue.

—¡Oliver no! —gritó Esteban con miedo y se despertó en la oscuridad de su habitación, se giró para ver su reloj en la mesita que estaba al lado de su cama, eran las 4:17 de la mañana, por lo que aún faltaban casi 3 horas para ver al chico que se había autoproclamado su mejor amigo.

Luego de limpiarse el sudor frío que tenía en la frente, Esteban se levantó de la cama y fue hasta la cocina por un poco de agua, ahí se encontró con Shawn, un sirviente quien, aunque en ese momento solo tenía 16 años, era igual o hasta más eficiente que la mayoría de los sirvientes veteranos. Él y Esteban se conocían bien porque el padre de Shawn también era un sirviente y, por ende, Shawn estuvo vagando por la mansión Eisenhide desde que Esteban tenía memoria, eso hizo que confiara más en Shawn que en ningún otro sirviente, pero nunca fueron lo suficientemente cercanos como para considerarse amigos.




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