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»¿Y ese muchacho dónde está? —reclamó Sebastián permaneciendo en soledad.
Tras volver a su cuarto, él decidió que era muy tarde para volver a dormir un poco más por lo que se vistió, después se arregló en el baño y luego salió rumbo a una mueblería local. Ellos estaban locos si pensaban que él iba a compartir su cama de dos plazas con otro hombre. Era por eso que la nueva preocupación inmediata del padre no era otra que conseguir una cama para la visita. Algo que él deseaba con todo su ser que fuera ese hombre: una visita que ni siquiera se quedaría el tiempo suficiente como para tener que acostumbrarse a su presencia.
Por el camino saludó a varios vecinos asiduos de su parroquia, pero con ninguno de ellos tuvo una conversación más allá del saludo cordial. Así siguió su ruta hasta que se encontró con la piano que venía con 3 de sus hijos después de que ella solo tuvo permitido dejar a 1 de ellos, el único al que le permitieron entrar debido al tardío horario. La noche anterior el celular de la mujer se había quedado sin batería poco después de que ella cayó rendida por el sueño sobre las 5:30 AM y por eso entonces, a las 10:30 AM ella recién había intentado dejar a sus hijos en sus escuelas.
—¡Maldita alarma que no sonó! —Se quejó ella al despertar y dar inició a las corridas en la casa tratando de llegar a tiempo y hasta de pensar en una excusa convincente para la tardanza.
De todos modos, pasado el enojo inicial por su propia irresponsabilidad, ella volvió a sonreír. Aquel del otro lado con el que había estado mandándose mensajes toda la noche parecía tan distinto a todos los demás con los que ella había tenido amores. Incluso él parecía todo lo contrario a su último amor, ese que se había ido lavándose las manos de la nueva responsabilidad que la piano llevaba en su vientre. No; él, su nuevo posible amor, era tan atento y comprensivo por lo que ella sentía que su alma adolescente intentaba escapar de su cuerpo cada vez que pensaba en ese hombre y en más de una ocasión se abrazó el propio abdomen hinchado tratando de controlar a las enloquecidas mariposas en su estómago causándole cosquillas por las tantas promesas de él. La piano podía jurar que él era diferente, su corazón se lo decía y su mente no disparaba ningún pensamiento premonitorio para advertirle lo contrario. Solo felicidad, no podría recibir nada más de él.
—¡Padre Sebastián! —saludó la piano al tiempo que apuraba el paso para detener al hombre mientras sus hijos la seguían—. ¿Qué anda haciendo por acá? —insistió ella al darle un golpe amigable en el brazo.
Sebastián siguió sus movimientos al recibir el golpe y después se enfocó en la particular sonrisa de la mujer.
—Voy a la mueblería —explicó él un tanto cortante y molesto porque ya sospechaba que ella no lo dejaría ir tan fácil—. Y quiero llegar antes que cierren así que si me disculpas... —agregó Sebastián tratando de recobrar el paso.
—Ay, pero tranquilo, ahí cierran al mediodía —insistió ella cuando lo tomaba del brazo para impedirle irse y después fingía sorpresa e impresión—. ¿Está haciendo ejercicios, padre? Lo tiene durísimo. —prosiguió cuando le seguía apretujando el brazo sin vergüenza alguna.
—No, no, para nada —dijo Sebastián mientras se ponía nervioso viendo a los niños jugando en la calle y un automóvil que se acercaba velozmente dejando una nube de tierra tras de sí—. Por favor, llamá a tus chicos que es peligroso —pidió.
La piano blanqueó los ojos, pero accedió al pedido de Sebastián.
—¡Vengan acá, basuras! ¿No están viendo que los van alzar para la mierda? —Ella resopló más que molesta cuando extendía los brazos para tomar y acomodar a 2 de sus hijos riendo a cada lado de su cuerpo mientras veía como el más pequeño se paraba frente a ella para darle la espalda y mirar a Sebastián—. Parecen mogólicos portándose así, ¡pero che! Siempre lo mismo con ustedes.
—Bueno, bueno... —intervino el padre para calmar la situación—, tampoco hicieron algo tan grave; son chicos siendo chicos no más.
—Sí, son chicos siendo chicos no más cuando no los tienen que aguantar todo el día. Me van a volver loca. Bueno... Más de lo que ya estoy —comentó para después recuperar su buen humor a carcajadas—. ¿Y usted, para dónde iba aparte de a la mueblería, padre? No le quiero robar más tiempo si está muy ocupado —finalizó ella cuando le lanzaba una mirada pícara al hombre.
—No, no te preocupes pia... —Sebastián se detuvo en seco al darse cuenta que casi la llamaba por ese horrible sobrenombre que todos usaban para referirse a ella.
—Tranquilo, padrecito. Todos me dicen así, ya estoy re acostumbrada. Hasta creo que lo prefiero.
Él asintió aunque no podía dejar de sentirse mal por eso. Por más atolondrada y avasallante que fuera la imagen que mostraba esa mujer, nada quitaba que eso no fuera más que una armadura, un escudo y sobra decir, un acto de tanta maldad era algo en lo que un hombre de Dios jamás debería caer.
—Pero, ¿y tu nombre cuál es? Me vas a tener que disculpar, pero nunca tuvimos oportunidad de hablar mucho para preguntarte antes.
—Sí, usted es bastante escurridizo por lo que ví. Bueno... —La piano se mordió el labio inferior sin dejar de ver a Sebastián con malicia y así poder percibir la curiosidad que estaba despertando en él—. Creo que es escurridizo con quién usted quiere no más. ¿O será que me equivoco?
—¿Cómo? —cuestionó él tocando su alzacuello como si quisiera acomodarlo, pero en realidad para ocultar que tragaba saliva.
—Yo vivo al lado de la casa del chiquito que lo ayuda a usted en la parroquia. Lo conozco al Gerardo y a su mamá, la Olivia. Y a usted lo ví entrar muchas veces a su casa cuando él ya no está. Antes pensaba que usted lo iba a buscar, pero varias veces miré que se iba Gerardo y como a la hora llegaba usted. Yo supongo que debe ser porque la Olivia es muy religiosa y ustedes rezan juntos o algo así. No voy a andar pensando nada malo tampoco, ¿no? —concluyó la piano sin ocultar la verdadera intención sugerente de su mirada.