"La oscuridad no sólo existe en el mundo exterior, sino también dentro de nosotros mismos" - Joseph Conrad.
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LA sensación húmeda se arrastraba en su piel. El frío asentado en la piedra húmeda bajo su cuerpo lo hacía estremecer continuamente. Sus párpados se movieron repetidamente, temblorosos e incómodos, acompañados de un corto suspiro. Corbin arrastró las palmas de ambas manos por el suelo, se tocó el rostro e intentó alejar la neblina del sueño. La pereza que parecía devorar su cuerpo.
La habitación era pequeña y oscura, apenas iluminada por un bombillo que colgaba precariamente del techo. Frunció el ceño y miró alrededor, intentando adaptar la vista al entorno. Lo último que recordaba era ser arropado por la neblina del sueño mientras esperaba a Damien. Su mente era un manto grueso y oscuro que lo mantenía un poco tonto y perdido.
Corbin se incorporó lentamente en la oscura y húmeda habitación que desconocía por completo. Él miró a todos lados, tragando en seco y con el ceño fruncido.
Damien, resonó en su mente.
Arrastrando los pies y las manos por el suelo y hacia la pared más cercana, se puso de pie. ¿Dónde estaba? ¿Cómo había llegado allí? ¿Dónde estaba Damien? Corbin tenía la cabeza hecha un pozo profundo lleno de preguntas.
El bombillo seguía dando vueltas desde su conexión. Parecía pender de un cable oscuro y fino que lo mantenía en su lugar. Corbin tragó en seco, dejando vagar la vista sobre las paredes llenas de moho, sintiendo el toque terroso y húmedo en sus fosas nasales.
—¿Hola? —susurró con duda. ¿Estaba en la cabaña?, se preguntó. Esta definitivamente no era el lugar al que había llegado. Sin ventanas, muebles o arco de piedra. No, esto era un habitación asquerosa por la que Corbin no había viajado durante horas con Damien por la carretera.
Damien, volvió a gritar su mente. Su pecho se apretó y la sensación de incomodidad se adueñó de su persona. ¿Dónde se había metido ese imbécil?
Corbin caminó un poco en la habitación, apenas un par de pasos donde casi pierde un pedazo de sí mismo contra lo que parecía ser una mesa metálica.
Maldijo un poco e intentó seguir su camino, encontrando un par de escalones a los que no llegaba la luz de la linterna en absoluto. Se agarró a uno de los escalones y subió poco a poco los restantes, haciendo malabares en la absoluta penumbra de la esquina para no pisar en falso y terminar en serios problemas.
Corbin se detuvo abruptamente antes de su próximo paso. Su corazón se detuvo apenas un segundo antes de aumentar el bombeo y hacer toda una carrera, con el sonido de la madera en sus oídos, el crujir sobre su cabeza mientras cedía lentamente.
¿Había alguien arriba? Corbin tragó en seco y cerró los ojos, escuchando lo que claramente era zapatos siendo arrastrados. Damien llevaba botas y había estado fuera, quizás era él que había regresado. O quizás no, al fin y al cabo Corbin no recuerda haber llegado a ese lugar por su cuenta y podría estar en graves problemas que definitivamente no resolvería quedándose ahí.
Corbin apretó los dedos alrededor de los escalones y llegó hasta el último, donde una puerta con picaporte redondo parecía ser la salida. El contó hasta diez y respiró hondo, abriendo lentamente e intentado ser precavido. Apenas una rendija que lo dejara mirar hacia afuera.
Frente a sus ojos se abría paso una habitación grande y desprovista, aparentemente solitaria. Corbin se lamió los labios con manos temblorosas y un latido acelerado, abriendo totalmente la puerta y saliendo finalmente de la habitación poco iluminada.
El polvo parecía cubrir cada pequeño rincón de lo que quizás fue en sus mejores años una cabaña y ahora parecía un basurero por tablas sueltas por doquier. Las ventanas permanecían cerradas y bloqueadas con tablones de madera, en el suelo permanecían las huellas del tiempo y la suciedad parecía ser parte del cuadro.
Corbin respiró como si de la nada le fuera posible, un poco más suave y relajado pero no lo suficiente. La tensión en sus hombros se mantenía y su columna parecía presa de alguna sensación repentina que lo hizo temblar y mirar a todo lados.
Las pisadas volvieron a hacer eco y el sonido devoró la estancia. Corbin no emitió sonido, su lengua no colaboró en el acto, él simplemente retrocedió y miró hacia la puerta del frente que debía llevar a la salida. Solo debía salir de ahí.
Corbin miró hacia la entrada oscura de lo que ahora podía identificar como un sótano al lado de la cual había un pasillo. Él estaba listo para correr lejos de ahí hacia la salida. Sus dedos se apoderaron de la manija, la cual permanecía tiesa pese a su esfuerzo. Corbin golpeó la puerta y redobló su esfuerzo sin resultado positivo alguno.
—¿Quién está ahí? —preguntó con voz temblorosa. El crujido de la madera se mantenía y el eco de los zapatos arrastrándose se hacía cada vez más fuerte. Corbin se pegó contra la puerta y miró alrededor con ojos desorbitados.
Toc toc.
El llamado resonó en su espalda y prendió fuego a su cerebro. Él no lo pensó dos veces para alejarse y retroceder, divisando la sombra de alguna presencia desconocida en el filo inferior de la puerta.
Toc toc.
Él tembló y miró alrededor, buscando algo con lo que defenderse, su miedo haciendo acto de presencia y llamando su instinto de supervivencia, tomando una de las tablas rotas como defensa.
La manija tiesa se movió grácil y con ello el horrible chillido de la puerta al abrirse llenó la habitación.
Corbin levantó la tabla en alto y se dijo a sí mismo que el plan de acción era golpear lo que fuera. Aunque no creía que podría hacer mucho ante la figura que se abrió paso en la puerta.
—Damien —susurró hacia el hombre. El tipo era igual de pelirrojo, usaba la misma ropa y tenía esos hermosos ojos azules. Era él, era su chico y Corbin suspiró de alivio—. ¿Dónde mierda estabas? Estuve esperando por ti toda el maldito día.
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Editado: 31.10.2024