1
Plop, plop, plop.
Soltó un pequeño gruñido, apretando los ojos y dando vueltas en la cama, causando que las sábanas se enredaran entre sus piernas.
Plop, plop, plop.
Aquella tonta gotera estaba volviéndolo loco ¿de donde provenía? ¿Era acaso el único que la oía? ¿Porque nadie hacía nada para detenerla?
Plop, plop...
¡El colmo! Oliver se levantó fastidiado por el irritante sonido, arrastrando los pies caminó fuera de su cuarto, hasta la habitación de su progenitora, no se le ocurrió mirar la hora para saber si ella estaria despierta ya, sin embargo por el silencio que ocupaba la casa, un silencio ausente, era muy probable que no.
Sin siquiera dignarse a tocar la puerta, el niño entró en la recamara principal, caminando entre la oscuridad que le proporcionaban las cortinas cerradas más las luces apagadas. Las paredes blancas impolutas parecían resaltar, al igual que podía ver las formas de los muebles que ocupaban el lugar y en medio de la habitación, descansando sobre una cama estilo Queen Size con un antifaz de rojo oscuro sobre los ojos, se encontraba Edith Pritzker, su madre.
-Mamá - Él se acercó al borde del inmueble y movió un poco el brazo de la mujer.
Al ser de sueño liviano, no fue difícil hacerla reaccionar. Ella dejó salir un suspiro, seguido de un bostezo, colocó el antifaz sobre su cabeza sentándose y se giró hacia su único hijo, dándole una mirada algo somnolienta.
-¿Que sucede, Oli? -Preguntó la hermosa dama, utilizando aquel mote cariñoso que él detestaba pero que nunca le diría, jalando un poco al chiquillo de modo que este quedara sentado sobre sus piernas.
-Hay una gotera...No me deja dormir -Contestó, carente de expresión alguna, como solía ser el pequeño pelinegro.
Edith lo observó durante unos segundos, hasta que esbozo una pequeña sonrisa y bajó a su hijo al suelo.
-Dame cinco minutos, mi cielo, llamare a alguien que arregle eso -La mujer habló con dulzura, despeinando un poco más los cabellos negros de su bebé, porque para ella no importaba cuanto Oliver creciera, siempre seria su bebe inocente e inofensivo.
Ella se negaba a creer que había algo mal en la mente del niño, a pesar de que la misma psicóloga escolar se lo había dicho tras un incidente que él tuvo en la escuela. Por eso, ella decidió sacarlo de la escuela y ahora Oliver Pritzker recibía clases particulares en su casa, bajo el cuidado de las tantas mucamas, mayordomos y seguridad, además obviamente de Katrina, su profesora de Literatura. El saber donde se encontraba su hijo, y que estaba bien vigilado las veinticuatro horas del día, le hacía bien a la mujer que tan joven había tenido a su hijo.
El chiquillo asintió y caminó rozando la pared con los dedos al salir, para no tropezar, regresando a su habitación.
Entonces, la señorita Pritzker se levantó, puesto que estaba segura de que no podría dormir de nuevo si Oliver seguía despierto, y era obvio que él seguiría despierto.
2
Katrina Petrova sonrió al guardia del portón y como cada día, le hizo una seña a modo de saludo, mientras este abría el portón para darle paso a la joven que iba montada en su Fiat 201 plateado.
Al entrar, estacionó en el patio y bajó con su libro de poesía que utilizaría para la clase de ese día. Por impulso, alzó la vista hacia la segunda planta de la mansión, justo en la ventana estaba Oliver de pie mirándola inexpresivo. Katrina lo saludó, después de dos años ya se había acostumbrado a lo particular que podía ser ese niño.
Dirigió sus pasos hacia la puerta de entrada, pero en el momento preciso que iba a tocar el timbre Edith Pritzker le abrió, encantadoramente hermosa y elegante como era siempre aquella mujer.
-Oh, Katrina, que bueno que llegas -La castaña besó ambas mejillas de la rubia como era su costumbre y habló- Necesito que te quedes hoy en la mansión, trabajare hasta tarde, no sé a qué hora llegue pero no quiero que mi Oli se quede solo hasta que regrese. -La verdad es que ella se sentía más segura dejando a la joven rusa a cargo de su hijo que dejándolo con las mucamas.
Editado: 08.05.2019