Oligos

Realidad:

“No puedes escapar de la realidad, solo posponerla” - Anonymous.

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LLUVIA, tierra y cielo. Eso era todo lo que podía ver al rededor.

Corbin abrió los ojos una vez más, su mente era un manto nublado y lleno de pensamientos difusos. Estaba tirado en el suelo, sobre la tierra mojada, bajo el cielo azul de nubes blancas y con la lluvia golpeando piel. Llevaba pantalones deportivos y el torso desnudo. Descalzo y con el corazón acelerado.

Corbin se levantó y miró alrededor, divisando solo kilómetros y kilómetros de bosque. Dió vueltas alrededor intentando respirar, deteniéndose en el acto.

Vió una cabaña a lo lejos. Vieja, fea y cayéndose a pedazos. Él la recordaba, él sabía lo que pasaba allí y no podía hacer más que temblar ante la sensación. Corbin revisó su cuerpo en busca de lesiones, más no había nada. Estaba sano, físicamente perfecto. Pero su pecho dolía y su alma gritaba. Corbin sabía que nunca estaría bien.

El sonido fue claro. El crujido de la madera y el chillido de las bisagras tocadas por el tiempo y el óxido alertaron sus sentidos. Corbin no quería alzar la vista, su cuerpo tembló de solo imaginar qué podría encontrar si lo hacía.

Apretó las manos en puño y tragó en seco, jadeando ante las náuseas que recorrieron cada centímetro de ser. Y entonces, lo hizo. Alzó la vista y vió como la puerta de la cabaña ahora estaba abierta y pareciendo la entrada de un foso oscuro y terrorífico.

El silencio cubrió la estancia y Corbin no apartó la mirada. Se quedó ahí, con la piel ardiendo de miedo y el corazón acelerado, saltando en el lugar al ver como todo a su alrededor se desmoronaba una vez más.

Una pata salió del oyó negro, seguida de otra y otra, puntiagudas y letales a ambos lados de un torso humano, siendo cuatro en total y acompañadas de dos brazos humanos.

Corbin retrocedió lentamente mientras veía a su verdugo. A la bestia, al monstruo asqueroso con la cara de Damien.

Corbin jadeó viendo el rostro demacrado y cenizo partirse en dos con una sonrisa asquerosa y sangrienta que le decía que nada había terminado.

—Cor.Bin.

Esa fue la señal, Corbin giró y corrió, cayó y se volvió a levantar sin rumbo fijo o razón alguna en los giros que daba alrededor del lugar. Él solo quería alejarse, huir de esa cosa y nunca volver.

Él no quería ser la presa de los Oligos.

Él quería vivir.

Él quería volver a casa.

Corbin corrió con la lluvia en su piel y la humedad fría que se volvía cada vez más potente. El cielo pintado de un dulce celeste le daba un aire brillante a la tétrica situación y a Corbin, un poco de esperanza.

El grito brutal y animal, abismal e inhumano a sus espaldas casi lo hizo caer. Corbin sintió la quemazón del esfuerzo en sus piernas. Aún así, no se detuvo.

Corrió todo lo que pudo y se prometió seguir intentándolo. Abriéndose paso a través del bosque, tanto que los chillidos bestiales ya no era audibles. Corbin sonrió, él casi gimió de pura felicidad al ver más allá de los árboles y captar el sonido del mar.

Corbin disminuyó el paso y saltó sobre un par de troncos, se agachó, irguió y llegó a una carretera con vista al mar. Ahí estaba el pozo de agua, cerúleo y tranquilo, hermoso y perfecto.

La lluvia disminuyó hasta quedar en simples gotas y Corbin lloró de alivio, una sensación placentera que mordió sus venas y se incrustó en los profundos de su piel. Él podría vivir.

Corbin cayó de rodillas y con las manos aferradas a la tierra, él rio. Rio y lloró totalmente perdido en sí mismo.

—Cor.Bin —El chillido emocionado lo hizo paralizar. Corbin se quedó enredado en su mente antes de levantarse lentamente y girar poco a poco—. Cor.Bin

Corbin negó con fuerza y lágrimas, desesperación y total pánico. Ahí estaba, la bestia había encontrado el camino hacia él una vez más. Corbin caminó hacia atrás, al borde de la carretera y miró hacia abajo.

Frente a él estaba el monstruo. Detrás suyo estaba el mar.

Corbin no sabía nadar, lanzarse significaba morir ahogado, él lo sabía. Entonces, él miró al mounstro. Esa cosa también lo mataría, lo comería y arrancaría la piel.

Corbin tembló y tragó un buche de miedo mezclado con decisión. Él dió un pasó más y sin pensarlo dos veces, se lanzó a los brazos del mar.

La caída lo hizo sentir libre, el aire lo golpeó como toque fresco besando su piel, acompañado de la lluvia. Se sintió bien y casi lo hizo sonreír. Fue un segundo, un instante antes de finalmente ser atrapado por el agua y la oscuridad.

Corbin creyó que el viaje había sido demasiado rápido, que la muerte lo abrazó pronto y por eso sentía el frío y la dureza de su descanso. Corbin suspiró. Él podía respirar y eso lo hizo abrir los ojos lentamente.

La humedad golpeó sus fosas nasales y la oscuridad alrededor le recordó dónde estaba. El bombillo seguía dando vueltas y en el techo permanecía el pequeño orificio a través del cual podía ver el cielo y desde donde caían las gotas de lluvia.

A cada vuelta del bombillo, lo que parecían tiras precariamente iluminadas, casi lo hacían creer que era el fondo del mar, con sus sombras oscuras y el frío de la mesa de metal.

Los pasos arrastrados fuera de la habitación le dijeron que no estaba solo. La puerta se abrió pero nadie entró. El sonido de las garras barriendo sobre la madera se apoderó de la habitación y mantuvo en vilo.

—Cor.Bin

Y ahí estaba, subiendo desde el extremo opuesto de la mesa, sobre sus piernas y con su sonrisa sangrienta. La bestia, el monstruo que lo comería y tomaría su piel.

Corbin gritó, pero nadie lo escuchó. Eran solo ellos dos en una cabaña en el Valle Oligos. El mar había sido una fantasía, y el monstruo, su realidad.




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