« ¿Terminaste el trabajo de investigación? »
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« Estoy en eso... »
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« ¡Romilly! ¡El último día de entrega es hoy! »
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« Espera... »
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¡Rayos!
Me puse mi suéter y zapatillas. Cogí mi mochila y el trabajo a medio terminar de mi escritorio. Salí de la residencia en dirección al pabellón de los catedráticos. Mi respiración se volvió dificultosa a medida que estaba más cerca de mi destino. El viento azotaba mi cuerpo con fuerza. Las hojas ya marchitadas se pegaban en mis cabellos.
Cruce el parque central de la universidad y ya estando cerca de la puerta principal de dicho edificio me detuve en seco, impidiendo así un accidente del cual podría lamentarlo.
—Señorita Sánchez —Su mirada penetró la mía, y las comisuras de sus labios se curvaron ligeramente—. Creí que no llegaría a tiempo, pero veo que usted no decepciona, ¿verdad?
El Doctor Cortés, un hombre de mediana edad y cabellos grises, con quien he tenido la oportunidad de compartir asignaturas en dos semestres seguidos. Para muchos eso es mala suerte, para mí una oportunidad de despejar dudas anatómicas. Sin embargo, temo decir que sabre la razón por la que muchos evitan sus clases, y el sentir de los que fueron desaprobados.
Mi corazón late con fuerza, tanto por la corrida como por los nervios que me genera el hecho de no saber cómo excusarme.
Enarca una ceja, a la espera de una respuesta satisfactoria mía. Sin más él continúa.
—Sígame —Hace un ademán para ingresar dentro del salón perteneciente al área de Ciencias humana—. Tome asiento.
Lo peor de todo es que hay dos catedráticos más en este espacio, aunque no nos prestan mucha atención. Al frente mío, el profesor Cortés se acomodó en su asiento y sobre su escritorio de madera oscura posó sus manos entrelazadas.
—¿Y bien? —Insiste a que le entregue mi trabajo— ¿Sucede algo?
—Es que yo... —Juego con mis pulgares sobre mis muslos, lejos de su visión o eso creo.
—No terminó el trabajo, ¿cierto?
Si tenía la mirada sobre sus grandes manos, ahora están puestos en los suyos, estupefactos. Ni en un momento como este, aun después de que se descubrió mi falta de responsabilidad, no puedo decir nada. Como en aquel momento de silencio en el que lo vi marcharse.
—Señorita Sánchez —Mi nombramiento me regresa al ahora—. Sabe usted que uno de los valores más importantes del perfil médico es la puntualidad. Por ende, esto es una falta grave. —Sus palabras son duras, pero ciertas—. Dígame cuál es su excusa.
¿Acaso intenta jugar conmigo? Se sabe muy bien que para él no existen las excusas, siendo parte de su frase al presentarse el primer día de clase. No obstante, siento que quiere escuchar una razón y no exactamente una excusa. Y lo que he podido aprender muy bien de mi tía es que es mejor decir una verdad a una mentira, cuál sea el motivo para expresarlo.
—No me he sentido bien emocionalmente...
Un silencio breve se hace presente.
—Sabemos que los estudiantes están constantemente bajo presión y estrés, sobre todo los de la Facultad de Salud, aunque estos episodios los volverán a vivir en el ámbito laboral. Por ello, deben aprender a controlar las emociones en situaciones estresantes. —Hace una pausa en el que se escucha un largo y profundo suspiro—. Aún es joven, señorita Sánchez, y en su formación universitaria aprenderá a sobrellevar la presión que se genera en el medio y enfrentar los momentos de conflictos. Para que ello no interfiera en su ejercicio laboral.
Lo sé perfectamente. Sé perfectamente que no debo permitir que nada perturbe mi mente, ni desvíe mis objetivos. Tenía eso muy claro cuando escogí esta carrera y universidad. Le prometí a mis tíos que me esforzaría por mantener la beca y culminar mis estudios con honores. Hacerlos sentir orgullos es una de mis metas, a pesar de saber, directamente de ellos, que ya se sienten orgullos.
Motivada, lista para enfrentar los obstáculos y con determinación en cada decisión. Todo se desmoronó después de la ruptura.
—Lo tengo presente, profesor Cortés. —Me atrevo a mirarlo—. Y sé que...
Me detengo al ver su mano extendida hacia mí. Sin entender me inclino hacia adelante.
—Deme su trabajo, por favor. —Lo miro sin entender—. Después de todo hoy es el último día de entrega, señorita Sánchez.