bro un ojo al escuchar por vigésima vez el sonido vibrante del celular, ni siquiera tengo ánimos para volver a colgar la llamada porque es inevitable no poder escuchar cada tres a cinco minutos el golpe vibrante del celular contra el mueble de la mesa de noche, como también, tener que ver la luz brillante de la pantalla.
El aparato sigue sonando hasta que luego de varios tonos se corta la llamada, ni siquiera tengo que mirar quien es por el simple hecho que desde la tercera llamada ya había descifrado quien es la persona que sigue de insistente para que responda, pero soy lo demasiado terca y orgullosa para dar mi brazo a torcer, tanto que a la novena vez, tuve que quitarle el sonido al celular para dejarlo en vibración pero eso no llego a dejarme seguir durmiendo, la vibración terminó por empeorar la situación, tanto que estoy dispuesta ahora a silenciar el tono de la llamada o quizás sea más fácil apagarlo.
Cierro nuevamente los ojos pero como me imagine, el celular volvió a su trabajo de alertarme de la persona que sigue sin dejarme en paz; dejé ir un gruñido de frustración haciendo que terminara por quitar la almohada de mi cabeza para posicionarla encima de mi rostro, me hice a un lado y me cubrí los oídos con el mismo objeto. Pero aun así, el fastidioso sonido no se detuvo, no me queda de otra que apagar el celular para así poder conciliar nuevamente el sueño.
Apenas tomé el aparato y me encontré con veinte llamadas, ocho mensajes de voz y treinta mensajes de los cuales no se me da el placer de leer. Apreté el botón del lado derecho de mí celular para apagarlo y cuando me aparecieron las tres opciones de apagar, reiniciar y modo de emergencia; así que pronto lo apague y de nuevo lo dejé en la mesa de noche.
Esta vez con una sonrisa en mi rostro, agarré nuevamente mi sábana y me cubrí todo el cuerpo con ella; bostecé y me dispuse a dormir en forma de gusanito enrollado.
Solo me faltaba unos segundos más para soñar cuando escuché unos golpes en mi puerta y pronto al abrirse, sentí como la cama de hundía para después unas pequeñas manos se posicionaran en mi brazo hasta terminar por moverme y agitarme de un lado hacia el otro, en donde no me quedo de otra que gruñir y enfadarme al ver que Aline no me dejaban dormir.
—Aline… Es domingo, está nevando y son las nueve de la mañana, por favor… Déjame dormir. —Murmuré molesta.
—Pero es que te llaman, Liv. —Escuché su voz cerca de mi oreja.
— ¿Quién? —dije con los ojos cerrados.
—Leopold y Elin. —Dejé salir un grito de angustia al ver que no me dejaban en paz.
—Diles que no estoy… —Dije como excusa.
—Mamá dijo que estás en casa. —Abrí los ojos.
—Entonces que estoy dormida… —volví a poner otra excusa.
—Mamá dijo que vendría si no te llegaba a despertar —rodé los ojos y me levanté.
—Bueno… Que estoy dándome un baño. —Se me ocurrió una nueva excusa.
—Sabes que mamá vendrá siempre y si te descubre que eso no es verdad, te va a regañar. —Hice una mueca.
Aline tiene razón, de alguna u otra manera mamá querrá que enfrente el problema pero la parte mala de esto es que ella no sabe la razón por la cual no quiero contestar las llamadas, además no quiero que ella descubra lo mal que me fue la noche anterior con aquella fiesta que arruinó mi poco humor bueno que llevaba para presentarme; ni siquiera mi enojo se ha ido de mi interior para decir que estoy dispuesta a escuchar a cierto individuo que no quiso escuchar mi explicación la noche anterior, así que sea como sea, esta vez no quiero saber nada de Leopold ni de los Engström por lo menos de lo que le queda del día.
—Dile a mamá que estoy ocupada, que vuelvan a llamar porque me estoy duchando y será por un largo tiempo. —Empuje a Aline para que fuera a hablar con mamá.
Ella pronto dio un salto en mi cama para correr hasta el primer piso, no tarde mucho en cerrar la puerta y pronto entrar al cuarto de baño, debía de darme un baño antes que mi mamá se tomara en serio lo de entrar a mi habitación y hacerme contestar la llamada; así que preferí mejor relajarme antes que de nuevo apareciera ese estrés que sigo cargando por el día anterior.
(…)
Secaba mi cabello de una manera descontrolada para hacerme cualquier peinado que no provocara que mi cabello terminara por parecerse al de un león, apenas empecé a quitarme los nudos cuando mi mamá entro a mi habitación detrás de mi hermana, al verlas a ambas, sabía a qué han venido, así que suspirando disgustada por no tener un momento de paz; mi mamá no dejó que le respondiera antes cuando ella fue la primera en hablar.