Transcurrieron unos cuantos días. Me encontraba con Antonio en su habitación, por lo menos tenía ese momento con él y que Rosy no podía acapararlo. Ella no sospechaba que venía aquí.
—En verdad tienes esperanzas en esa toxina —me dijo y tomó otro sorbo de leche.
—Sí, bueno. Fue descubierta hace más de mil doscientos años, si no me equivoco. Estuvo guardada y escondida con recelo. Tardó años que Carlos lograra acceder a ella y que luego consiguiera un equipo de trabajo: nosotros. Yo fui la última en aceptar... después de que me rogaran un buen tiempo.
—Deberían tener más cuidado, se les puede salir de las manos, ¿qué tal si respiras algo de esa cosa por accidente o...?
—No —le interrumpí—, no entramos en contacto sin el equipamiento especial, y si pasara algo pues... al menos lo intenté.
—¿Morirías por esa investigación? —preguntó muy sorprendido.
—Bueno —dudé al ver su expresión—, trato de no morir pero... si llega a pasar pues qué más da, una guerra se aproxima.
Frunció el ceño.
—Me parece que el gobierno amenazó con atacar a los H.E con toxinas, así que de algún modo ellos ya están enterados y no tardarán en querer poseerlas, pero...
—¿Están aguardando?
—O planeando la forma de obtenerlas —puso sus dedos en el mentón con un gesto pensativo.
—Sí, ese fue un pésimo movimiento del gobierno. En fin, será mejor que ya me vaya —me puse de pie.
Habíamos estado sentados en su cama, la distancia entre nosotros se había acortado un poco más.
—Buenas noches, señorita —se despidió de mí como siempre lo hacía, con una dulce y amable sonrisa.
Le devolví el gesto. Fui hacia mi habitación. Me sentí tensa, era verdad, una guerra se aproximaba, ¿estábamos en verdad dispuestos a contaminar el planeta de esa forma? Esa toxina no debía ser usada ni para esas causas. Pronto el agua cubriría más porciones de tierra, venía quitándonos territorio desde que el calentamiento global inició. Ahora estaban en proceso de revertirlo y detenerlo, el mundo se había unido en un solo gobierno. Hubo muchos conflictos y guerras por eso, la tierra fue un caos por muchos años. ¿Valía dañarla más?
Ya en mi habitación, empecé a alistar mi pijama, y al cabo de unos minutos ya estaba lista para dormir. Alguien tocó mi puerta y fui a abrir, Rosy estaba ahí cruzada de brazos.
—Vine a verte tres veces, ¿por dónde andabas? —estaba impasible.
—¿Y por qué la urgencia? —respondí.
Me miraba de forma suspicaz.
—Solo curiosidad, no es la primera noche que no te encuentro.
Resoplé y empecé a arreglar mi cama.
—No es nada.
—¿Te estás viendo con alguien? —sonreía sintiéndose cerca de la respuesta.
—Claro que no —el tono de voz no me ayudó.
Abrió los ojos como platos.
—Antoni —susurró, poniéndome nerviosa. Había metido la pata.
—No… —salió disparada de mi habitación y la seguí enseguida.
La encontré tocando la puerta de él. Me acerqué y la tomé del brazo para sacarla de ahí, pero la puerta se abrió antes de poder desaparecerme.
Ahí estaba él frente a nosotras, con el torso desnudo, usando solo pantalón. Me ruboricé de vergüenza y seguro Rosy estaba igual. En verdad era alto y de contextura normal, pero sus músculos estaban bien marcados. Quedé sorprendida, estaba en buena forma. Los hombros anchos, caderas estrechas. «Vaya hombre». Nos habíamos quedado embobadas como dos completas idiotas por un par de segundos. Nuestra carrera implicaba haber visto cuerpos desnudos casi seguido, pero no había estado frente a… Bueno, uno vivo, por la especialidad que había tomado.
—¿Sucedió algo? —nos preguntó haciéndonos reaccionar.
—Perdón —dijo Rosy, sonriéndole—, puerta equivocada.
Me empujó y echamos a correr de vuelta a mi habitación como dos locas. Entramos, ella cerró la puerta y quedó mirándome sorprendida.
—¿Te estás acostando con él? —preguntó casi horrorizada.
—¡Por Dios, claro que no! —exclamé.
Noté cómo se aliviaba de pronto. Se mordió el labio.
—Él me gusta —declaró avergonzada.
Resoplé.
—Sí... lo he notado.
—Pero si te gusta también, entonces...
—No —le interrumpí—, no. Descuida, solo conversamos... Nada especial.
No me sentía bien al verla preocupada por esas cosas. No tenía cabida en la situación actual y yo no podía permitirme sentir nada, la humanidad se enfrentaba a algo grave. No había tiempo para amores sin sentido, ni para empezar a actuar de maneras infantiles.
Ella asintió lentamente con la cabeza.
—Quizá a él le gustas.
—No, en serio, todo está normal.
—Lo veo mirarte sin parar todos los días —insistió—, como si acechara.
—Rosy... ya, no lo creo. Además es de tu edad, no de la mía —aclaré, como si ese dato fuera trascendente.
Miró al suelo, apretó los labios y se encogió de hombros.
—Bueno, a ver qué pasa. Te dejo descansar —me dijo ya de un mejor ánimo.
Le sonreí, nos abrazamos y se fue.
***
La luna estaba en lo alto del cielo. Me encontraba caminando por una calle oscura, unos ojos brillantes me cuidaban las espaldas y de algún modo me sentía segura. Me detuve de pronto al oír un bajo gruñido más adelante, el ser que iba detrás de mí también empezó a gruñir y pude ver sus colmillos relucir bajo la luna.
Abrí los ojos, estaba en mi habitación. Los gruñidos aún retumbaban en mi cabeza, los había escuchado tanto que mi cerebro los reproducía a la perfección en mis pesadillas. Suspiré y miré al techo, solo soñaba tonterías.
Estaba volviendo a cerrar los ojos cuando un fuerte ruido me hizo brincar de la sorpresa, eran las alarmas del edificio. Me horroricé, habían logrado infiltrarse en las instalaciones, sabía que podían ser los humanos evolucionados.
Salí corriendo de mi habitación. Al pasar por el pasillo principal escuché que Marcos me llamó pero seguí de largo, mi objetivo se centraba en proteger la toxina, debía sacarla de ahí. No sabía dónde se encontraba lo que había activado la alarma pero todo el personal se estaba reuniendo en el hall principal dejando el laboratorio y las toxinas a dispensas de lo que fuera que hubiera entrado.