Oligos

Oligos:

BLANCO eso era todo lo que podía ver. El techo sobre sobre sus ojos, las paredes a ambos lados de su cabeza. Todo era blanco.

Su cuerpo parecía una masa cansada, Corbin se encontró a sí mismo demasiado lánguido para si quiera intentarlo. Suspiró y respiró lentamente, cerrando los ojos antes de volver a mirar hacia el techo. Bajo su cuerpo todo se mantenía suave, un asiento mullido que no le disgustaban en absoluto y que se permitió tocar con las palmas de ambas manos.

—Has despertado.

Corbin se incorporó en el sofá como un resorte, su cabeza rebotó en el asiento como el resto de su cuerpo y casi dolió ante el gesto. Frente a sus ojos había un hombre. Un hombre con rostro conocido, mirada suave y sonrisa jovial. El cabello era un poco más corto que la última vez que lo vió y los ojos claros y hermosos permanecían igual de brillantes.

Corbin se encontró a sí mismo con los labios apretados y los ojos llorosos con una sensación de profunda emoción embargando su alma. Su pecho se apretó, dolió y ardió con las lágrimas luchaban por ser derramadas.

—Damien —susurró con la garganta apretada.

Él estaba cansado y con su mente hecha un desastre y las sensaciones ardiendo en su piel. Corbin recuerda. Oh, él lo hace.

El despertar en ese sótano, las sensaciones y al monstruo. A esa cosa asquerosa que lo había perseguido. Pero ahora estaba en una habitación tranquila y con Damien frente a sus ojos. Nada dolía y todo olía bien.

—Dios. Es tan bueno verte. Tuve un sueño muy extraño. Yo...

Las palabras de Corbin se detuvieron en el acto, abruptas y seguidas de un intensa e inesperada lluvia de emociones. O más bien, conocidos e insoportables.

Corbin intentó moverse, levantarse y caminar lejos del sofá de cuero negro. No pudo. Él levantó la vista hacia Damien, lento y lloroso. Su cuerpo temblaba como una hoja al viento, como un ser dulce y pequeño que ha sido lanzado al frío.

—Por favor —La voz de Corbin era apenas un halo de súplica. Ahí, rígido y con la mirada en su acompañante, moviendo la cabeza y comprendiendo que al parecer nada había sido una simple pesadilla.

—¿Cómo puede ser posible que siempre caigas en el mismo juego? —preguntó Damien con una sonrisa amplia y descarada en su atractivo rostro. Corbin pestañeó e intentó respirar—. Eres tan inocente, mi querido Corbin.

—Por favor, Damien.

Damien negó.

—No, eso no funcionará. Estás aquí por un motivo —dijo con rostro sereno desde su asiento, una butaca de cuero.— Porque yo te escogí y te daré el honor de ser parte de mí. De hacerme un ser completo y hermoso—sonrió—. Perfecto.

Corbin pestañeó oyendo cada palabra, con la impotencia roendo sus entrañas ante su imposibilitada huída. Apretó los labios, era como si su cuerpo estuviera bajo una parálisis. Él miró una vez más a Damien, abriendo y cerrando la boca un par de veces, con la cabeza zumbando y lágrimas en sus mejillas.

—¿Qué... ¿Qué quieres decir?

Damien cruzó las piernas, una encima de la otra y se encogió de hombros.

—Ya lo sabes, Corbin —susurró con un toque divertido, paseando la punta de sus dedos por el brazo de la butaca. Él miró a Corbin como si fuera la cosa más hermosa y perfecta que jamás podría haber existido— ¿Aún me amas y sigo siendo el hombre más hermoso del mundo para ti?

Corbin pestañeó intentando que las lágrimas no le nublaran la vista. Tales palabras habían sido una confesión hecha desde el corazón y totalmente cierta. Porque para él, Damien lo había sido. No solo por su físico sino por ser el hombre dulce que tanto lo había cuidado y Corbin había querido durante seis meses.

Corbin vió a Damien levantarse de su asiento y caminar por la habitación. El hombre se pasaba los dedos entre las hebras rojizas y casi parecía enamorado de sí mismo.

—¿Quieres saber un secreto? —preguntó deteniéndose detrás de la butaca. —Para verme así tuve que hacer algunos sacrificios —suspiró dramático y feliz al respecto— Dale las gracias a Damien. Al verdadero—movió la cabeza a ambos lados, ladeada y suave como si pensara en algo—. El hombre fue una presa interesante. Luchó como una bestia. Me divertí bastante con él. Era un niño malo, y yo lo salvé.

Corbin chilló al verlo acercarse. El aliento de Damien, golpeó su rostro.

Corbin tembló, la sensación de la lengua húmeda sobre su mejilla le provocó repulsión y al mismo tiempo calentó su piel. Era desagradable, asqueroso y se sintió un completo fracaso ante ello. Y pensar que tantas veces dejó reposar su cuerpo junto a este monstruo en la misma cama, intercambiando palabras dulces y sentimientos. Ese mismo ser que ahora lo hacía temblar de miedo, que lo tenía totalmente aterrada y envuelto en una espiral infernal y desagradable.

El cuerpo de Corbin tembló y un jadeo salió de sus labios. Damien apretó sus muslos y lamió los delgados labios del chico con suavidad, dejando caer la nariz en su cuello, oliendo su piel.

—¿Ves? Así es cómo se cuando están listos —susurró—. Esa necesidad es el síntoma que anhelo ver cada día que paso junto a mis presas, y una vez se manifiesta, es la sensación más dulce.

—¿Qué harás conmigo?

—Lo mismo que hice con cada uno de los anteriores —dijo y se alejó lo suficiente para ver el rostro de su presa—. Pero eso ya lo sabes, Corbin. Tú los viste. La hermosa y perfecta piel que cuelga del techo en la cabaña.

La imagen golpeó la mente cansada de Corbin, haciéndolo volver al momento exacto en que era arrastrado por el suelo. En el techo habían cuerpos, pura piel sin vida que colgaba artísticamente desde ganchos. Corbin gritó con los oídos zumbando y la desesperación bombeando a través de sus venas. La respiración errática llegó acompañada de lágrimas y la ya conocida parálisis.

—Oh, no te sientas mal. Cariño, no llores. Eso arruina tu piel, salen arrugas y no queremos eso, ¿Verdad?

Corbin no recuerda haber hecho algo malo en su vida. Por todo lo bueno, él ayudaba a los niños a tener un mejor futuro y encerraba a los malos en las prisiones. ¿En qué se había equivocado?




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