Ojos Color Violeta.

Cap. 116: ¿¡Ni siquiera tengo permitido morir!?

Capítulo 116: Quien no podía morir, parte I.

¿¡Ni siquiera tengo permitido morir!?

(Universo 4, 20 años desde el nacimiento de los hijos de Junuem)

Había una vez, la historia de un par de amigos de la infancia nacidos en la ciudad Diaváste, una ciudad del norte que se encontraban en guerra, que se decía se originó por la lucha por el dominio de las nueve ciudades entre las montañas. Kenan Aigner, era el hijo de un rico comerciante y sufría de pensamientos inmorales, pensamientos de los que había sido completamente consciente poco después de cumplir 20 años.

Él tenía un amigo de la infancia, Ibsen Proulx, un joven 2 años más joven, era el hijo del dueño de una posada y siempre tuvo claro que él la heredaría al crecer, desde pequeño trabajó ahí junto con sus cinco hermanos menores, y estaba acostumbrado a trabajar y manejar una posada.

—¡Kenan! —gritó Ibsen por las calles cubiertas de nieve que había cerca del único mercado en todo Diaváste, y cuando estuvo a unos pasos de mí, estiró sus brazos para tomarme de los hombros y sacudirme—. Kenan, ¡sálvame, amigo!

—¿Qué pasa? —pregunté riendo mientras me lo sacaba de encima.

—Es la boda en el sur de la ciudad —lloriqueó—, ¡no tengo carne para cocinar! Habrá una gran celebración en mi posada mañana, ¿puedes de alguna manera usar la influencia de tu padre?

Entorné los ojos—… Una boda… ¿en medio de una guerra? No me parece… —Suspiré al notar los ojos suplicantes de mi amigo y le di un golpecito en la cabeza—. Una boda no es algo que planifiques de un día a otro, llegaste a este punto porque nunca te preparas para evitar situaciones como esta.

—A diferencia de ti, soy un idiota —dijo haciendo un mohín.

—Sé que eres un idiota.

—¡Por favor ayúdame! —pidió juntando sus manos—. Es el primer evento que mi padre me dejó a cargo solamente a mí, ¡tu amigo está en un gran problema!

—Suficiente… entiendo. —Me agarré el puente de la nariz y cerré los ojos con fuerza—. Supongo que encontraré una solución.

—¿En serio? —preguntó con alivio, y luego de sonreír de oreja a oreja, se lanzó sobre mí para abrazarme—. ¡Los mejores amigos son lo mejor! —Se separó de mí y corrió de regreso a su posada dando pequeños saltos, como siempre hacía cuando se ponía feliz, y se giró hacia mí agitando su mano con mucha energía—. ¡Ven mañana también!

Ante mis ojos, Ibsen era un descerebrado, fácilmente se emocionaba por todo y fallaba casi siempre, sin embargo, le daba a quienes le rodeaban la impresión de que él sería el primero en ir a salvarlos si se metían en problemas. Para mí, desde la infancia siempre fue salvar y ser salvado con Ibsen. Él era mi buen amigo. Pero mis sentimientos no eran los de un mejor amigo.

—¡Kenan! ¡Estás aquí! —exclamó Ibsen con emoción cuando me vio llegar a la posada al día siguiente—. Ven, ven, ¡hagamos un brindis por tu padre! ¡Un brindis por el señor Aigner! —Tomó una copa, la llenó de alcohol y me la dio cuando me senté a su lado—. ¡Anda, bebe! ¡Bebe!

Tomé la copa y sonreí mientras tomaba de ella—. Por supuesto, me lo merezco después de correr y conseguir toda esta comida y bebida, ¿no estás de acuerdo?

—¡Modesto como siempre! —respondió mientras se reía.

Bajé la cabeza y miré la pulsera que había en mi mano derecha. Algunos meses atrás, cuando me di cuenta de que albergaba sentimientos románticos por mi mejor amigo, el cual era un hombre igual que yo, pensé que estaba bajo el hechizo de un malvado demonio, así que fui en secreto con un exorcista y compré una pulsera con una piedra de purificación, aunque claro, no funcionó en absoluto.

—Oh, sí, Kenan, habrá otra fiesta el próximo mes —me comentó felizmente mientras se llenaba la boca con pastel—, así que deja algo de tiempo libre para entonces.

—¿Es otra boda?

Asintió con la cabeza—. Mi boda.

Dejé caer la copa que tenía en la mano y mi rostro palideció en un instante.

—¿Hay algo mal, Kenan? —preguntó con preocupación—. Tu copa se volcó, ¿qué estabas haciendo?

—Oh… perdóname. —Apreté los puños sobre mis rodillas y me forcé a hacer una sonrisa que no salió del todo—. Estaba sorprendido… tú… ¿casarte?

—He decidido tomar la posada de una buena vez, lo pensé hace un tiempo cuando conocí a una joven alegre con una sonrisa brillante, fue amor a primera vista. —Sonrió ampliamente—. ¡Estoy seguro que te gustará también! Voy a presentártela muy pronto.

—Ya… veo. En hora buena…

—¿Puedo llevarla con nosotros el próximo «viernes de copas»? Cuando bebes no puedo dejar de reír por lo ocurrente que te vuelves, quiero que ella conozca ese lado tuyo, sería genial que a ella también le agrade mi mejor amigo.

Cuando Ibsen puso una mano sobre mi hombro, me sentí con la obligación de mirarlo a los ojos, y mi mente por fin terminó de procesar que el hombre que amaba se iba a casar. Pensé que no podría haber un mejor momento, porque, si veía a Ibsen casado y feliz, entonces, naturalmente, sería capaz de olvidar aquellos inmorales sentimientos.

El «viernes de copas» era algo que Ibsen y yo hacíamos cada semana, nos veíamos en mi casa y bebíamos toda la noche en el patio hasta que llegaba el amanecer, siempre nos sentábamos juntos en un columpio de jardín y encendíamos una pequeña fogata frente a nosotros para tener un poco de calor, prendíamos la radio para cantar canciones de las que a veces no nos sabíamos la letra y nos inventábamos unas, y reíamos a carcajadas como si no necesitáramos a nadie más en el mundo para ser felices.




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