Ojos Color Violeta.

Cap. 140: La personita más importante de nuestras vidas.

Capítulo 140: Quien heredó los ojos violetas, parte LXVI.

La personita más importante de nuestras vidas

—Escuché que tuviste tu desfloración el día de tu cumpleaños —comentó Emily una tarde mientras estudiábamos en mi departamento para un examen de física.

Dejé caer la pluma con la que estaba escribiendo y la miré con los ojos entornados—. ¿Te lo contó Alexander?

Ella hizo un mohín—. Me llamó para darme la noticia de que había sido él a quien recurriste para consejos sobre ese importante momento, yo estaba segura que acudirías a mí, así que Alexander me lo estuvo restregando por un buen rato.

Solté un suspiro—. ¿Podemos seguir estudiando?

—Claro… ¿y cómo estuvo? —Se soltó a reír cuando la fulminé con la mirada—. Oh, vamos, realmente estoy curiosa, ¿cómo empezó todo?

Arqueé una ceja—. ¿Cómo empezó…? En sí, todo empezó hace unas semanas, por una tanga de elefante.

Emily se deshizo en carcajadas, se agarró el estómago, se inclinó tanto hacia atrás que cayó de la silla y siguió riéndose aún en el suelo—. ¿¡Damián usó una!? ¿¡Y sí la llenó!?

Asentí—. La llenó.

Se levantó del suelo para volverse a sentar en la silla y se limpió las lágrimas que se le habían escapado—. Más vale que Damián se prepare para el bullying que estoy por hacerle. —Contuvo otro ataque de risa—. ¡Ah! Me acabas de hacer el año. Oh, también escuché que Damián te estuvo preparando una cena romántica y todo, ¿qué tanto te hizo?

Cerré los ojos para recordarlo, Damián y yo sentados frente a frente en una mesa que él decoró, en el techo del edificio donde él vivía, y la mesa llena de mi comida y postres favoritos—. Empanadas de camarón, alitas de pollo agridulce, hojaldre de durazno, buñuelos de manzana, fresas rellenas de queso filadelfia y azúcar morena, unas copas con queso, galletas oreo y frutos rojos, un brazo de trufa, un suflé de café, un fondue de café y un flan de café.

Emily rio ligeramente—. ¡Dalila, estás babeando! Dios, ¿y te tragaste todo eso?

Desvié la mirada—… ¿No te dije que estoy enferma del estómago? ¿Por qué crees que me enfermé? —Suspiré—. Pero no me arrepiento de nada. —Puse una mano sobre mi pecho y sentí el anillo que había puesto en una cadena debajo de mi blusa—. Ya que estamos hablado del día de mi cumpleaños… hay algo que quiero contarte.

Aquel día, cuando terminamos de comer las alitas, lo ayudé a limpiar todo y meter los postres que no nos habíamos acabado en el refrigerador, entonces me senté en la barra de su cocina mientras veía como él metía lo último, y cuando él cerró la puerta del refrigerador, caminó hacia la barra y se sentó del otro lado, justo frente a mí.

—Oye… ¿qué te parece vivir conmigo? —preguntó con timidez.

Lo miré sorprendida—. ¿Quieres que vivamos juntos?

Asintió lentamente y bajó la mirada—. Ya hemos vivido juntos por un tiempo, de vez en cuando nos quedamos a dormir en el departamento del otro, así que —, recargó su barbilla en el barra y me miró a los ojos mientras el rostro se le ponía rojo—… ¿quieres casarte conmigo?

Me tomó por sorpresa, nunca me había imagino la situación en la que Damián me propusiera matrimonio, así que me costó trabajo procesarlo—… Uhm… creí que estábamos hablando de vivir juntos, ¿cómo de pronto saltamos a casarnos? —cuestioné avergonzada.

Entonces Damián escondió su rostro entre sus brazos—. ¡Estoy muy nervioso! ¡Tenía preparado un discurso todo cursi, pero se me olvidó! ¡Agh! ¡Ya no sé qué estoy diciendo!

Recargué mis codos en la barra y lo miré con ternura—… Está bien.

Él se asomó un poco de entre sus brazos—. ¿Eh?

Me incliné hacia adelante y puse la barbilla sobre la barra, justo como él, quedando mi rostro a solo unos centímetros del de él—. Vamos a casarnos.

El rostro de Damián se iluminó y se levantó de su silla de un brinco, entonces rodeó la barra dando saltitos, sacó del bolsillo de su gabardina una cajita, y se puso de rodillas frente a mí—. Tu mano —pidió emocionado, esperó a que yo le tendiera mi mano y entonces me colocó un anillo en el dedo anular.

Sonreí al ver el anillo puesto en mi mano, entonces me giré un poco para tomar la cajita que él había dejado en la barra y saqué de ahí el otro anillo—. Tu mano —pedí para ponérselo.

Una vez lo hice, él rio ligeramente con alegría y recargó sus manos en mis rodillas mientras me veía a los ojos con un amor inmenso—. No puedo creer que por fin esté pasando esto. ¡Estoy muy feliz! ¡Voy a ser el esposo de Dalila Eisenhide! ¿¡Tienes idea de quién es esa mujer!? ¡Es el amor de mi vida! ¡Te amo, Dalila!

Pasé mi mano por su mejilla para acariciarla—. Yo también te amo.

Damián se puso de pie, posó sus manos sobre mi cintura y se inclinó para besarme—. ¿No crees que esto amerita a que saque la tanga de elefante?

Me solté a reír—. Sí, ¿por qué no?

Me casé con Damián un poco más de un mes después, a principios de junio, no hicimos una fiesta muy grande, nos bastó con que estuvieran presentes todas las personas que nos importaban, incluso Leo, quien andaba perdido por el mundo, regresó a Kleidi cuando se enteró de que me iba a casar, y también aprovechó para pedirnos disculpas a Emanuel y a mí por la forma en que se había comportado la última vez que nos vimos.




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