SEGUNDO ENCUENTRO
“NUEVA VECINA”
TIEMPO ACTUAL:
Al llegar a mi habitación observé la cama con una sonrisa instalada en mis labios. En mis veintitrés años de vida jamás había visto algo tan hermoso como el reflejo de Camila a la luz de la luna.
Su cuerpo totalmente desnudo, mientras lo único que resaltaba contra la luz era la argolla dorada que adornaba su mano al igual que la mía. Mi esposa. Mi hermosa esposa.
—¿Lauren? —me preguntó ella con su voz un poco ronca por el sueño—. ¿Pasa algo?
—Solo fui al baño cariño. Vuelve a dormir—dije con una pequeña sonrisa mientras me quitaba mi camisa favorita para dormir que era de AC/DC y quedaba en ropa interior. Suspiré entrando a la cama y rápidamente sentí como su cuerpo se envolvía al mío trasmitiéndome paz.
—Es horrible despertar y no sentirte junto a mí—me dijo ella con su voz suave y yo la abraza contra mí besándole la parte de arriba de su cabeza con amor.
—Yo siempre voy a estar aquí—Siempre lo había estado, pensé mientras sentía como ella acariciaba mi brazo con mucha ternura.
—Me lo prometes—me preguntó ella alzando su mano. Yo sonreí entrelazando mi meñique con el de ella y besando nuestras manos unidas, como había hecho desde siempre para cerrar nuestras promesas.
—Para siempre, hadita—Camila besó mi cuello y un suspiró entrecortado llenó mi garganta en el momento en que sentí como su besos se tornaban profundos, húmedos y sensuales.
La lengua de Camila se deslizó justo por el lugar donde mi pulso latía aceleradamente proporcionándome un profundo placer que me hizo gemir fuertemente.
Me giró tomando su rostro entre mis manos y besándola apasionadamente mientras sentía sus manos en mi espalda tratando de quitar mi ropa interior. Y sin duda alguna supe que haríamos el amor.
Su forma de tocarme, su forma de amarme era única. La deseaba con cada poro de mi cuerpo, con cada latido de mi corazón y con cada respiración que daba. La había amado prácticamente toda mi vida. Esa mirada tan pura que a pesar de no poder verme me hacía sentir querida. Camila me amaba. Me amaba por lo que había en mi interior. Me amaba simplemente por ser yo. Y yo la adoraba más que a mi propia vida.
—Hazme el amor—le dije con la voz entrecortada mientras sentía como se sentaba sobre mí totalmente desnuda y nuestros cuerpos rozaban. Era la sensación más placentera del mundo.
—Eres toda mi vida—me dijo al oído mientras sentía como me dejaba un rastro de besos por mi cuello mientras descendía lentamente—. Eres todo lo que amo en este mundo.
—Mi amor…—dije entrecortadamente sintiendo como la boca de Camila se cerraba sobre uno de mis senos debilitándome con cada paso de su lengua—. Eres el amor de mi vida.
—Y tú el mío—me dijo Camila mientras se encargaba de mi otro seno.
Su lengua haciendo contorno en mi cuerpo era deliciosa. Sus besos descendiendo por mi vientre eran maravillosos. Sus manos separándome las piernas mientras me hacía suya era el paraíso. Sus dedos dentro de mí eran mi mundo. Camila era la única mujer que había amado en mi vida, era la dueña de mi corazón. Lo había sido desde siempre. Desde que iniciamos nuestra historia. Nuestra historia de amor.
DIECISIETE AÑOS ATRÁS:
Miami, Florida.
—¿Y porque tenemos que saludar a la gente nueva? —preguntó mi hermano Christopher mientras caminábamos por la calle. Habíamos pasado cuatro casas desde la nuestra con dos bolsas de galletas que mi mamá no me había dejado comer. Yo quería galletas de chocolate pero mi mamá había dicho que era para nuestros vecinos nuevos.
—Yo no entiendo porque dices que son nuestros vecinos si viven…—me giré contando las casas que habíamos pasado—. Cuatro casas después de la nuestra. Los vecinos viven en la casa de al lado.
—Porque viven en el mismo vecindario que nosotros, Lauren—dijo mi madre viéndome fijamente—. Y debemos darles siempre la bienvenida a las personas para que se sientan felices en su nuevo hogar.
—Pero yo quería galletas de chocolate—dije haciendo un pequeño berrinche.
—Yo me comí dos—me dijo mi hermano y yo le saqué la lengua.
—Lauren…—me llamó la atención mi madre moviendo la mano donde iban entrelazada mi mano con la suya—. Una damita no debe comportarse así.
—Yo no soy una dama—dije viéndola fijamente—. Yo soy una niña.
—Las niñas no hacen esas cosas—se corrigió mi mamá viéndome a los ojos y yo simplemente me ajuste mi beanie negro sin prestarle atención mientras seguía caminando.
La casa era de color blanco con unas ventanas de color azul. Era una casa enorme muy parecida a la mía. Solo que la mía tenía mi bici y la de Christopher afuera y una enorme silla para poderse columpiar que mi mamá decía que era para cuando quisiéramos aire fresco. Los juguetes de Chris estaban allí en el porche porque era desordenado pero en esa casa no tenía nada de eso. Solo tenía flores. Quizás no hubieran niños y solo serían dos señores muy viejos y arrugados y sumamente aburridos.