“TE ESPERAMOS”
UN MES DESPUÉS
OXFORSHIRE, INGLATERRA
Mis manos acariciaron mi vientre que se había ensanchado un poco debido al bebé mientras tomaba una taza de té frente a la ventana viendo la lluvia caer. Respiraba una profunda paz estando en ese lugar rodeada de árboles y alejada del bullicio de los estudiantes de Oxford.
La chimenea estaba encendida y daba un aire acogedor a toda la habitación. Mis ojos volvieron hacia la ventana viendo la lluvia que transmitía un sonido de cálida paz. Me costaba un poco dormir, y esa noche había decidido salir y ver la lluvia. Desde niña la lluvia me había parecido preciosa. Era una forma de borrar las penas y las tristezas.
Una pequeña sonrisa salió de mis labios cuando recordé todos esos momentos bajo la lluvia. Una aventura de juegos, un baile, un beso. Cada uno de esos momentos que había pasado junto a Camila, mi esposa.
OCTUBRE DE 2000
DIECISEIS AÑOS ATRÁS
—Lauren…—escuché la voz de Camila a lo lejos ya que estaba absolutamente concentrada en analizar porque Bubby parecía sonreír al verme.
La lluvia se escuchaba afuera y mi mamá le había dicho a Bubby y a Camila que se quedaran en mi casa hasta que pasara para después irse. Eran las siete de la tarde y yo debía irme a dormir a las ocho porque mi mamá decía que debería dormir temprano para ir a la escuela, como si dormir temprano fuera a quitarme el sueño que me daba escuchar a mi maestra hablar sobre matemática.
—Te juro que puede sonreír—dije mientras permanecía sentada en el piso con mis piernas cruzadas y con mis manos en el mentón observando a Bubby fijamente. Él no parecía tener idea de que estaba siendo sometido a un “análisis interesante” como decían muchas veces en las películas que veía mi hermano.
—Lauren no me gustan las tormentas—me dijo Camila y yo me giré para ver como intentaba bajarse del balcón donde siempre le gustaba sentarse. Yo me acerqué para ayudarle porque ella algunas veces necesitaba ayuda porque estaba cieguita. Pero a mí me gustaba ayudarla.
—Las tormentas no tienen por qué darte miedo—dije ayudándola a bajarse y luego observándola fijamente—. Solo es agua que cae del cielo. Mi mamá dice que la lluvia es buena porque le sirve a las flores para crecer y también a los árboles.
—Lo que me da miedo son los sonidos—dijo Camila y yo la observé poniendo mis ojos en blanco. Camila algunas veces se comportaba como una niña pequeña, tenía seis años, era grande. En ese momento un fuerte ruido se escuchó y Camila gritó mientras se tiraba sobre mí. Yo traté de apartarla pero la sentí temblar mientras Bubby se acercaba.
—No seas llorona—le dije al escucharla sollozar.
—No te vayas, Lolo—me dijo ella abrazada a mí—, no me dejes sola.
Camila me abrazó más fuerte y en ese momento me di cuenta que estaba realmente asustada. Suspiré mientras la abrazaba aun sintiendo que no debería hacerlo porque debía de crecer; pero Camila era mi mejor amiga y jamás dejaría que nada malo le pasara. Era una promesa porque yo era su guerrera, y ella era mi princesa.
—No debes de tener miedo porque yo estoy aquí contigo—le dije suave mientras veía por la ventana la lluvia caer. Estaba deseando salir a jugar y sentir que la lluvia caía sobre mi rostro. A mi mamá no le gustaba que me mojara porque me podía poner enferma, pero mi papá me decía que sabía lo genial que era jugar bajo la lluvia y que entendía que fuera tan feliz.
Mi mamá y mi papá eran distintos, y no solo porque eran niño y niña. Mi papá era genial y mi mamá era más enojona y me castigaba. Mi papá jugaba football con Christopher y conmigo y a mí me ayudaba a practicar mis lanzamientos para el equipo de softball infantil de mi escuela. Yo era la mejor, era la capitana.
Mi mamá también tenía cosas buenas. Me ayudaba con los trabajos de la escuela que eran difíciles porque ella daba clases como las maestras de mi escuela. Seguramente sería igual de aburrida que mi maestra y llamaba a los padres para quejarse, pero a mí me ayudaba mucho. Además, horneaba las galletas de chocolate más deliciosas del mundo.
—Me gustaría ir a jugar bajo la lluvia—dije suavemente y Camila negó abrazándome más fuerte.
—Vas a enfermarte y no quiero—la voz de Camila fue suave y yo simplemente volví a poner mis ojos en blanco. Enfermarse no era tan divertido, pero podía quedarme dormida sin ir a la escuela y ver caricaturas o películas todo el día, mientras mi mamá hacia todo por mí.
—Si me enfermo podría quedarme en casa, y que mi mamá me cuidara, y terminar de ver la película de La Cenicienta 2—dije rápidamente y Camila se apartó de mi abriendo su poca en sorpresa formando una letra “O”, como la del alfabeto.