Oldfield

II. La Curvatura de Oldfield (NUEVO)

«No llores, enójate, eso hará que tu carne sea más sabrosa. Además, Él no se apiadará de ti».

 

 

Había amanecido tarde y por ello la mañana fue cortísima para Gillian. Terminó notificando por correo electrónico su ausencia y se dispuso a preparar una mochila con un pijama y un par de cambios de ropa interior y remeras. Según ella, no precisaría de mucho si se iban por una semana incluyendo el viaje, lavaría sus pantaletas cada que se las mudara, ¿cierto? Y si no, qué más importaba, viajar ligera era su lema. Mirándose en el espejo, trenzó sus botines, se puso un cinturón que combinara con su chamarra de mezclilla acolchada y se colocó las gafas de sol, se sentía bastante roquera en ese outfit y, aunque lo negara, creía que vestida así combinaba con Ewan que siempre iba de rayas, grises o directamente de negro.

El claxon de un carro la obligó a espiar por el ventanal del departamento, era Ewan apoyado en el capó de un Volkswagen golf del 78 rojo. El auto era un tanto añejo, aunque recién lavado no estaba tan mal. Bajó trotando sin trompicar las escaleras desde el tercer piso y, ya frente a frente, él le peinó un mechón de cabello detrás de su oreja y con el índice en la barbilla le levantó el rostro para darle un sutil beso. Gillian no se resistió y le devolvió uno demandante que Ewan tuvo que equilibrarse para sostenerla.

—Dios te habrá dado un alma, pero yo te la voy a robar, ya lo verás.

—¿Me estás dando ideas para una nueva canción, salmón? —Ewan la apodó desde hacía un tiempo en respuesta a su capacidad de divagar en charlas filosóficas, por su espíritu testarudo y porque una vez estando desnudos se quedaron sin tema de plática y ella se antojó cocinar sushi mientras fumaban algo de la marihuana que él consiguió.

—Para un álbum, bagre —aludió a esos pelitos que aparecían en la barba casi inexistente del rubio.

Antes de partir a Hiveville, Ewan le explicaba sobre el itinerario que las bandas invitadas al Roadies Festival debían cumplir, entre ellas, entrevistas para la radio y la televisión, así como estar sobrios o al menos conscientes y no high, «subidos», durante las mismas. Gillian se rio estrepitosamente, no eran muchos los requisitos, algo conservadores sí; la muchachada inmemorialmente se hubo deleitado de artistas «anarquistas» y «censurables», su comunidad no estaba exenta.

—Leo viajará con nosotros, no te molesta, ¿no?

Afuera de una casa modesta y alejada del centro de la ciudad, Ewan aparcó; una planta, paredes blancas y jardín de prolijo podado. Ella no había estado allí anteriormente, que cuando él se estacionó, caviló turbiamente que la secuestraría.

—¿Quieres pasar y conocer?

—¿Conocer?

—Vivo con mis tíos... ¿Sabías que Leo es mi primo? 

Gillian no disimuló el estupor, estaba pasmada y con cara de constipación. Llevaban cogiendo por meses y jamás se le ocurrió indagar en la vida de Ewan más allá de su inspiración y aspiraciones. Por un instante se supo desconectada de él; además de su edad, 24, no se hacía inquisiciones de con quién estaba intimando.

—Puedes esperar en la sala —sugirió Ewan yendo a zancadas por un pasillo que dirigía del monoambiente a las que serían las recámaras. Gillian centralizó la mirada en aquellas piernas que eran como tacos de billar, solo que con muslos definidos y redondos; le encantaba apreciar aquella longitud en conjunto con esa espalda medio angosta y el cuello grueso con una prominente manzana de Adán. Evidentemente, el cuerpo de su larguirucho era el de alguien que no hacía deporte de ninguna índole, era así por genética y por hidratarse en superabundancia; aunque las manos le eran dinámicas, fuertes y con venas marcadas, su fetiche.

Y aguardando en la antecámara a que aparecieran, inspeccionaba los portarretratos esparcidos por las repisas, en todas las fotos Ewan estaba junto a Leo y dos personas que colegía eran sus tíos; estos aparentaban no sobrepasar los 40 y, por genes, frondosas melenas y delgadez sana. En una única imagen había dos parejas sonrientes, los aparentes papás de Leo y los que supuso eran los padres de Ewan, ya que este tenía los ojos de él y la fisonomía alargada de ella.

—¿Qué lees? —preguntó Gillian a Leo que se asomaba con un bolso deportivo colgando y en las manos un libro con la portada gastadísima.

—Poesía. Van dice que debemos «ilustrarnos» —entrecomilló— para «componer», pero lo hallo taaaan aburrido.

—Y la filosofía te deprimirá, mejor aburrido a triste, ¿no?

—Mejor nos vamos, que Ronnie y la Roja se adelantaron —interfirió el mayor.

Ewan metió en la cajuela dos maletas medianas y en el asiento trasero Leo se acomodó, se colocó los audífonos de un reproductor de CD portátil y continuó su lectura poética.

—¿La realidad y vivencias no son suficientes para escribir canciones? —escarneció Gillian altanera.

—No cuando te falta experiencia, Juliette —utilizó su segundo nombre con entonación odiosa, desconociendo que a ella le gustaba más que Gillian.

—¿Qué insinúas, Wan-Van? —pronunció «Van» como Van Halen o Van Helsing, a Ewan le fascinaba más que «Wan», aunque igualmente le era indistinto. 

—Leo tiene 15, y en Hillden que es como un pueblo no ha «experimentado» —suavizó— lo suficiente... Creció rodeado de viejos e interpreta el mundo por una generación que mantiene sus propios prejuicios.




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