Capítulo 107: Quien heredó los ojos violetas, parte XXXIX.
El poder del doctor Dean
Unas semanas después, una tarde, Emanuel, Katia y yo nos metimos en medio de una intensa batalla que empezó como un juego tonto para ver quién metía más balones a la canasta de básquet, y luego de que cada uno de nosotros hubiese lanzado el balón más de treinta veces y hubiese fallado cada una de ellas, con tal de proteger nuestra dignidad por sobre la de los otros, ganaría el primero en encestar uno y obtendría como premio librarse de lavar los platos durante un mes.
—¡Chicos, encontré algo! —avisó Alexander, quien entró con alegría al gimnasio, y al vernos más emocionados que de costumbre, fue invadido por un gran entusiasmo y corrió hacia el balón, se lo robó a Emanuel, lo lanzó e hizo que entrara perfectamente en la canasta.
Emanuel, Katia y yo miramos en silencio y llenos de furia cómo Alexander corrió por todo el gimnasio celebrando su canasta con los brazos arriba, y cuando vi a Emanuel lanzarse hacia su mejor amigo para golpearlo, corrí detrás de él para hacer lo mismo, entre los dos lo tiramos al suelo y lo pateamos con amor un par de veces, y luego, cuando Katia se acercó a nosotros y Alexander estiró su mano hacia ella para clamar su ayuda, recibió otra patada de amor por parte de ella.
—No puedo creer que la pequeña Katia también te haya pateado —se burló Emanuel, riendo hasta las lágrimas mientras nos dirigíamos al primer piso subterráneo para ver lo que Alexander había encontrado con respecto al doctor Dean.
Pasé mi brazo sobre los hombros de Katia—. Ahora, por interferir en nuestro juego, Alexander tiene que lavar los platos del turno de nosotros tres durante un mes, ¿verdad, Katia?
Ella alzó un puño—. ¡Sí!
—¿No recibí suficiente castigo con esa lluvia de patadas? —cuestionó Alexander.
—¡No! —respondimos los tres.
Cuando llegamos a la sala de computación, Alexander conectó la computadora en la que había estado trabajando con un proyector que recién había traído mi abuelo para ver películas, y el resto de nosotros, junto con el señor Alan que andaba por ahí dando mantenimiento a las computadoras, nos sentamos en una silla cada uno para ver lo que Alexander quería mostrarnos.
—Encontré una grabación de una cámara de seguridad de la estación de policía de Téras —explicó mientras reproducía un vídeo en el que luego de que una patrulla se estacionara enfrente del edificio, dos policías se bajaron del vehículo y uno de ellos abrió la puerta del asiento trasero para que un joven con las manos esposadas pudiera bajar—. Ese de ahí es el doctor Dean hace 37 años. Fue detenido por apuñalar a otro chico afuera de una casa en la que se estaba llevando a cabo una fiesta algo… ah —, suspiró—… vendían droga ahí, y el doctor Dean estaba drogado cuando atacó al otro chico.
—¿Entonces ese tipo estuvo en la cárcel? —inquirió Emanuel.
—No, él aún era menor de edad, tenía 16 años cuando ocurrió aquello. Además de que aquel caso estuvo raro, hubo un testigo que dijo que había sido el doctor Dean quien fue acuchillado, y los peritos que encontraron el arma revelaron que no fueron halladas las huellas dactilares del doctor Dean en ella, y, por el contrario, sí pudieron encontrar las huellas del otro chico.
—¿La víctima se habrá acuchillado así mismo? —pregunté al aire.
Alexander se salió de ese vídeo, se metió a otra carpeta y luego reprodujo otro vídeo grabado desde el interior de una sala de interrogatorios, en donde pudimos apreciar mejor el rostro infantil que el doctor Dean tenía en ese momento, un rostro cubierto de lágrimas y que reflejaba muy bien lo aterrado que estaba por encontrarse ahí.
—Nombre completo —le pidió el policía que estaba sentado frente a él.
—Dean Nithrey —respondió en voz baja y temblorosa.
El policía anotó su nombre en la hoja que tenía en sus manos—. Edad.
—16 años.
—Proporcióname un número para contactar con tus padres.
El doctor Dean negó con la cabeza—. No tengo padre… y mi mamá —, se soltó a llorar con fuerza—, por favor no le digan…
El policía golpeó la mesa con fuerza—. ¿¡Quieres dejar de llorar!? ¿¡O debería darte motivos para que llores en serio!? Mira, niño, no estás en posición para hacer exigencias, si digo que me des el número para contactar a tu mami, no es para que lo pienses, no creas que tienes la posibilidad de negarte, porque no te lo estoy pidiendo, te lo estoy ordenando, así que, ¡dame el maldito número!
Alexander adelantó el vídeo—. De aquí en adelante, por una hora entera, el policía golpea al doctor Dean hasta que consigue que le diga el número. —Pausó el vídeo y luego volvió a reproducirlo a velocidad normal.
Para entonces el doctor Dean tenía toda la cara golpeada, una de sus cejas se había abierto y la sangre que escurría de ella se le había metido al ojo, por lo que éste, además de tenerlo hinchado y vidrioso por lo mucho que había llorado, se veía horriblemente rojo e irritado.
Él aún se encontraba tirado en suelo, pero cuando vio al policía hacerle una señal para que volviera a sentarse en la silla, con muchos esfuerzos se arrastró a ella y se sentó como pudo, entonces, se pasó una mano por la nariz, que se encontraba morada, y su mano se llenó de sangre, así que rápidamente se tapó las fosas nasales con la palma de su mano y con la que tenía libre se pellizcó el puente de la nariz para detener la hemorragia.