Me encontraba caminando en una clara noche iluminada por la luna, cruzaba la espesa vegetación. Podría jurar que algo me seguía en las sombras, podía oír su respiración, era extraño, algo irreal. De entre el follaje salió un enorme jaguar de un salto, tenía unos enormes ojos que reflejaban la luz de la luna. El animal corrió hacia mí, el pánico me invadió y me preparé para recibir su embestida, pero pasó de largo, persiguiendo a unos desconocidos que estaban detrás.
Abrí los ojos, y me tapé la cara con la almohada. Había que ver la obsesión de mi cerebro con las noches de luna llena y las cosas persiguiéndome. Me alisté para empezar el día, no había ido a ver a Antonio anoche. Hablar y estar con él se había vuelto el motivo principal para salirme de la cama y apurarme en avanzar con mi trabajo, lo quería, quería a ese joven. Si alguien venía buscándolo, por lo menos esperaba que no fuera su novia o algo así. Aunque, por otro lado, no quería involucrarme con él en serio, no ahora. Ya ni sabía lo que quería.
***
Me encontraba mirando por el microscopio cuando Rosy se me acercó, llevaba consigo una pequeña cajita.
—¡Feliz cumpleaños!
Sonreí. Marcos apareció a su lado.
—Es de parte de los dos, por cierto —replicó él.
—Yo fui la de la idea —dijo Rosy.
—Pero el setenta por ciento de la inversión fue mía —le reclamó.
—Chicos gracias, en serio.
Tomé la pequeña caja y la abrí. Adentro había un bonito collar con un dije de plata, tenía la forma de un gato. Quedé observándolo con una sonrisa.
Rosy se acercó a decirme algo al oído.
—Pensé en que te haría recordar a alguien —susurró.
Tenía razón pero era un poco al revés. Los gatos no me recordaban a Antonio, era Antonio el que me hacía pensar en un gato de ojos verdes. Reí un poco.
—Gracias, me encanta —dije mientras me lo ponía.
—¡Sí! —exclamó ella—. Bueno te dejamos continuar.
Rosy se fue. Marcos estaba algo pensativo, sabía que tenía algo que decirme. Me senté a seguir con el microscopio esperando a que se animara a hablarme. Se sentó a mi lado y jugueteó un poco con los dedos.
—Marien... —dijo finalmente—. Debo decirte algo.
—¿Sí? Dime —respondí de forma casual.
—Es la última vez que te molesto con tema así que, por favor, te pido que me escuches... —habló nervioso.
Suspiré.
—Bueno, ya sospecho de qué me hablarás.
Se juntó más a la mesa y se aclaró la garganta.
—Entré a la biblioteca en la ciudad, y encontré un par de libros. Uno cuenta que los ángeles brillantes bajaron del cielo y actuaron en secreto, creando un castigo para los humanos. El otro libro me interesó más, era de más de mil cien años. Hablaba sobre leyendas de extrañas personas con características de animal.
—Hum, ¿cómo qué? —cuestioné mientras cambiaba la muestra del microscopio.
—Esos seres eran descritos como humanos, con una fuerza tremenda, siendo capaces de luchar cuerpo a cuerpo con animales como panteras y osos. Además tenían garras, enormes pupilas rasgadas y los dientes caninos más desarrollados, como colmillos... Sin duda es la descripción de los evolucionados.
—Sí, así veo, ¿y qué es lo que tiene ese libro que te ha hecho venir a mí?
—Narra que estos seres no hacían acto de presencia cuando eran jóvenes, siempre se presentaban ya adultos, lo que crea el mito de que cuando son jóvenes no están al cien por ciento de su capacidad...
—Es una leyenda —le interrumpí.
—Ya pero... piénsalo, nosotros tampoco sabemos cómo son de jóvenes, no podemos penetrar su territorio entre la cordillera, gracias a esas sociedades protectoras que alegan que porque siguen siendo humanos no podemos hacerlos volar…
—Eres un genocida —dije entre risas.
—Bueno, no iba a eso —rió también—. Ahora piensa en esto... Un joven H.E, no tiene garras aún, ni pupilas rasgadas, no se le han desarrollado los caninos, pero ya tiene suficiente fuerza como para noquear a otro H.E adulto.
—¿Ahora me dirás que Antonio es un H.E en la pubertad? —le volví a interrumpir.
—Tú solo piénsalo, cabría la posibilidad.
—Él es muy bueno como para ser uno de esos sanguinarios seres.
—Recuerda que ha perdido la memoria —advirtió preocupado.
Miré mis manos con el ceño fruncido. Sentí intriga, pero solo era una teoría, quizá no se presentaban más jóvenes a los humanos por simple costumbre.
—En fin, te dejo. —Se fue antes de que pudiera responderle.
***
Después de la jornada de la mañana, que se me había prolongado más de la cuenta, fui al comedor. Antonio no estaba, y la desilusión me inundó. Fui a la mesa donde estaban Marcos y Rosy.
—¿Y Antonio? —pregunté.
—Solo lo vi entrar y llevarse una botella de leche, quizás aquí vuelve —respondió Rosy.
—La hora de almuerzo casi acaba, no creo que vuelva —traté de fingir un tono casual.
Noté que Marcos miró a mi amiga y ella reaccionó.
—Eh, ¡bueno! —exclamó—. Ya vuelvo, no me esperen.
Se puso de pie y llevó su bandeja vacía. Esa excusa había sido mal planteada. Sospeché que era otra especie de truco para dejarme sola con Marcos, y lo era.
—Oye... —dijo él con tono amable—, quería... Quería decirte algo —sospeché que esto era algo distinto a lo de más temprano—. Te gusta ese Antonio, ¿verdad? —su tono de voz no pudo ocultar cierta tristeza.
Me quedé en silencio. Sí, lo quería, pero no pensaba decírselo ni a él, tenía que dejarlo en claro.
—Le he tomado cariño, eso es todo —dije al fin—, no pienso en él de manera que quiera un día entablar una relación seria o algo —sentí que me ruborizaba de la vergüenza por estar contando esto, nunca antes le había comentado a alguien mi gusto por otra persona—. Además, no creo que él sienta algo...
—Lo dudo, sería un tonto si no llega a sentir algo por ti —me interrumpió. Nos miramos unos segundos, y volvió su vista a la mesa—. Siento algo por ti —confesó nervioso.