Decidí no presionarlo más y le sonreí.
—Olvídalo, ya no tiene importancia, ¿vamos a caminar por ahí?
—Me gusta esa idea —dijo sonriente.
Fuimos caminando despacio. Él observaba los alrededores fascinado, tal vez por ser la primera vez que estaba en esta ciudad. Noté que algunas mujeres pasaban mirándolo, no me extrañaba. Él se veía genial para cualquier chica, con ese jean azul marino y esa camisa blanca de delgadas líneas grises verticales. Que, como de costumbre, la llevaba fuera del pantalón, viéndose tan casual. Y claro, sin mencionar sus ojos de verde destellante que contrastaban con su cabello oscuro. Yo me sentía patética con mi jean y mi blusa sencilla.
—¿Por qué no querías celebrar tu cumpleaños? —preguntó curioso.
Suspiré.
—Varios motivos. No sentía que hubiera algo real que celebrar, tengo trabajo que hacer, y bueno... que soy una maníaca y siento que se me va la juventud.
Soltó una hermosa risa al oírme decir eso y sonreí.
—Eres joven, ya no pienses en eso.
—Sí, bueno. Recordé también que ahora soy tres años mayor que tú —repuse.
Quizá el recordarle la edad le diera una pista para que se alejara, si es que Rosy tenía razón y él estuviera interesado en mí, que lo dudaba. Aunque tres años seguían siendo poca diferencia.
—No, solo dos, ya tengo veintitrés —dijo, sacándome de mis pensamientos.
—¿Qué? ¿Cuándo?
—Hace ya varios días.
—¿Por qué no me dijiste? —me sentí algo apenada.
—No sentí motivos... Igual que tú —había cierto tono de tristeza en su suave voz.
Me sentí ridícula por andar despreciando las cosas que tenía, este joven no recordaba su pasado y estaba más solo que yo. En verdad tenía ciertos motivos para andar amargado, sin embargo me sonreía.
—Espérame unos minutos, iré a comprarte algo —le dije.
—¿Qué? No, no es necesario...
—Claro que sí —le interrumpí, ahora me sentía como una Rosy—, ya sé qué darte, solo dame unos minutos.
Sonrió y negó con la cabeza.
—No te rendirás, ¿verdad?
—No.
—Bueno, te busco de aquí —sonrió y se alejó.
Fui directo a una tienda que ya conocía. Compré un pequeño reproductor de música y unos parlantes también pequeños. Como conocía al joven que vendía ahí, le pedí que le pusiera las canciones que me tenía guardadas, ya que hacía mucho le había pedido que conservara una copia de todas por si un día yo las perdía.
Salí al cabo de casi media hora y fui a buscarlo. Recordé que él no tenía celular y no habíamos quedado en un lugar en concreto.
Empecé a caminar para volver al lugar donde lo dejé y dos hombres me atajaron en el camino. «Rrrrayos», pensé. Había olvidado los problemas de seguridad en la ciudad. Esta gente era el colmo, afuera se debatía una futura lucha y estos infelices pensando en robarle a los que les rodeaban.
—Nena... —dijo uno—. Qué guapa eres.
Avanzaban hacia mí y yo retrocedía por instinto.
—Bueno, ya —les dije—. Les daré mi bolso y...
—¿Tu bolso? No queremos tu bolso, linda —dijo el otro.
El pánico me empezó a invadir. Miré de reojo hacia los alrededores, había solo dos personas que se alejaban por la calle de enfrente, completamente ajenas a lo que me pasaba.
—No, el bolso no, pero quizá después —agregó el primero.
Me lancé a correr de golpe, felizmente llevaba zapatillas puestas. Siempre procuraba usarlas para soltar carrera cuando lo requiriera, sobre todo en este mundo perdido. Los hombres me siguieron, uno era panzón y estaba quedándose atrás. La adrenalina no me permitía frenar.
El más delgado me alcanzaba, giré por otra cuadra vacía y oscura. «¡Rayos!, ¿es que acaso la gente huye de mí?» Olvidé que muchos negocios ahora cerraban temprano, al menos, la mayoría. Noté que había un edificio abandonado. El hombre agarró mi hombro, grité y me zafé rápidamente de su agarre. Empujé una puerta metálica, entré a la velocidad y la cerré de golpe, el hombre se chocó contra esta.
Mi respiración estaba agitada. Me apoyé en la puerta para evitar, de algún modo, que la abrieran, aunque no creía que resultaría.
—Apura, gordo idiota, se metió aquí por tu culpa —le oí rabiar al flaco.
—¿Por qué por mi culpa? ¿Tú ibas detrás, no? —respondió el otro. Casi no le salía la voz de lo cansado que estaba.
Patearon la puerta, y el golpe casi me avienta hacia delante, así que me apoyé contra esta, haciendo fuerza con las piernas para evitar que me botaran con todo. Saqué mi teléfono móvil del bolso a la vez que daban otra patada. Mi mano temblaba. Traté de llamar a Marcos pero volvieron a patear, haciéndome marcar mal, así que empecé a borrar para corregirlo.
—Oye, ¿qué es eso? —dijo uno. No volvieron a patear.
—Parece un hombre, no logro ver bien, está oscuro —se quejó el otro.
—Está viniendo hacia acá, ¿será policía?
—No sé, si no lo noqueamos, esta tontita corredora es nuestra...
Me sentí aliviada, alguien venía, seguramente los haría irse. Y si no, gritaría para que al menos notase que estaba aquí. Pero lo que oí no fue para nada bueno: un fuerte gruñido. Lo reconocería en cualquier lado y se reproducía en mis sueños a la perfección, el gruñido inconfundible de los H.E. No sabía cómo había logrado infiltrarse en la ciudad pero estaba ahí.
—Mierda, un H.E.
—Corre… ¡CORRE!
Echaron a correr tan pronto como pudieron. Escuché otra corrida que era el doble de veloz y que venía; sin duda el H.E había iniciado su persecución desde donde estaba. Me horroricé, si lograba olfatearme se detendría y vendría por mí, estaba frita.
Me deslicé y terminé en el suelo abrazando mis rodillas, cerré los ojos. Para mi alivio, el H.E pasó de largo a toda velocidad y suspiré. Al cabo de unos segundos supuse que les había dado alcance a esos dos hombres, o por lo menos ya estaba muy cerca de ellos, por los gritos de niña en pánico y palabrotas que soltaron.