Pasaba por cada una de las lápidas que se encontraban a mi alrededor, la mayoría de ellas tienen fechas que se aproximan entre los ochenta y noventa años para aquellas personas que han fallecido ya a una edad establecida en la vejez, otro posiblemente llegaron hasta los cincuenta o sesenta pero en otras, sencillamente se encontraban en edades jóvenes, unas de dieciocho, veinte, veinticuatro o veintisiete; la verdad es que todas también tienen diferentes mensajes para aquellas personas que murieron pero aunque sus palabras tuvieran demasiado significado que puede llevar al amor y al dolor a la vez, me pregunté cuantas de todas aquellas personas que aún tienen sus familiares vivos, siguen visitándolos; no es que deba de pensar que con una visita seguida se sabe que aún existe un cariño hacia aquella persona que ya ha fallecido, no, la verdad, lo pienso porque muchas lápidas se encuentras descuidadas y otras ya tienen flores marchitas y secas.
Apenas nos encontramos a comienzos de la estación de otoño y muchas de las hojas de los árboles ya han caído, dejando a su paso una cama de hojas secas y de diferentes colores que apenas han sido recogidas por las personas que mantienen el cementerio limpio y en orden; intento no caminar rápido, casi siempre me detengo a leer un par de nombres de las personas sean hombres o mujeres, en otras ocasiones, solo visualizo a las personas que han llegado a dejarle flores a sus seres queridos y de vez en cuando, me encuentro en una sepultura de la cual mi piel se eriza por si sola.
El lugar nunca, bueno, desde los seis años que vengo al cementerio, jamás ha sido de mi desagrado, mayormente me gusta la idea de paz y tranquilidad que trae el sitio que es reconocible que es mejor que estar sola en mi habitación o en otro lugar; quizás muchos pueden decir que cómo es que a mí me encanta caminar o quedarme sentada en una banca alrededor de muchas tumbas, sin lugar a dudas, creerían que soy el tipo raro y extraño de mujer en el mundo, pero quizás la razón más simple es que aquí se encuentra mi hermano.
Él y yo, siempre tuvimos esa conexión agradable, confiada y conectada de la cual no sé cómo explicarla; a pesar que mi mamá lo engendro a los dieciocho, llego a ser un chico muy saludable y fuerte, era rara la vez que le daba problemas a mis padres, conmigo puedo decir que fue ese hermano bueno y protector del cual evitaba las peleas y trataba de enseñarme el mundo de diversas maneras y no solo con los ojos y el conocimiento; al crecer se hizo un adolescente menos rígido y callado, tuvo demasiados amigos que ya ni con los dedos de las manos o de los pies puedo contarlos, siempre le gusto el arte y soñaba con que algún día sería un artista de primera mano. Varios de sus dibujos se encuentran guardados en unos cajones de su armario; desde los más extraños hasta aquellos que mostraban un paisaje.
Desde luego, siempre creí que mi hermano podía ser fuerte en todo pero no, es cuando me doy cuenta que a pesar que él llegaba a darme buenos consejos, él mismo no podía solucionar los suyos, llegué a creer por mucho tiempo que él siempre fue sincero pero para ser realidad, tuvo sus propios problemas, sus propias desilusiones y sus propias pesadillas.
Noah siempre fue mi hombro de apoyo en todas las circunstancias de mi vida, desde las malas, las peores y aquellas que tuve que afrontar después de la muerte de Halsten; puedo recordar los últimos meses que estuvimos juntos pero nunca considere que los cuatro que se adueñaron de su propia pesadilla terminarían por llevarlo a un valle sin salida.
Nunca me explicare como las cosas terminaron por salirse de mis manos en un corto período de tiempo, ni siquiera sé porque prefirió salvar mi vida cuando pensé que por mi cuenta podía salir adelante. Pero en aquella situación que me encontraba después del accidente, ni siquiera me había importado quién hubiera sido mi donador, estaba entre la línea de disgusto y felicidad que temía por preguntarle a mis padres si la persona que me había donado sus ojos había sido un voluntario o una persona que acaba de morir; pero después de la operación, me di cuenta de la realidad y la realidad me peso más que la muerte de Halsten, tanto, que meses después mi hermano fue el siguiente en morir y recuerdo que ni siquiera podía verlo en el ataúd por miedo a sentirme más culpable de lo sucedido.
A pesar que el tiempo haya pasado, existen cosas que no cambian y entre ellas, es que las muertes de Halsten y Noah, fueron demasiado repentinas que ni yo vi venir el momento en que mis sonrisas se convirtieron en lágrimas y que mis sueños serían pesadillas.
Llegué pronto a la tumba de mi hermano que no tarde mucho tiempo en agacharme y así quitar las flores de hace una semana, aquellas que ya se encontraban secas y viejas, las quité del pequeño recipiente en donde se llegaban a poner, para cambiarlas con las nuevas que he llevado; de mi bolso sacó una pequeña toalla y empiezo a limpiar la lápida a pesar que no se encuentre tan sucia, la frote varias veces y a través de cada letra hasta que no quedo ni una pequeña rama o hoja encima.