Capítulo 138: Quien heredó los ojos violetas, parte LXIV.
¿Qué hace Damián aquí?
(Universo 5, 122 años desde el nacimiento de los hijos de Junuem)
Seis meses pasaron y un nuevo año comenzó, el señor Oliver y el señor Shawn habían estado hablándome sobre Esteban por un buen rato, me ayudaron a cambiar un poco mi perspectiva de él, también a entenderlo, aunque eso no cambiaba ni minimizaba los daños que causó.
—Así que… ¿qué haces aquí? —me preguntó Esteban, desconcertado de verme en su habitación cuando se suponía que era el señor Oliver quien iría a visitarlo ese día.
Desvié la mirada, incómoda, y alcancé a ver el libro de Junuem sobre su cama—. No estoy segura. Es solo… el señor Oliver me dijo que estabas preocupado por mí. No debí de haberme visto muy bien la última vez que estuve aquí, cuando me ayudaste a recobrar mis recuerdos, y aunque él te dijo que yo estaba bien, me dijo que lo mejor sería que lo vieras por ti mismo. —Aferré mis manos a la orilla de mi blusa y lo miré a los ojos—. Incluso sin poner toda la culpa de lo que sucedió en ti, pude enfrentarme a ello, y estoy bien.
—… Yo no estaba preocupado por ti —dijo mientras me daba la espalda.
Pero alcancé a verlo sonreír. «Qué orgulloso», pensé—. Solo vine a eso. —Caminé hacia la puerta y la abrí para irme—. Nos vemos.
—… Nos vemos.
Caminé hasta salir al patio y toqué la ventana del auto del señor Oliver para avisarle que ya había terminado, pensé que me diría algo sobre lo corta que había sido mi visita, pero él pareció satisfecho con el solo hecho de que yo hubiera ido, y más tarde, recibí una llamada de él en donde se escuchó muy contento.
—Sabes, las personas que tienen TLP, no sienten un poco de algo, si algo los pone tristes, sienten una depresión extrema, si algo los molesta, su ira simplemente explota. Esto puede sonar como algo demasiado problemático como para que tenga algo bueno, pero lo tiene, porque, si algo los pone felices, no hay nadie en el mundo que sea tan feliz como ellos. Así que, gracias por venir y convertir a mi mejor amigo en el hombre más feliz del mundo.
No era fácil para mí admitirlo, pero escuchar aquello consiguió hacerme feliz, y sentí un pequeño brote de cariño hacia Esteban, por lo que consideré hacerle visitas más seguidas.
—Hace poco, el señor Oliver me contó sobre lo importante que es cierto libro para Esteban —le conté a Damián esa noche mientras caminábamos por la calle, justo después de que él salió de trabajar.
—¿Cierto libro?
Asentí—. De hecho, creo que yo me quedé con la copia, ¿quieres leerlo?
—¡Seguro! —Estiró su mano para tomar la mía—. Siempre te quedas en mi departamento, pero, ¿qué te parece si esta noche me quedo en el tuyo? Así podré leer ese libro hoy.
—Pero no tienes ropa en mi departamento.
—Puedo usar la que traigo puesta, y pasaré a comprar ropa interior en el supermercado, si quieres tú puedes escogerla.
Me solté a reír—. No te arrepientas después.
Levantó las cejas mientras me daba un ligero codazo—. ¿Ah? ¿Por qué habría de arrepentirme? Confío en ti, no creo que vayas a escogerme una tanga de elefante, ¿o sí?
—Nah, no creo que la llenes —afirmé riendo con aún más fuerza.
Me miró indignado—. ¡Hey! Ya comenzó a afectarte pasar tanto tiempo con Emily. Además, ¿cómo sabes que no lo voy a llenar si ni siquiera has visto a mi pequeño amigo?
—Damián, tú mismo acabas de llamarlo pequeño.
Soltó mi mano y pasó su brazo por mi cuello—. Te demostraré lo contrario un día de estos —musitó, y luego carraspeó—. Regresando a lo del libro, ¿qué te contó el padre de Andrés sobre él?
—No te he contado sobre eso todavía, el poder que se supone que debería tener Anabel, y qué era lo que quería hacer Esteban con él, aunque eso último… recién lo descubrí.
El resto del camino al supermercado, y luego a mi departamento, pasé explicándole a Damián todo lo relacionado con las Llaves, la Dimensión de Krymtheo y Junuem, para por último contarle cuál era el deseo que Esteban quería pedir ahí, un deseo que, de hecho, era muy parecido a lo que Emanuel había hecho.
—Aquí está. —Saqué la copia del libro de Junuem de una montaña de libros que tenía en mi habitación, caminé hacia mi cama, en donde Damián estaba sentado, y se lo entregué.
Él miró por un largo rato la portada y pasó sus dedos una y otra vez por el nombre de Junuem—… Sabes, desde que te escuché hablarme de Junuem por primera vez, he tenido una extraña sensación de nostalgia, como si me hablaras de una vieja amiga, pero por más que intento recordar si conocí a una Junuem en el pasado… no hay nada, me pregunto por qué su nombre me suena tan familiar.
Me encogí de hombros—. Ni idea. Mientras lees eso, iré por un plato de cereal, ¿quieres un poco?
—Sí. —Caminó detrás de mí y se sentó en una silla del comedor, entonces abrió el libro y comenzó a leer en voz alta la primera página—. «Hubo una vez, una niña de ojos violetas que nació en tiempos de guerra, jamás conoció a sus padres, pero…”.
Fui hasta el refrigerador para sacar una caja de leche, luego tomé dos cucharas y las puse sobre dos platos, fui a dejarlos en la mesa sin dejar de prestarle atención a Damián, y luego regresé a la cocina para tomar la caja de leche y la del cereal, que se encontraba arriba del refrigerado, una vez fui a la mesa de nuevo, puse un plato delante de Damián y otro enfrente de la silla a su lado, en donde me senté, serví cereal en los dos platos y luego la leche.