Ojos de gato tentador

Capítulo 8: Leyendas y sospechas – 2

 

A la mañana siguiente me apresuré a terminar mis investigaciones, todo para ver a Antonio antes de que empezara la noche, y poder estar con él más tiempo. Cuando terminé fui a mi habitación, guardé el pequeño reproductor en mi bolso y salí. Me topé con Rosy y Antonio.

—¡Marien! —dijo ella—. Vamos a saludar a Elena un rato, acompáñenme y luego los dejo en paz, ¿sí? Mira que Antoni ya aceptó venir.

—Ah... —miré a Antonio y él me arqueó una ceja—. Bueno —acepté algo frustrada. Miré a Rosy—, pero sabes que ella no me agrada mucho.

Elena era bióloga y trabajaba para otro doctor que a su vez trabajaba junto con Julio. No me agradaba porque era muy extrovertida, y no de la buena forma. Se le había ofrecido a Marcos un sinfín de veces, igual que a otros en la facultad, pero el que fue a caer con ella fue un ex novio mío, que por ese detalle paso a ser ex.

—Solo le daremos mi regalo y nos vamos, lo prometo. Te necesito ahí para atestiguar que llevamos prisa y no me haga quedar, es que me ha pedido tanto que vaya... ya sabes como soy —dijo con remordimiento.

—Sí, no puedes decir que no.

Nos dirigimos al segundo nivel y fuimos a la sala de estar principal. Había varios compañeros, pero, sobre todo, estaban los de su sector, a quienes casi no conocía. Elena se deslizó entre algunos de sus compañeros y vino feliz a saludarnos.

—¡Hola! —exclamó—. ¡Viniste! —plantó los ojos en Antonio—. ¡Me trajeron un regalo!

—Sí, aquí... —Elena hizo caso omiso a lo que Rosy le habló.

—¡No puedo esperar a quitarle la envoltura! —dijo mientras tomaba a Antonio del cuello de su camisa.

Él frunció el ceño y la miró, ¿confundido, molesto? No me di tiempo a descifrarlo. pues lo aparté enseguida de las manos codiciosas de esa pesada chica.

—Lo siento, es mío —le dije sin pensar.

—Este es tu regalo —intervino mi amiga, algo nerviosa. Le sonrió para aliviar la tensión.

Elena lo tomó.

—Vaya, gracias. Aún hay chicas amables —murmuró.

No la miré, preferí mirar a Antonio. Noté que Elena había logrado desabrocharle un botón de la camisa. Dios, era veloz. Pero me alivié, pues no parecía haber escuchado lo que dije.

—Bueno, nos retiramos, llevamos prisa —anunció Rosy al fin.

—Oh, rayos. Deberían quedarse, Oscar me dio permiso para tomar unos cuantos tragos —volvió a mirar a Antonio.

—No, tenemos trabajo que hacer. Fue un gusto saludarte.

«Sí, claro», pensé.

—El gusto fue mío —respondió Elena sin dejar de mirar a Antonio.

Pero qué plagosa que era. Hacía tanto que no me sentía celosa o incómoda. Todas esas cosas innecesarias ahora, habían vuelto por haberme permitido sentir algo por él. Nos retiramos del lugar, y al bajar las escaleras mi amiga se despidió.

—Gracias chicos, no me habría dejado salir —dijo sonriente. Me jaló a un lado y se acercó a decirme algo al oído—. Marcos me contó lo que hablaron —sonrió y se volvió a acercar a mi oído—. Esta es tu noche, anímate y dile.

Me ruboricé. Sabía que esos dos se habían confabulado, no debí abrir la boca. Me dio un par de palmadas en el hombro y se fue. Miré a Antonio y él se acercó a mí. Me volví a ruborizar.

—¿Vamos a tu habitación? —le pregunté—. Aún no te he dado lo que te compré.

—Claro —curvó los labios en una media sonrisa.

Fuimos lentamente hasta su cuarto. La luz estaba bien baja, y al entrar, cerró la puerta. Por un momento pensé que quizá anoche no la cerró porque sabía, de algún modo, que yo saldría huyendo en cualquier momento. Me sentí patética al recordar eso.

—Perdón por lo de ayer.

Él volteó y me miró confundido, había algo de preocupación en su rostro. Recordé que hoy tampoco se había presentado en el almuerzo. Algo lo tenía así y no sabía qué era.

—Descuida —respondió en tono amable.

—Me gustaría escuchar más sobre la vida de los H.E —le sonreí—, pero no por hoy.

Saqué de mi bolso el regalo que tenía para él y se lo enseñé. Mostró una fugaz sonrisa. Me moría por saber qué lo tenía preocupado como para que no sonriera más, pero por ahora me concentraría en despejarle la mente.

—Tengo algo de música aquí —dije mientras abría el paquete—, te hablaré de algunas. Tengo de todo un poco, géneros de casi todo tipo, algunas son músicas muy antiguas —él se acercó para ver el pequeño aparato—. También trae audífonos por si no quieres hacer bulla.

—Gracias —dijo casi en susurro. Mantenía esa leve sonrisa sin mostrar los dientes.

—Por cierto, ¿tu bombillo está mal? Está bien baja la luz —comenté, y es que ya casi estábamos en penumbras.

—Sí creo, pero déjalo así —respondió en tono casual.

Apenas podía verle bien el rostro pero, por otro lado, agradecí la oscuridad parcial. Ocultaba el rubor que me había producido el pensar en que eso le daba al ambiente un toque de intimidad y romanticismo. Enchufé los parlantitos al reproductor y empezó una canción, puse el aparato en el velador y nos sentamos en su cama.

—Esta es una canción de cuando era niña, me gusta su ritmo suave... —conté.

—Se oye agradable —murmuró—, y creo que se me hace conocida.

—¿Sí? —lo miré—. Quizá te ayude.

—¿Sabes? Los H.E hacen otra música.

—Vaya, ¿y cómo es?

—Más que todo, solo instrumentales.

—Genial, también tengo instrumentales aquí. Son las que más me gustan —me mostró su leve sonrisa—. Por otro lado, siempre tuve curiosidad por saber cómo vivíamos antes de que los humanos evolucionados aparecieran —volví a ver hacia el reproductor—. Tú sabes... Y como que no abundaban tantas canciones raras como ahora —sonreí con nostalgia.

—Antes el mundo tenía sus problemas según lo que leí —agregó él—, pero no estaba en esta crisis extrema de ahora.

—Sí, analizando estas canciones antiguas puedo casi imaginar cómo vivíamos antes los humanos —empezó otra canción—. Ah, esta es antiquísima —dije sonriendo de repente—. Una salsa, o algo así, ya casi no existe este género hoy en día. A las personas antiguas les gustaba bailarla, no soy mucho de estas pero… —suspiré—. Antes había gente más feliz... Solo escucha esa letra.




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