— ¿Y se está yendo?
Pregunto Yevhen, deseando que no fuera asi, al contrario, quería que Micah se quedara, la quería a su lado.
— Así es señor.
Yevhen le pego un puñetazo a la pared alterado, con la rabia hirviendo con la pasión y ferocidad de mil soles.
— ¡Deténganla! ¡Amárrenla a una silla de ser necesario! — de la nada, imágenes del diminuto infante el cual Yevhen anhelaba que fuera suyo llegaron a su muy drogada mente, encontró otro frasco de las píldoras que él mismo había creado y debido a los nervios nuevamente las había consumido, en ese caso la cabeza de aquel transeúnte se rompió en vano. Pero sin importar cuantas píldoras tomara, sin importar cuanto alcohol hubiera en su organismo no podía dejar de escuchar los lamentos y sollozos de aquel tierno e inocente niño — ¡NO! ¡ESPEREN, NO! No hagan nada de eso, solo cierren la puerta y las posibles salidas — Yevhen se mordió el labio recordando a Mitski llorando —. No hagan nada que asusté al bebé.
Ordenó subiendo a su auto.
Micah paso dos horas encerrada en la habitación, después de dicho tiempo salió y empezó a empacar sus pertenencias, y la del niño. Incluso le preparo el desayuno, pero eran claras sus intenciones de volver a desaparecer, era una experta en esa materia, en desaparecer sin dejar rastro. Yevhen observó atentamente la carpeta en sus manos, contenía toda la información sobre Micah y el niño, cuyo nombre real era Oliver... Oliver Lomelí.
Y Oliver era todo lo que Yevhen soñó en su hijo, pero ahora no sólo debía mantenerlo a su lado, sino también redimir sus pecados en contra de su madre, Yevhen no quería hacerles daño, Yevhen quería amarlos y cuidarlos, asegurarse de que fueran felices: aún así sentía cierto grado de inquietud por saber si era o no el padre del menor, necesitaba que lo fuera, porque de ser así no tendría ningún buen motivo por el cual no acabar con Micah.
Y en el fondo Yevhen quería destruirla, romperla, romper su mente y cuerpo, sobre todo su cuerpo y lanzarla a un rio convirtiéndose en otro de miles de feminicidios sin resolver, pero también la quería a su lado. No entendía de dónde venían esos sentimientos tan contradictorios, pero de algo estaba seguro: no podría conservarla si el niño no era suyo.
Porque ya tenía muchísimos problemas.
Al parecer alguien deseaba acabar con su vida, alguien que no era Micah. Según sus hombres recibieron un mensaje directo de su celular, ordenándoles irse, retirarse y no volver hasta la tarde siguiente, quién fuera que hubiera dado dicha orden tenía bajo su poder su celular, mismo que contenía información valiosa e...incriminatoria.
— ¡Habrán la maldita puerta!
Gritó Micah dándole una patada a la puerta, en donde tres de sus hombres estaban evitando que ella y Oliver salieran de la casa. Al verlos Yevhen sonrió, esperando verse lo menos aterrador posible para no hacer llorar o incomodar a Oliver.
Yevhen bajo de su auto y camino hacia la casa, donde antes de entrar tomo una de sus mágicas píldoras, que era una extraña combinación entre marihuana, cocaína y otro tipo de drogas que Yevhen se había tomado la molestia de olvidar. Sus hombres abrieron la puerta, dejando a Yevhen entrar, al instante Micah corrió y tomo a Oliver en sus manos, buscando algún lugar por el cual pudieran escapar, pero al no hallar escondite alguno, fue a la cocina y tomo un cuchillo, con el cual planeaba defenderse a ella y a su hijo del monstruo que estaba de pie frente a ellos.
—Por favor, baja eso Micah, vas a lastimar a Oliver.
Ella pareció desconcertada de que supiera el verdadero nombre del niño, pero pronto su confusión fue reemplazada por rabia.
—No, no confió en ti, ¿Cómo sé que no me violaras frente a mi hijo?
Yevhen se horrorizo ante las palabras de Micah, no porque fueran mentira, Yevhen era capaz de eso y mucho más, lo que provoco en él tal temor fueron los ojitos azules de Oliver volver a llenarse de lágrimas y aferrarse a su madre, mientras que con su chillona voz incapaz de pronunciar la “R” con claridad decía:
— ¿Nos van a violar?
Yevhen dudaba que Oliver conociera el significado de esa palabra, pero incluso para una mente tan tierna y joven en este mundo ya le era posible saber que no ameritaba nada bueno.
—Solo quiero hablar — pidió Yevhen intentando calmar el ambiente.
—No.
—Micah, por favor…
— ¡Dije que no!
Yevhen sacudió su cabello frustrado.
— ¡Solo una cena, Micah! ¡Eso es todo lo que te pido! UNA cena…— Yevhen trago saliva, intentando parecer sereno —. Hablemos, por favor, hagámoslo y después — Yevhen tuvo que obtener valor de donde no tenía para continuar la frase — te dejare ir…a ti…y a Oliver.
Micah pareció meditarlo, pero lo cierto es que no tenía muchas opciones. Era una clara situación de desequilibrio de poder, pues Micah no contaba con miles de hombres respaldándola u obedeciéndola ciegamente, tampoco poseía algo que hiciera a Yevhen caer en desventaja, lo único que tenía era a Oliver, pero ese niño, esa pequeña criatura recién llegada al mundo era todo lo que necesitaba para saber que no se rendiría sin luchar, incluso matar por él.
El sol se ocultaba tras la mansión, Micah estaba sentada al lado de Yevhen, en el puesto que usualmente seria para la esposa en una reunión familiar, Oliver estaba a su lado, coloreando con crayones en una hoja de papel, completamente ajeno a la forma tan peculiar en la que su madre observaba el cuchillo de plata frente a ella. Por otra parte Yevhenen saboreaba la calidad exquisita de su cosecha. Su familia no poseía la mayor bodega de Italia asi porque sí.
—La cena está servida.
Anuncio el chef dejando pasar a unos cuantos sirvientes que colocaron sin fin de exquisiteces en la mesa, Yevhen pensó que Micah se emocionaría, recordando su gusto por la comida, pero lo único que hizo fue darle una palmada en la mano a Oliver cuando intento sujetar una copa de helado frente a él. Oliver hizo pucheros y pronto amenazo con llorar, Micah lo miro sin emoción alguna, sus palabras eran crueles, frías, su voz carente de emoción o concepto de discreción.