Oliver

Capítulo 4

Se quedaron en un bar cercano del hotel. El lugar estaba lleno de fanáticos emocionados que habían estado viendo las peleas en una pantalla gigante. La música estaba a todo volumen y el ambiente se sentía eléctrico. 

Se sentaron en una esquina, y de inmediato pidieron dos cervezas frías. Oliver cargaba un ojo morado y una sonrisa de satisfacción mientras Ryun llevaba una camiseta con el rostro de su amigo estampada en ella para publicidad. 

—¿Realmente tenías que ponerte eso? —preguntó Oliver un poco avergonzado. 

—¡Calla! Cuando salga al mercado, se venderá como pan caliente —respondió, orgulloso de sí y en un tono visionario. 

—Y cuanto más planeas explotar mi imagen… —lo cuestiono de manera cómica llevando la jarra de cerveza a sus labios.  

—¡Oh querido amigo! Ahora me perteneces… —repuso y Oliver sintió un pequeño escalofrío involuntario. 

—¿Debería tener miedo?

Inquirió con una ceja levantada, pero antes de que Ryun pudiera decir algo, fue interrumpido por una guapa mesera que llamó toda su atención. Ella se acercó a la mesa con dos jarras de cerveza. 

—Lo manda el grupo de allá —señaló, mientras Oliver y Ryun seguían sus palabras con la mirada. Un grupo de varios hombres en un estado animoso levantaron sus jarras en su dirección. No conocían a Oliver, y les importaba una mierda que viniera de un barrio marginado, pero estaban agradecidos con él por el fantástico show que les había brindado. 

Al cabo de un rato la gente a su alrededor lo felicitaba, algunos incluso le pedían autógrafo. Oliver se reía y se tomaba fotos con sus nuevos fanáticos, aunque las fanáticas femeninas lideraban su alrededor; su complexión fornida, resultado de años de entrenamiento aunque no como luchador, sus brazos marcados por músculos bien definidos y su mandíbula aguilar que le daba un aire irresistible, pero lo que más llamaba la atención de las mujeres en el bar, eran sus dientes perfectamente alineados que formaban una sonrisa simétrica y atractiva. Cuando hablaba o reía, unos colmillos ligeramente visibles se asomaban, dándole un aire misterioso y seductor. 

Las mujeres en el bar no podían apartar la mirada de él. Y por debajo las opiniones estaban divididas. El príncipe Edwards era un hombre fuera de este mundo, de ello no había dudas, pero el luchador que estaba allí presente en el bar, no tenía nada que envidiar físicamente hablando. Su aura varonil y atractiva las tenía cautivadas, intentando de todo para captar su atención, pero él permanecía desinteresado. Tras unos cuantos tragos más, decidió que ya era hora de irse a descansar. 

Él le hizo una seña a su amigo, quien se encontraba ocupado coqueteando con la mesera. Oliver camino hacia la salida, dirigiéndose al hotel con la mente nublada por el alcohol, pero en lugar de dirigirse a su habitación, sus pasos lo llevaron a la piscina. Allí, bajo el cielo estrellado, se sentó al borde y sumergió los pies en el agua mientras un torbellino de pensamientos y emociones giraban en su cabeza. 

En una esquina de la piscina que envolvía la oscuridad, ocultando los detalles y dejando mucho a la imaginación. Una chica se encontraba allí. Su presencia era apenas perceptible. El agua reflejaba las estrellas, y ella parecía una silueta. 

—¿Disfrutando de la noche? —preguntó ella rompiendo el silencio. 

Él se sobresaltó un poco y se volvió hacia la esquina de donde venía la voz. Hasta ahora se percataba de que estaba acompañado. 

—No voy a mentir, es la primera vez desde que llegue a las vegas que se siente agradable estar aquí —respondió ahogando una carcajada. 

—Vamos, aquí no suele ser tan malo una vez te acostumbras —comentó. Y aunque su rostro permanecía en las sombras, había una calidez en su voz que le daba una sensación de familiaridad. 

—No pensé que alguna vez encontraría un lugar más ruidoso que Nueva York.

—Bueno, para ser justos… La noche es el único momento del día donde puedes escucharte a ti mismo, ya sea aquí o allá. 

—Tu sugerencia no me agrada. Escucharme a mí mismo, rara vez me resulta bien… —agregó, y su corazón se sintió tan pesado. Como si llevara a cuesta el peso de una vida pasada—. Prefiero estar tirado en el sofá, viendo alguna comedia romántica. 

—¿Le gustan las comedias románticas? —inquirió ella con curiosidad, y en su tono se percibió una especie de emoción. Algo nuevo sobre él; entonces entendió que lo estaba dando por sentado. El chico de diecinueve años que había conocido, ya no existía. Estuvo aferrada por demasiado tiempo a un recuerdo. Pero aún estaba convencida de que se debían una vida juntos o al menos intentar lo que pudo ser.  

—Por supuesto. La vida misma es una comedia romántica —aseguró y su voz se tiñó de dolor. 

Y ahí estaba, el amor de su vida, sufriendo por otro amor. Todavía no era el momento, Oliver necesitaba sanar por sus propios medios, gestionar sus sentimientos, sacarlo todo afuera y hacer las paces con su pasado. El tan esperado reencuentro podía esperar, porque de lo contrario podría llegar a ser abrumador. Aunque una parte de ella estaba mortificada. ¿Por qué? ¿Qué tal si Oliver se volvía a enamorar de alguien más?

La conversación fluía naturalmente, como si se conocieran de toda una vida. Hablaron de todo y nada, rieron suavemente para no perturbar la paz de la noche. A medida que los ojos de Oliver se acostumbraban a la oscuridad, comenzó a distinguir sus rasgos: la curva de su sonrisa, la profundidad de su mirada, la forma en que su cabello caía sobre sus hombros. La noche avanzaba y con cada palabra y risa que compartían, la atracción entre ellos crecía. Aunque no era solo física, más bien era una conexión de almas, un entendimiento mutuo. 

—Ya debo irme —dijo poniéndose de pie de imprevisto, y Oliver intentó hacer lo mismo pero se sentía mareado. De hecho le pesaba mucho tener que dejarlo allí, pero esta era su vida ahora y realmente no se quejaba de tener su libertad, ella se sentía plena—. No, no te levantes. 




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