1
Edith escuchó los golpes en la puerta y volteó hacia allá, dejando sus muñecas perfectamente acomodadas en aquella casita de plástico.
Se alisó la falda del vestido y caminó a abrir la puerta con sus pequeñas manos. Encontrándose a su padre tras la misma, la niña sonrió, retrocedió y luego corrió a sus brazos, siendo atrapada por este, quien la alzó riendo y abrazándola.
-¡Papá! -Exclamó feliz- Te extrañé -La pequeña abrazo al hombre.
Él la observaba con cariño, mientras le acariciaba el castaño cabello.
-Mi princesa, lo siento, sé que he tardado mucho esta vez, hubo mucho trabajo, ya sabes... -Beso la frente de su hija de siete años- ¿Aún quieres que te ayude con tu tarea?
-Si, por favor, mamá no quiere hacerlo -La niña hizo un puchero- Dice que no lo necesito, pero la maestra me regañara si no la hago -Se quejó.
Terrance MacMillan presionó los labios un momento, molesto con su esposa pero lo disfrazo con una sonrisa ante su pequeña muñequita.
-No, mi princesita, no hagas esa cara. Ven, te traje un regalo para compensar mi tardanza -Alegó llevándola en brazos hasta la sala.
Ahí sobre el sofá, se encontraba un oso de felpa color café, dos pequeños botones azules le hacían de ojos. Era muy bonito, lástima que ninguno supiera lo que ese oso maldito traería. La castaña bajó de un salto de los brazos de su padre y corrió a abrazar el peluche, alegre.
-¡Le pondré Rusty! -Exclamó sonriendo a su progenitor.
-Bien, pequeña, ahora vamos a qué te ayude con tu tarea -Le tendió la mano, la cual la menor tomó mientras seguía abrazando fuertemente el peluche con el otro.
El tiempo comenzó a pasar después de eso, los concursos de belleza iban en aumento al igual que las discusiones entre sus padres, la pequeña Edith se sentía tan cansada. Ya no quería ser bonita, ya no quería modelar nada, pero su mami decía que debía hacerlo porque era lo mejor para ella.
Un día finalmente, Terrance se marchó de casa, dejando solas a su esposa e hija. Edith nunca volvió a ver a su padre después de ese día.
-¡Es tu culpa! -Le había gritado Lauren, su madre, llorando desconsolada- ¡Por tu culpa nos dejó! ¡Porque eres una niña estúpida que no aprovecha lo que tiene!
Ella no entendía ¿porque su madre le gritaba tan feo? ¿De verdad ella había causado que su papá se fuera? Edith lo quería mucho, ella siempre se portaba bien y hacia caso en todo... ¿Entonces porque? Sintió la tristeza en su pequeño corazón, y a pesar de los gritos, Lauren su mano contra su hija no levantó, no podía dañar a su princesa de cristal, no cuando sabía que podía seguir explotando su belleza infantil.
La pequeña princesa bailó esa noche, sola en su habitación, deseando inocentemente a la luna que no la dejara sola con su madre, que su papi volviera, con la oscuridad haciéndole compañía y una extraña melodía sonando de fondo. Ella la llamó la melodía de las princesas tristes.
No sabía que en unos años, comprendería que era una canción completamente diferente a lo que ella en su mente creía. Un hombre vestido de traje la observaba desde la oscuridad, con una sonrisa pintada en los labios.
Lo que en realidad había pasado, es que Terrance se había hartado de que Lauren estuviera tan obsesionada con todo lo referente a la belleza y la juventud. Se había hartado de todo eso, pero había olvidado llevarse a su pequeña consigo, él quiso creer que ella era fuerte, aun cuando en el fondo sabía que... Solo era una frágil princesa de cristal.
2
-¡Bu! -El chico se apareció de golpe tras ella, haciéndola pegar un salto.
-¡Wally! -Edith lo regañó aunque terminó riendo ante el humor del chico, el cual le sonreía algo torcido.
-Oye, tan feo no soy, muñequita -La atrajo de la cintura antes de plantarle un pequeño beso en los labios, aprovechando que el pasillo de la escuela se encontraba vacío.
-No, no eres nada feo, cariño -Ella sonrió sobre sus labios, pasándole los brazos alrededor del cuello- Te extrañaba ¿dónde estabas?
-A papá se le ocurrió llevarnos al bosque todo el fin de semana, no tenía señal para llamarte, lo siento, linda -Se disculpó acariciando su cadera.
-Un metro de distancia, señorita MacMillan. Señor Duncan, por favor, recuerde que ella es una dama y no debe tenerla tan pegada -La subdirectora Wells los regañó, con ese porte tan serio e imponente que siempre cargaba consigo.
Editado: 08.05.2019