Oliver

Capítulo 15

Las camareras de piso y los auxiliares de limpieza se agrupaban, sus uniformes impecables y sus zapatillas antideslizantes listas para la jornada. El aroma a limpiador flotaba en el aire, mezclado con la anticipación y la rutina diaria. 

Helena, ajustó su cofia y miró hacia la puerta de la oficina del ama de llaves. La señora Davis, la gobernanta del hotel, era conocida por su eficiencia y su ojo crítico. Ella era la encargada de repartir las tareas, asignando habitaciones y áreas comunes a cada miembro del equipo. La puerta de la oficina se abrió, y la señora Davis salió con la lista de cada mañana. Su voz resonó en el vestíbulo alejado mientras anunciaba las tareas del día.   

—Helena, tú cubrirás las habitaciones desde la 204 hasta la 213 —dijo el ama de llaves, a lo que Helena asintió en silencio—. Cindy, tú te encargadas del área común —específico sin levantar la vista de la hoja, mencionando varios pasillos principales y el lobby—. An. ¿An? —enunció, pero al no tener respuestas levantó la cabeza con el entrecejo fruncido en una mueca de pocos amigos—. ¿Dónde está An? —preguntó sintiendo que la respuesta sería evidente. 

—Ella… va a llegar un poco tarde —contestó la morena en un tono apacible. Cada que a An, se le presentaba un inconveniente de última hora, las mucamas jugaban piedra papel y tijeras, para ver a quien le tocaba dar la excusa esta vez, hace tres días le había tocado a Helena—. Debía pasar por la escuela de uno de sus hijos.  

—De nuevo —repuso el ama de llaves en un tono despectivo—. Sofi, pues también te tocará cubrir ahora la habitación 301, y a ti Helena la 215.

Cuando Helena escuchó el número de habitación, las palabras quedaron flotando en el aire. Su equilibrio flaqueó un poco y sintió que su corazón se le quería salir por la boca. Por suerte nadie a su alrededor se dio cuenta y ella se obligó rápidamente a componerse.

Cindy se acercó a Helena de un paso y en un tono alto y entusiasta dijo:—Helena, cambiemos, por favor cambiemos, te lo ruego Lena…  

La señora Davis, ante las súplicas de la morena abrió la boca para frenarla.

—Señorita Jones, me enteré de lo que pasó en el pasillo hace unos días, así que tiene rotundamente prohibido acercarse al luchador, al menos en horario laboral —añadió con seriedad y el semblante de la chica decayó—. ¡Y por el amor de Dios! Cuando alguien vea a An, diganle que vaya directamente a mi oficina —agregó lo último en un tono hostil entrando a la oficina. 

—Lena, al menos hablale bien de mi si te lo llegas a encontrar —le susurró a su amiga poniéndose en marcha a sus tareas con un semblante desanimado. 

—Esperemos que no sea el caso —soltó,  más para sí misma con una carcajada nerviosa.

Helena había terminado con la mitad de las habitaciones. Por lo general el promedio de tardanza en una habitación estándar era alrededor de treinta minutos y en una lujosa de cuarenta y cinco; Helena ya se había acostumbrado al ajetreo constante del hotel, donde las personas entraban y salían sin cesar. Sin embargo, en medio de ese caos sentía una especie de paz que la sorprendía. El hotel le hacía recordar cuando era genuinamente feliz, una vez a la semana entre cuatro paredes de un motel barato junto a Oliver. 

Allí, el tiempo parecía detenerse. Jugaban a juegos de mesa, charlaban sobre cualquier cosa y a veces simplemente se sumían en un silencio agradable, cálido, pacifico, aquel silencio era un abrazo en medio del mundo exterior, y aunque al principio el contacto por parte de Oliver, hasta cierto punto no estaba permitido. Helena encontraba consuelo en esos momentos. En aquella habitación de ese motel, el tiempo se estiraba y se enredaba con sus emociones, creando un espacio seguro para ambos donde solo existían ellos dos y su historia. 

La habitación de Oliver la llamaba como cantos de sirena, el pasillo parecía más largo de lo habitual mientras se acercaba a esa puerta cerrada. Helena giró el pomo con manos temblorosas. La puerta se abrió, revelando un interior oscuro; la cama estaba deshecha, como si alguien hubiera luchado contra sus sábanas durante la noche, las cortinas pesadas que ocultaban la luz del día, creando un ambiente lúgubre. Ella sabía que estaba cruzando un umbral de algo más profundo que la simple limpieza de una habitación, que estaba impregnada en su aroma. Helena se agacho para recoger una de las playeras y no pudo evitar inhalar profundamente, un aroma nuevo pero a la vez familiar. Sudor, lavanda fresca y esa esencia varonil que desprendía como si fuera una marca personal. Era algo difícil de explicar pero aquello la llevó de vuelta al pasado: 

 

                                       ******

 

El pequeño motel escondido entre las sombras de la ciudad, se alzaba como un refugio clandestino para Helena y Oliver. North Beach quedaba atrás, al menos veinte minutos de distancia, el autobús la llevaba hasta ese rincón de secretos y promesas. El padre de Helena no sospechaba nada; ella había tejido una red de mentiras para proteger su encuentro semanal.

La habitación era pequeña, con paredes desconchadas y una cama que crujía bajo el paso de sus expectativas. Helena esperaba impaciente, su corazón latiendo en sintonía con el reloj de la mesita de noche. Oliver llegó, y su rostro estaba marcado por la tormenta. Los moretones, el labio partido, todo hablaba de una pelea reciente. Pero cuando sus ojos se encontraban el mundo se reducía a ellos.  

—Oliver… ¿estás bien? Tu ojo —susurró. No importaba cuantas veces lo viera en ese estado, su corazón simplemente dolía por los dos.

—Ya sabes. No importa. Pero ahora estoy aquí contigo —balbuceo mientras se dejaba caer en la cama. 

Helena se arrodillo junto a él:—Mi corazón duele por los dos —Sus dedos trazaron los moretones en su cara de manera cautelosa, pero no por mucho tiempo. 

—Helena… —Él cerró los ojos—, cuanto me duele verte preocupada por mi. No lo merezco… 




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