Ojos de gato tentador

Capítulo 3: Fuera de la realidad

 

Las noticias de otro ataque estaban en boca de todos, esta vez había sido en otra ciudad. La gente exigía acción de parte del gobierno para controlar a esos salvajes, pero el gobernador pedía paciencia alegando que estaban en ello. Claro, nosotros estábamos trabajando con una de las posibles soluciones, esa poderosa toxina de la cual sostenía una gota ahora en una hipodérmica.

—¿Ya? —pregunté nerviosa.

—Dame un segundo —pidió Marcos mientras acomodaba una probeta con otra sustancia con una fórmula similar a la del agua—. Listo...

Puse la sustancia en un aparato especial que la iba a dispensar de forma perfectamente racionada. El aparato aplicó una millonésima parte en la probeta.

—Ahora al ratón... —exclamó entusiasmado.

—Hazlo tú —dije mientras alzaba las manos y me retiraba.

Cómo detestaba tener que aplicarles esa cosa a los pobres animales. Queríamos ver cuánto se requería diluir la toxina para que tardara en actuar y diera opción de ser atacada con un antídoto y así salvar a la víctima, en caso de que ocurriera una infección no deseada si realizábamos un ataque. Pero hasta ahora la muerte de los animales seguía siendo muy rápida y no daría opción de salvarlo. Claro está que tomábamos eso como referencia para ver cuánto tardaría en un humano, y claro, seguía siendo un tiempo escaso. El otro hecho era que no había un antídoto eficaz que pudiera detener la toxina de forma rápida.

Hacía siglos que la habían estudiado, pero toda información se perdió con la tercera guerra mundial y los desastres naturales causados por el calentamiento global.

Vi el reloj y sonreí, al fin había acabado la jornada.

—Los veo en el comedor —les dije a mis compañeros y salí.

Este era el segundo día entero que pasaba aquí. Me dirigí a mi habitación primero para cambiarme e ir a cenar algo ligero, para dormir tranquila y no soñar que me perseguían. Me pregunté fugazmente cómo estaría nuestro pobre prisionero. Hoy también nos acompañó en el almuerzo porque Rosy lo había jalado. Me preguntaba si él querría estar con nosotros en verdad, lo dudaba. Además, debía estar desesperado por recuperar su memoria.

Me saqué la bata del laboratorio y solté mi cabello; este se había enredado un poco, así que intenté tomar el cepillo de forma tan torpe que golpeé el perfume y se vació un poco sobre él.

Lo enderecé enseguida.

—Rayos —susurré.

Me cepillé el cabello con prisa y salí, al menos olería bien. En el comedor se encontraban mis compañeros y amigos pero... él no. Me encogí de hombros. Ya vendría, y Rosy lo jalaría nuevamente. Me senté mientras meditaba el hecho de que Rosy parecía bastante interesada en él. «Antonio». Pensar en su nombre me causaba una rara sensación, me provocaba curiosidad.

Desde que lo había visto me había agradado, de esos casos algo tontos en los que conocías a alguien y sentías que era de confianza, como que su energía compatibilizaba con la tuya y te atraía como un imán. Como si fuera alguien que conocías de toda la vida y con quien podías ser tú mismo.

Sacudí la cabeza. ¿Yo pensando en esas cosas? El chico me agradaba y me daba curiosidad, pero nada más. Como mi vida era tan monótona, su presencia era algo refrescante. Me di cuenta de que habíamos casi terminado de cenar y él no había llegado. Tensé los labios. Iría a buscarlo y traerlo para que comiese, como si de un hermano menor se tratase.

Caminé con tranquilidad hasta llegar a su habitación. Estaba cerrada. Suspiré.

«¿Qué rayos hago? Apenas lo conozco, ¿qué rayos hago aquí? Bueno, solo le diré que puede ir a cenar si gusta.»

Di un toque, la puerta no había estado con llave y se abrió. La luz estaba encendida y me asomé. Lo primero que vi fue la ventana abierta.

«¡Ay no!, ¿se escapó?!»

Me acerqué casi a paso ligero y me apoyé en el marco. La ventana daba hacia un jardín con una reja a varios metros que delimitaba el terreno. Era tan fácil escapar de aquí, no era una cárcel o un manicomio después de todo, y el pobre debía haber estado desesperado por salir a buscar a su familia. ¿Cómo no se les ocurrió? Debieron dejarlo ir en vez de tenerlo preso con la tonta sospecha de que pudiera ser uno de esos monstruos...

—Hola...

Solté un corto grito y brinqué del susto. Volteé enseguida y me topé con esos ojos intrigantes y una divertida sonrisa, empezó a reír un poco. Vaya, seguía asombrándome, qué bonita y elegante risa.

—Perdón, te asusté —dijo.

—No, no... Bueno, un poco. Creí que... ¿Dónde estabas?

—Detrás de ti, esperando a ver qué hacías —se encogió de hombros, sonrió y arqueó una ceja—. ¿Querías escapar?

Reí levemente.

—No, claro que no.

—¿Segura? Por poco te avientas.

Volví a reír y volteé a cerrar la ventana. Qué vergüenza. ¿Pero cómo no me di cuenta de que estaba ahí? Había sido muy silencioso. Aunque, claro, fui directa hacia la ventana y me distraje pensando.

Una rara sensación me hizo reaccionar. Él estaba justo detrás de mí y había tomado de forma suave un mechón de mi cabello. Me ruboricé.

—Huele bien —comentó con total naturalidad mientras sus ojos encontraban los míos en el reflejo del vidrio.

Estaba claro, este joven era un misterio y era raro. Me volví para darle frente y le sonreí con amabilidad.

—Gracias, se me vació el perfume —sonrió, poniéndome más nerviosa de pronto—. Ah, vine a decirte que podías ir a comer algo al comedor... —fruncí el ceño—. Bueno, ni modo que al laboratorio —murmuré sacudiendo la cabeza por mi torpeza al hablar.

—No tengo hambre, pero si tú aún no cenaste, puedo acompañarte.

—¿No comerás nada?

Se acercó a su escritorio y agarró una botella. Sonreí.

—Tomé esto —dijo enseñándomela.

—Te gustó la leche en verdad —comenté intrigada. ¿Qué clase de persona no recordaba haberla probado en su vida?—. Ven, sígueme.




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