Oligos

Despertar:

—¿No hay más cabañas alrededor? —preguntó Corbin mirando alrededor, con los brazos estirados a los lados de su cabeza sobre los tabloncillos de madera. A su lado Damien se dejaba dorar por las luces del sol con un par de espejuelos oscuros en su rostro.

—Es un área privada —dijo Damien estirando sus músculos apretados, flexionando los muslos en sus pantaloncillos cortos. Corbin sintió calentar sus venas—. Si las hay, están demasiado lejos para siquiera verlas.

Corbin ladeó el cuerpo, apoyando la cabeza sobre su mano y la pierna entre las de Damien.

—¿Y sí pasará algo? ¿Qué entonces? —Damien miró en su dirección y bajó un poco las gafas.

—¿Correr? —mordió con una sonrisa. Corbin observó a su novio quedarse ligeramente perdido y en silencio por un par de segundos. Algo que solía suceder desde siempre y cada vez más seguido. Damien pestañeó, suspiró y retomó su posición—. De todas formas nadie va a escuchar si gritamos, Corbin.

Una sonrisa engreída se plantó en el rostro de Damien.

—Además, estás conmigo, ¿Qué podría pasar?

Corbin se rio anonadado.

—Oh, mi caballero de brillante armadura —golpeó la frente de Damien con el dedo índice y una sonrisa cariñosa—. Serás tonto tú.

—Igual me amas —aseguró Damien y Corbin sabía que no tenía caso negarlo. Damien se había arrastrado a través de su piel y tomado posesión de sus venas. Era la sangre que bombeaba su corazón y eso tenía a Corbin muy asustado y totalmente borracho en partes iguales.

—Sí. Lo hago —dijo Corbin finalmente. Damien acarició su rostro con dedos suaves.

—Yo igual, bebé.

Corbin suspiró, se levantó y caminó sobre el puente de madera del lago.

—Voy a nadar un rato.

—Ten cuidado.

—Un hombre puede pecar de imprudente, Damien.

—No decías eso cuando te conocí.

Corbin se rio y lanzó al lago, nadando un poco y mirando el cielo. Los tonos naranjas comenzaban a apoderarse del horizonte y la tarde caía hermosamente creando sombras alrededor. Corbin suspiró, flotando con la mirada en el cielo disfrutando el momento. El sonrió y miró hacia un muy cómodo Damien en la orilla, tomando los últimos rastros de sol.

Sus extremidades se movían continuamente y él cerró los ojos. La humedad en su piel era más que bien recibida y empujaba a Corbin suavemente. Era un vaivén que adormilaba su cuerpo, relajando sus músculos.

—Corbin —el sonido era lejano y conocido, parecido a la voz de Damien—. Corbin. ¡Corbin!

Corbin abrió los ojos y miró a la orilla, su rostro ladeado con la mejilla en el agua. Allí estaba Damien, parecía algo desesperado, moviendo los brazos y gritando. Corbin frunció el ceño y miró alrededor, detectando algo diferente. Se había alejado, de alguna forma había llegado al centro del lago.

—¡Corbin!

Corbin dejó de flotar, listo para volver junto a Damien. Moviendo sus brazos y piernas. Él estaba nadando, moviéndose como siempre. Entonces, ¿por qué seguía en el mismo lugar?

—¡Corbin!

Él miró a la orilla una vez más, pero entonces su novio ya no estaba allí. El corazón de Corbin comenzó a latir con fuerza, su piel se erizó y un latigazo nervioso recorrió su cuerpo.

—Damien...

El impacto llegó desde cualquier lugar, como sea, Corbin no tuvo tiempo de registrarlo. Su cuerpo ya no se mantenía en la superficie, era como si de la nada pesará una barbaridad titánica, como si sus bolsillos estuviera llenos de cientos de piedras mientras él intentaba inútilmente no ser absorbido por las aguas.

Corbin movió las manos estrepitosamente, las piernas y la cabeza totalmente desesperado. Aguantando la respiración y siendo arropado por la masa húmeda y oscura. Su boca se abrió para gritar, pero en lugar de un sonido, el agua fría llenó sus pulmones, y su cuerpo comenzó a temblar y a debilitarse.

El aire comenzó a escasear en sus pulmones, con el pecho apretado, incómodo e imposibilitado, como si sus bolsas de aire hubieran sido tomadas de su cuerpo, ardiendo tal cual estuvieran siendo cocinadas a fuego lento. Corbin sentía que todo se volvía difuso y lejano. El miedo y la sensación de asfixia era todo lo que su cerebro era capaz de registrar.

Mientras se hundía, su mente se llenó de terror, y cada segundo parecía durar una eternidad. Su cuerpo se volvió cada vez más pesado, y la presión del agua en sus oídos lo hizo sentir como si estuviera en una jaula. Cada sensación, cada pensamiento, cada emoción estaba magnificada por el terror que sentía al perder el aire y hundirse en el lago.

Lento, horrible y difícil. Así era, perdiendo poco a poco el sentido y el último soplo de aire que quedaba en sus pulmones, con el oxígeno bajando a cada segundo y su cerebro entrando en hipoxia.

¡Damien!, gritó en su mente desesperada y perdida. ¡Damien no quiero morir! ¡Damien!

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DESPERTAR fue la parte fácil, alejar el miedo y la sensación escalofriante de la muerte fue totalmente diferente.

Corbin se tocó el pecho, sintiendo los latidos acelerados y potentes de su corazón retumbando en la palma de su mano. Él incluso necesitó un segundo muy largo para recuperar el aliento antes de siquiera preocuparse por sus manos temblorosas.

—Corbin —la voz de Damien lo golpeó desde la esquina. Él levantó la vista y encontró al hombre pelirrojo mirándolo totalmente extrañado. No había puente, ni lago. Era solo él en la habitación, desnudo entre las sábanas—. Cariño. ¿Por qué lloras?

¿Llorar? Corbin tocó sus mejillas con la punta de los dedos, solo entonces notando la humedad en ellas.

Damien se acercó y Corbin no lo pensó dos veces para aferrarse a su espalda ancha y enterrar el rostro en su pecho.




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