Un noche, en medio del bosque, un ave encontró a la bestia herida.
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El viento frío quemaba mi rostro, era tan denso que no podía ver más allá de mi nariz. La nieve era bastante profunda, de no haber robado esas botas de nieve días atrás habría estado en serios problemas. No sabía por cuanto tiempo había estado corriendo, ni cuanta resistencia me quedaba, pero eso ya no era importante. Lo único en lo que estaba concentrada era en seguir corriendo, en no perder el paso, en sobrevivir a esta situación a toda costa. He sobrevivido a muchas cosas, mucho peores de lo que estoy viviendo ahora, esto es una tontería más del día a día. ¿Cierto?
El bosque estaba sumido en el silencio, un silencio tan profundo que ni siquiera escuchaba el filoso sonido del viento, el único ruido que me acompañaba era el sonido de mi respiración errática y el crujido de la nieve que pisaba. Desde hace muchos metros que había dejado atrás a quienes me perseguían, pero no podía detenerme, ni esconderme, pues ya había caído en cuenta de que estaba dejando un rastro. Sangre. Me habían herido, tal parece que gravemente.
La adrenalina del momento hacía que no sintiese tanto dolor, pero tener una herida abierta en tu costado y brazo perdiendo sangre no era nada bueno, tan sólo era cuestión de tiempo antes de que comenzara a surtir efecto la pérdida de sangre. Corrijo, ya estaba surtiendo efecto en mí, en los últimos minutos mis pasos se han vuelto más torpes y lentos, estaba perdiendo el ritmo. No estaba huyendo, estaba corriendo hacia mi muerte con mucha determinación. ¿En serio? ¿No tengo otra opción además de morir? Los Dioses son muy implacables cuando les da la gana, si me detenía, ese grupo de asesinos me alcanzaría y me darían muerte, pero si seguía corriendo, perdería sangre y moriría eventualmente. Las cosas parecían querer dejarme en un callejón sin salida.
¿Tanto así me odian los Dioses?
Gimoteé llena de desesperación, todo lo que caía sobre mis hombros en esos momentos comenzaba a superarme, mis pasos comenzaron a ser descuidados por eso y, en consecuencia, tropecé con alguna raíz alzada entre la tierra, perdiendo el equilibrio y cayendo en la nieve. La inercia causada por la velocidad a la que iba hizo que terminara por rodar varios metros en el suelo, cubierto de ese colchón blanquecino, siendo detenida en mi paso al chocar con el tronco de algún árbol. Fue un choque leve, pero lo suficiente como para desprender la nieve que se acumulaba en sus ramas y que la misma me cayera encima. Quedé completamente cubierta de nieve.
Solté un quejido de dolor, la adrenalina comenzaba a drenarse de mi cuerpo y el dolor parecía comenzar a hacerse presente. Era abrumador, no sólo el dolor, todo, todo a lo que volteaba a ver me estresaba y me hacía sentir observada, asustada. Quería salir de allí. Quise levantarme del suelo, apoyando mi peso en mis brazos y piernas, pero no tenía fuerzas, por lo que caí de forma lamentable de nuevo, estaba cansada, harta de todo. Solté un bramido llena de frustración, dejándome caer en el suelo, boca arriba, mientras respiraba con dificultad. No me importó que quienes me querían muerta estuviesen de camino, sólo quería descansar.
Miré el cielo nocturno, las copas de los árboles estaban pobremente cubiertas de nieve, ellos eran remecidos suavemente por el lento, pero salvaje viento frío. El cielo estaba nublado, ni siquiera podía ver la luna, apenas distinguía la forma de las nubes debido a la luz que emitía aquel extraño ser que flotaba en los cielos. Las nubes se desplazaban rápido, como si huyesen de algo, parecía que pronto iba a azotar una tormenta.
Estaba divagando, sí, en un momento como ese mi mente estaba concentrada en si iba a haber una tormenta o no, aunque no había de otra, de todas formas, no podía levantarme. Tal vez solo estaba tratando de calmarme, tratando de asimilar todo lo que me estaba pasando, lo que en ese momento caía como un balde de agua fría sobre mí. En ese instante, Sólo pude comenzar a hacerme preguntas, como si yo, la misma que cuestionaba, supiera todas las respuestas. Pero una de aquellas que pasaron por mi mente se quedó flotando más de lo debido, una pregunta que sí podía responder.
¿Cómo es que llegué a esto?
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—¡Princesa Sashire Cay de Esgeria! Primera princesa imperial, comandante de la guardia real, hija de nuestro emperador...
—¿Pueden ir al grano de una buena vez? No hace falta tanta palabrería si están arrestándome —exclamé, interrumpiendo al hombre que introducía al juicio con una elección de palabras bastante innecesaria, la sala quedó en completo silencio, removí las esposas en mis muñecas con molestia, esto era sólo una supuesta "acusación", pero aun así habían decidido esposarme con estos grilletes que reprimían la magia.
Sabían que iba a ser de ellos si esa acusación llegaba a ser falsa, por lo que deduje que estaban muy confiados en lo que tramaban, demasiado. Pues la mirada altanera de algunos funcionarios los delató. El vocero carraspeó varias veces, queriendo retomar su discurso, leyó unos segundos, bajando sus ojos mientras escudriñaba el documento. Parecía que era su primera vez leyendo aquel comunicado, pues a los segundos palideció, volteando de inmediato a ver a mi madre, la emperatriz Medeia. Ella tampoco sabía que estaba pasando, pues le dedicó una mirada confusa. El vocero de inmediato se le acercó, susurrando en su oído lo que quería decirle.