Puedes llamarlo como quieras: destino, suerte o karma, el punto es que todos llegan a la vida de otros por una razón.
En el caso de Yevhen, Micah llego para darle una bofetada de realidad.
O quizás venia para destruir su realidad y su normalidad cotidiana, y mundana.
Cuando Yevhen era un adolescente hizo una lista exacta de todo aquello que tenía una chica que la hacía merecedora de su atención, lo escribió todo en un cuaderno negro, mismo el cual encontró de nuevo revisando algunos objetos de su niñez y etapa puberta. La ironía era latente: Yevhen odiaba a las chicas que usaban ropa masculina, de un solo color o demasiado grande, odiaba los tintes de colores no naturales, odiaba el rímel exagerado, odiaba los tenis o cualquier zapato deportivo en una mujer, odiaba el cabello maltratado, los olores o fragancias extraños, odiaba cuando eran muy parlanchinas, él las prefería calladas, odiaba cuando se hacían las interesantes, odiaba cuando intentaban ser misteriosas, creyéndose especiales y creyendo que él iría tras ellas, odiaba cuando eran sarcásticas, odiaba cuando eran muy gordas o delgadas, odiaba cuando sus pechos y traseros no eran lo suficientemente grandes, odiaba el barniz de uñas de colores que no fueran rosas o suaves, odiaba cuando ellas intentaban ser superiores a él; pero sobretodo, Yevhen odiaba y no soportaba las estrías.
Curiosamente Micah poseía cada una de dichas características.
Y desde el momento en que la vio no pudo dejar de pensar en ella, en sus enormes y saltones ojos de sapo, los cuales se habían quedado grabados con fuego en su mente. Ni siquiera miles de mujeres con las que estuvo en ese tiempo pudieron sacarla de su mente, su mirada muerta y sin vida, para luego convertirse en una mirada feroz y agresiva, y finalmente culminar en una dulce mirada de niñita ingenua.
Yevhen siempre pudo manejar a las mujeres, descifrarlas y moldearlas a su voluntad, ahora no entendía por qué le era tan difícil descifrarla a ella. A Micah.
Y ahora más que antes, más que todo el tiempo que llevaba de conocerla, Yevhen deseaba tenerla cerca, pues su boda con Kylie estaba aún más cerca que nunca, ya era algo real, Yevhen siempre supo que pasaría, que tendría que casarse con ella, con esa estúpida con silicona en el cerebro nueve años menor que él. Algo es saberlo, otro, totalmente diferente es sentirlo. Creía que podría soportarlo, soportarla, únicamente posar y salir bien en las fotos, pero ahora, con Micah en absolutamente todos sus pensamientos las cosas eran tan distintas, que se sentía asqueado de solo pensar en tener que tocarla, porque sabía que ninguna de las familias vería la fecundación artificial como una opción. Tendría que tocarla, desde sus extensiones falsas, hasta sus implantes de silicona. Y después tendría que pasar los siguientes nueve meses que tardaba esa…cosa en gestarse haciéndole masajes con aceite de coco en los pies, cumplir todos sus antojos y programar una cirugía para salvar su costosísimo cuerpo del precio del embarazo.
Sabía a ciencia cierta que no podría amar más estrías que las de Micah, ni siquiera le entusiasmaba muchísimo el hecho de verla gritar como alma en pena por horas y horas hasta expulsar al bastardo de su estómago por su muy operada vagina.
Aunque lo más posible es que la criatura nacería mediante cesárea, sabía lo floja y torpe que era Kylie, ella no movía ni una uña por sí misma, mucho menos lo haría por un estúpido niño.
Esa era la realidad de la mayoría de los herederos de imperios, su única preocupación: ellos mismos.
Yevhen se levantó alrededor del mediodía, con el calor del sol chamuscando su piel, gracias a una ventana abierta. Sentía que su cabeza iba a explotar la resaca de la noche anterior lo destruyo por completo, ojala pudiera dejar de beber, pero era un vicio que tenía desde que era un espermatozoide. Con dificultad y sin siquiera ropa interior se puso de pie, observando desanimado todo el desorden y basura que dejo su reunión casual la noche anterior, debía admitir que sus amigos y las prostitutas que contrato no eran muy considerados con los bienes ajenos, pero no le importo, de todas maneras todo era reemplazable: los cuadros, las estatuas, la ropa de diseñador, los autos de última generación, todo, absolutamente todo, todo menos esos ojos de sapo.
Yevhen bajo por las escaleras listo para llamar a su servicio de limpieza para que dejaran la mansión como nueva, pero se sorprendió al encontrar a varias prostitutas aun en una de sus propiedades, tres de ellas dormidas en el sofá, una en el suelo y una cuarta en los bordes de la piscina, la prostituta que estaba en el borde de la piscina tenía un horrible bronceado que de seguro le provocaría ampollas por las quemaduras del sol. Al principio intento despertarlas, pero cuando la chica en el suelo termino vomitándole en el pie izquierdo se enojó y empezó a golpearla, tomándola del cabello y arrastrándola por el camino rocoso hasta la puerta del frente. Debido a los sollozos de la chica las otras tres terminaron por despertarse y casi desnudas tomaron sus cosas, listas para irse.
— ¡YA LARGUENSE, ZORRAS!
Grito Yevhen pateando a la chica tendida en el suelo, haciéndola correr casi a cuatro patas de la mansión, acción que imitaron las otras tres.
Yevhen volvió a su casa y se vistió, pero al momento de buscar su camisa favorita se dio cuenta de que esa no estaba en su armario, enojado empezó a buscarla por toda la habitación, hasta que desde la sala de estar empezó a sonar a todo volumen una canción, misma que hacia los vidrios vibrar, Yevhen dio un salto asustado, escuchando el <<Right 'round, 'round, 'round. You spin me right 'round, baby>> de fondo, asomándose por el segundo piso intentando ver a quien había osado a tocar sus cosas sin permiso. Pudo distinguir a una figura femenina de cabello negro moviendo sus caderas y al observar mucho mejor se dio cuenta que la infeliz llevaba puesta su camisa favorita. Hacia unos movimientos simplemente ridículos, movía sus brazos como si fueran las alas de una gallina intentando volar y sus piernas gruesas marchaban con el ritmo de la melodía. Pero en si no le enojaba el hecho de que bailara tan mal, tampoco de que usara sus cosas sin permiso, sino que la muy maldita creía tener alguna clase de privilegio sobre las demás, de no ser asi, ¿Por qué se habría quedado? Yevhen siempre les pagaba por adelantado, ¿Querría más dinero? ¿O quería ofrecer sus servicios? De ser ese el caso la golpearía y luego le daría una buena cantidad a cambio de su silencio y para que pagara la factura del hospital.