Capítulo 80: La guardiana del escondite de un Dios, parte X.
El hombre más amable del mundo.
—¡No puedo hacerlo, Esteban! —gritó Jared con desesperación y miedo cuando le abrió la puerta de su casa.
Mi tataranieto posó su mirada en los brazos de Jared y vio unos cabellos negros asomarse entre la manta que envolvía a Anabel, y luego, al bajar la mirada al suelo, notó que había gotas de sangre cayendo al suelo desde el costado de Jared.
—¡No puedo matarla! ¡Y todo se salió de control…! —Se limpió los rastros de lágrimas que tenían sus ojos y respiró profundamente para recuperar un poco la calma—. Tenías razón, debí matarla cuando pude, pero dudé y ahora… ¡todo es un infierno! ¡La partera…! Esa pobre mujer…
—Será mejor que te vayas de aquí —dijo Esteban luego de dar un paso dentro de la casa—. O de lo contrario podría matarte a ti también —, se giró hacia Jared y, mientras despedía una temible sed de sangre, lo miró sin esconder su odio hacia él, dejándole claro que quien podría matarlo, no sería Catalina.
La tristeza de Jared se vio interrumpida por el miedo y sus lágrimas pararon de golpe, tuvo que sostener con más fuerza a su hija porque sus piernas perdieron fuerza y terminó por caer sobre sus rodillas—. Yo… me quedaré aquí —farfulló con voz trémula—, quiero estar aquí cuando ella muera.
—… Haz lo que quieras —gruñó y caminó por el pasillo en dirección a las escaleras.
Esteban habría dado todo por no estar ahí en ese momento, Jared lo había llamado en pánico para pedirle que fuera él quien se encargara de terminar con la vida de Catalina, en parte porque no quería hacerlo, y por otra porque temía morir si se acercaba mucho a ella, pero Esteban no estaba ni un poco asustado de la dueña de los ojos más bonitos del mundo, así que el miedo de tener que ser él quien terminaría con el sufrimiento de Catalina fue mucho más que el de Jared.
Mientras subía los escalones, vio una puerta abierta frente a las escaleras, era la habitación en donde estaba Catalina, el momento en que Esteban volvería a manchar sus manos con la sangre de alguien amado se acercaba, y él se maldijo por no haber buscado con más empeño algo que la hubiera ayudado a tiempo.
Toda la habitación era un completo desastre, había sangre por todas partes, los cristales de las ventanas estaban rotos, había un montón de objetos suspendidos en el aire, y el cadáver de la partera se hallaba partido en dos, como si una mano gigante la hubiese apretado con muchísima fuerza de la cintura hasta que la rompió, la parte superior de su cuerpo estaba junto a la ventana y estaba cubierta por vidrios rotos, mientras que la parte inferior estaba tendida enfrente de la cama donde estaba Catalina.
—Esteban —lo llamó ella con voz apagada cuando lo vio, y entonces inconscientemente trató de expulsarlo de la habitación, por lo que él tuvo que convertir su mano derecha en una garra para aferrarse al borde de la puerta y no salir volando.
—Hola, Cata —la saludó con una dulce sonrisa, y ocultando por completo en su cara lo mucho que le estaba costando entrar a la habitación, caminó hacia ella hasta estuvo lo suficientemente cerca como para acariciarle la cabeza con cariño.
—Hasta que me dejas verte —, sonrió, y por un momento, el brillo en sus ojos volvió—, pero habría preferido verte en otra situación, lamento mucho que tengas que ver esto.
—Tú también vas a verme en una forma no muy agradable, y soy yo quien lo siente, no me arrepiento del nacimiento de mis hijas, pero… tuve que haber encontrado una forma de ayudarte antes de que pasaras por esto. Tus ojos se ven tan vacíos, si vives, cargarás con la muerte de la partera en tu consciencia y yo mejor que nadie sabe lo que es sentirse un asesino, no dejaré que pases por eso…
En realidad, Esteban la prefería mil veces viva, pero se había jurado a sí mismo poner siempre los sentimientos de Catalina primero, así que, aún si lo último que él quería en el mundo era matarla, si ella así lo deseaba, iba a hacerlo.
—Gracias, tú de verdad eres el hombre más amable del mundo. Te quiero mucho, Esteban.
Luego de que bajara al pasillo en donde Jared estaba esperando sin dejar de llorar, totalmente cubierto de sangre, Esteban se paró enfrente de Jared y esperó a que éste levantara la cabeza para verlo a los ojos.
—Escúchame bien —dijo con voz arisca—, no quiero volver a saber nada de ti, en el momento en que vuelvas a aparecer en mi vida, te mataré, y a esa niña también. —Siguió su camino hacia la puerta y salió de la casa de Jared, abrió la puerta de la parte de atrás de un auto rojo y le ordenó a Bernardo que arrancara el auto.
Luego de que Esteban se cambiara la ropa manchada con la sangre de Catalina, regresó a la mansión Eisenhide y se dirigió a su habitación con solo una cosa en mente, y tras dejarse caer en una esquina de la habitación, convirtió su mano derecha en la misma oscura garra que había matado a quien más amaba en el mundo, y la dirigió a su muñeca izquierda para cortarla. Él sintió cierta gratificación en cortarse y ver la sangre brotar, había una enorme satisfacción en su corazón, luego se cortó otras cuatro, cinco, seis veces más en la muñeca y vio la sangre brotar. Existía en él una sensación de alivio después de hacerlo, tembló de emoción, pero a la vez se sentía tranquilo, y la tormenta emocional se calmó.