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Me encuentro caminando por el extenso pasillo rodiado de puertas a ambos lados, siendo seguida a unos pasos de distancia por esa masculina figura que apareció en el umbral de mi puerta minutos atrás.
Al ver su silueta lo único que me vino a la mente fueron esos ojos infernales, pero no, me equivoqué, en su lugar estaba este chico que para mi sorpresa traía la cara descubierta dejándome ver unos rasgos delicados y hermosos, el cual solo me había dirigido la palabra para informar que me cambiara de ropa por unas prendas negras que hacían fácil el desplazarse y para indicarme que caminara, lo cual hice sin resistirme.
Quizás había sido un acto estúpido porque puede que a donde me llevaran fuera mil veces peor que quedarme encerrada, pero el solo hecho de estar completamente aislada sin ningún contacto con alguien e ignorante a todo lo que estaba pasando, me había impulsado a avanzar a paso apresurado con la esperanza de que al final del túnel encontrara la luz, o en este caso, las respuestas a todas mis preguntas.
Ya llevábamos unos minutos caminando donde solo el eco de nuestros pasos rompían el profundo silencio.
Algo que me llamó la atención es que el pasillo no iba en línea recta, es como si el diseño de la estructura fuese de forma circular, por lo que solo se podía observar unos metros por delante de mí, vislumbrando el resto a medida que avanzaba. Al caminar un poco más apareció una puerta que indicaba el fin del camino, y aunque era igual a las demás esta estaba en perfectas condiciones, pintada en su totalidad de un tono marrón oscuro. Al llegar justo al frente me detuve y el chico procedió a introducir el código de acceso que ocasionó un leve pitido, para luego ver como la puerta se deslizaba hacia la derecha.
Con una mirada el dueño de esos ojos de color café claro me indicó que lo siguiera, cuando mis pies cruzaron el umbral de la puerta me detuve abruptamente y mis ojos se abrieron de par en par detallando cada arma, porque si, la no tan pequeña habitación estaba cubierta en su totalidad de armas, y no hablo de pistolas y lanza granadas, sino de cuchillos, espadas, hachas, puñales, lanzas, sables, y más de cientos de filosos objetos que en mi vida no había visto ni en películas. Cada minúsculo espacio de la pared, y cada mesa en esta habitación estaba adornada con alguna arma. Mis ojos cayeron en una bola con pinchos de hierro sujeta con una cadena de un mango del mismo material que a simple vista podría apostar que era más pesada que yo. A mi izquierda me pude percatar de una jaula de barrotes en la que fácilmente cabría una persona, e inmediatamente mi cabeza se llenó de más dudas, al punto que sentí que iba a explotar si no preguntaba.
—¿Para qué son todas estas armas?, ¿qué es este lugar?, ¿qué hago aquí?, ¿por qué me secuestraron? —solté todo atropelladamente con la esperanza de que por fin se aclarara algo, pero como respuesta recibí.
—Solo escoge un arma.
Mi ceño se frunció con confusión, «un arma».
—¿Por qué, para qué?.
—Créeme no querrás salir desarmada —dijo con un tono de pesar en esa voz cantarina pero carente de brillo.
Lo cual me dejó aún más confundida, «salir a dónde», y lo más alarmante es que necesitaba un arma «¿por qué?».
Mi mirada recorrió toda la habitación, lo que hizo que una idea me centellara en la cabeza. Miré al chico que se encontraba aún junto a la puerta y luego a una especie de cuchillo del tamaño de mi antebrazo que reposaba en una mesa cerca de mí. En un movimiento rápido lo podría tomar y abalanzarme sobre él, y sí, aunque era más alto y musculoso que yo, y de que el mango que sobresalía de una pequeña funda situada en su cintura indicaba que se encontraba visiblemente armado. No podía desaprovechar la oportunidad, «con intentarlo no pierdo nada».
Dirigí la mirada otra vez hacía el chico decidida a actuar aunque todo estuviera en mi contra.
—No lo lograrías —su voz me sacó de mi pequeño trance.
—¿Qué? —fue lo único que pudo salir de mi boca, viendo como una de sus comisuras se estiraba en una pequeña y rápida sonrisa que duró solo segundos.
—Escapar, no llegarías ni a alcanzar el cuchillo, nunca subestimes a quien vas a atacar, te puede sorprender.
—No te estaba subestimando —me limité a decir al ser descubierta y sin tan solo mover un músculo, «que patética», pero... —¿cómo supiste lo que estaba pensando hacer?.
—Eres muy obvia, además, "Soy un buen lector de mentes" —dijo remarcando la última frase, «pero que carajos», pensé para mí.
—Te acabas de apropiar de un fragmento de un diálogo de Crepúsculo —me percaté de como sus ojos se iluminaban con diversión, pero con la misma rapidez que llegó se esfumó, volviendo a adquirir un gesto serio y frívolo.
—Escoge un arma, se te acaba el tiempo.
Con esa frase supe que no obtendría más palabras por su parte, y sí, quizás podría negarme a tomar algunos de esos objetos filosos, pero algo que siempre me ha caracterizado es la inteligencia, y si algún día masacran a tu familia, te secuestran, te llevan a un lugar lleno de armas y te dicen escoge una, pues la escoges, es mejor algo que nada y no sé lo que me pueda esperar.
Mi mirada hizo otro recorrido por toda la estancia y mi mente empezó a maquinar cuál era la mejor opción, descartadas estaban las espadas, las hachas y la bola con pinchos, de nada me servía un objeto que no podría levantar. Así que me encaminé a la mesa que estaba atiborrada de diferentes tipos de cuchillos centrándome en dos dagas de doble filo cuyas relucientes hojas se iban estrechando hasta terminar en una filosa punta con un mango de color plateado, las cuales por sus cortas dimensiones se hacían perfectas para mis pequeñas manos, y una vez que las tomé percibí que eran livianas.
Una mano me tomó del antebrazo haciéndome girar de forma suave.
—Es hora —dijo mientras me hacía caminar atravesando la habitación hasta llegar justo al frente de la jaula.
Editado: 27.08.2023