Oldfield

I. The Hall en Hillden

¿Fuga o secuestro?

Matthew J. Crown, 14. Dos meses desaparecido. Foto.

Emma Marie Brooks, 15. Tres meses desaparecida. Foto.

¿Por qué en Hiveville no lo comentan con las autoridades vecinas?

La policía y servicios sociales cerraron los casos con una conveniente línea: «Adolescentes problemáticos / antisociales que se escaparon de casa por problemas familiares». Sin embargo, los antecedentes eran insuficientes para tal afirmación. De acuerdo con las pruebas registradas por las autoridades, ambos huérfanos, no eran oriundos de Hiveville y residían un par de semanas allí.

¿Aquello es suficiente para encasillar a alguien de rebelde?

 

―Todavía no lo...

―Modsen, no es de incumbencia para el periódico, al menos no de esta ciudad. ―El Sr. Roys le tiró las hojas impresas a la pasante que había recibido como su asistente―. Aquí no vendemos «asuntos de las autoridades vecinas», cógete de un evento local y...

―¿Y si ocurriera aquí, en Hillden? Puede ser uno de esos asesinatos seriales y usted...

―¿Están los cadáveres?

―No.

―¿Entonces?, no desperdicies el tiempo y haz lo que se te pide.

Gillian se puso de pie colorada, furiosa y conteniendo la rabia. ¿Cómo su jefe podía ser tan ciego? Inconcusamente había un boom para detonar en ese informe. Sí, ella estaba ahí para aprender, pero para que una noticia fuera válida, ¿era la veracidad o la creencia la que aportaba fuerza?, ¿no se usaba lo siniestro como alerta? ¿No era de esa manera que se redactaban los reportajes amarillistas? Había que atraer usuarios.

―¿En qué piensas? ―irrumpió su almuerzo Alany Heim, la recién nombrada editora de la división de finanzas; no entendía de la materia, se había ganado la vacante por su buena ortografía―. Se rumorea que juegas a la detective.

―Para ser profesionales se la dan de chismosos.

―Somos comunicadores sociales, el chisme nos alimenta, viste y paga las facturas ―se defendió―. ¿Hoy cazaremos a tu príncipe?

―Ewan no es mi príncipe.

―Ya, ya, ya. Paso por ti.

 

****

 

Era la séptima presentación de The Bottleguns en el bar The Hall, un nombre que sonaba cliché en una ciudad universitaria fundada hacía unos 63 años exactamente. No obstante, sin desestimar los detalles históricos, los jóvenes estaban en su mejor momento; era 1995 y todos estaban fascinados con el grunge, el look underground y la depresión representada en melodías introspectivas o voces más pop; aunque eso provenía desde antes... Y Gillian Modsen no lo discutiría con su colega, no otra vez.

―¿Vinimos porque quieres entrevistar a Ewan por tercera vez o porque no se te ocurre otra excusa para acercártele? Su banda no es popular, si quieres follártelo no creo que se oponga ―insistió la castaña bebiendo la espuma de su cerveza y arrugando la expresión, gesto que significaba lo amarga que esta sabía para su paladar acostumbrado a la piña colada.

―Te aclaré que solo les dedico un par de columnas en la sección de espectáculo. No me gusta él, me gusta su música ―reputó virando los ojos, porque había una verdad y una mentira en su explicación. Sí, sí le gustaba Ewan; y no, no le gustaba lo que tocaban.

―Ajá.

Ewan, Leo, Janna y Ronnie terminarían su setlist con una canción nueva, y esa era la primicia que Gillian utilizaría para hablar con ellos, principalmente, con Ewan. Posiblemente su «enamoramiento» estaba yendo más allá que seguir una carrera en ascenso y, como practicante del periódico local, tampoco había demasiado que publicar acerca de Hillden; casi todo era intrascendente en una sociedad donde los crímenes eran mínimos y la microeconomía se movía por alquileres y centros comerciales. En contraste, se mudó de una metrópolis a una colonia, jamás sobresaldría en el punto que escogió. ¿Y qué? Gillian se arrepentía de donde terminó, mas no de desligarse de sus padres. Sería una fracasada para ellos, pero una fracasada independiente.

―¿Tu amiga te abandonó? ―preguntaron obligando a que levantase la vista y se topase con unos iris exageradamente celestes. Ewan estaba frente a ella, con su cabello blondo oscuro, sus dientes grandes no tan alineados y esos pantalones gastados; siquiera entendía por qué lo hallaba tan atractivo.

En la parte trasera de The Hall, el estacionamiento para los proveedores, Gillian lo había esperado, aunque más parecía que él la hubiese pillado a ella. Pues se abdujo en pensamientos vagos y en su reloj de pulsera.

―Fue a cubrir otra nota.

―Nuevamente seremos tú y yo. ―Le sonrió y en su mejilla derecha se marcó un hoyuelo que siempre estaba; Gillian se tragó ene comentarios románticos y serenó―. ¿Qué quieres que te responda?

―¿Cuándo se viene el primer álbum? El EP superó las expectativas en cuanto a ventas.

―No hay fecha, no hay álbum. Es nuestro último concierto aquí, de hecho, iremos al Roadies Festival la siguiente semana. Esperamos conseguir un contrato con una disquera seria. No podemos costear los gastos básicos ―bromeó despeinando su melena que estaba mojada por el sudor de entregarse al público. Él daba el ciento diez por ciento sobre el escenario; la guitarra era como una extensión más de su cuerpo y sus dedos se desenvolvían tan agiles e imperceptibles con los acordes; era hipnotizante, pese a su complexión delgada y proporcional a su metro ochenta y tres.




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