Olvidame

La primera conversación

Julio, 2016

Tres días antes.

 

—¡Esto tiene que ser una maldita broma! —Grité con desesperación.  —¡No puede ser, no hoy!

Me miré al espejo por última vez, mi cabello estaba extremadamente enmarañado y me había brotado un grano en la frente de tanto estrés y nervios.

Por dios, parece una bola de billar.

Busqué las mil y un maneras de acomodar esa melena rebelde que Dios me regaló, pero era imposible, para terminar de embarrarla estaba sucio ¿Por qué? Pues tengo el gran defecto de confiar en que lograré hacer todo bien a último momento, que lograré ser responsable, pero no, hoy no.

Por lo general, cuando vas a conocer finalmente al chico de quien estuviste enamorada los últimos dos años, te esfuerzas por lucir lo más decente posible, incluso llegas a peinarte y buscar tutoriales de maquillaje en Youtube, excepto yo, yo nada más no hago eso, estaba sentada como una idiota mirándome en el espejo, desesperada y de paso tarde para mi cita.

Es que incluso volví la habitación un desastre buscando que ponerme y la peor parte de esto es que tengo diecisiete años y con este atuendo parezco de doce.

Entre trapo y trapo me decidí por una blusa azul oscura con mangas cortas y un jean negro, me hice una trenza de lado e intenté tapar el gran cráter facial que llamaba la atención en mi rostro.

Mi celular tenía rato repicando en algún lugar remoto en mi habitación, solo que no sabía dónde, luego de unos segundos tirando toda la ropa al suelo, lo encontré.

Llamada entrarte de Eric.

No dudé en contestar de inmediato.

—Si, dig…

—¿¡Dónde carajos estás!? ¡Quedamos a las doce y son más de la una, June! ¡No nos hagas ir hasta allá!

Sus gritos me tomaron por sorpresa, digo, si esperaba que estuviera molesto, pero no esperaba que estuviera al borde de un colapso por desesperación. No lo culpo, ese día lo recordaré toda la vida, todo estaba yendo de mal en peor y aún no era medio día.

—Lo lamento, sucedió… un percance familiar. —Mentí.

Estoy a punto de raparme la cabeza si no consigo como calmar mi cabello, ese es el percance.

—¿Qué percance?

No soy rápida para inventar excusas, mucho menos para explicarlas.

—Llego en diez minutos ¿Si?

Como si mis nervios hubiesen sido pocos y fáciles de controlar, mi ansiedad hizo su entrada triunfal al darme cuenta de que nada de lo que tenía planeado estaba saliendo como esperaba, y lo peor, es que ayer me estaba preparando mentalmente para que hoy fuese el mejor día de mi vida.

—¡Por amor a dios! ¡Muévete! —Escuché a Josh gritar al fondo.

Escucharlo y saber que estábamos tan cerca el uno del otro me estremeció, el amor a distancia es estresante, imagínense lo que es saber que el conteo al fin estaba a punto de llegar al cero.

Que él, que Josh, me estaba esperando.

—¡Maldita sea! En verdad muévete, June.  No viajamos una hora en metro atravesando la ciudad para que no estés donde acordamos. Tienes diez minutos, o nos vamos. —Amenazó con molestia.

Y como si la amenaza hubiese sido de muerte, diría que ni siquiera se cumplió el plazo de diez minutos cuando yo ya iba corriendo calle abajo entre la multitud de gente para llegar a tiempo, para llegar a él.

El centro comercial quedaba a dos cuadras de la casa de mis tíos, pero me daba pánico andar sola en una ciudad desconocida. Sin embargo, tenía un leve enamoramiento por el alboroto de esta ciudad, el ruido del metro, de los carros y la cantidad de edificios que no sueles ver si eres de un pueblo tranquilo y pequeño como yo.

El momento estaba por llegar y mi corazón amenazaba con salir disparado como flecha al blanco. Las manos me estaban sudando y parecía una estúpida mirando por todos lados intentando identificarlos.

Siempre parezco una estúpida, pero en ese momento me esmeré.

Me perdí dos veces intentando concordar las direcciones que me dieron, se supone que nos encontraríamos en el cine, pero yo estaba con dirección al sótano. Entre la corredera y unos cuantos tropezones, subí las escaleras mecánicas con rapidez, en verdad quería llegar. Me regañé mentalmente un par de veces, debía calmarme, tanta emoción no es sana.

Tres pisos más hasta el cine y no podía dejar de imaginar en su reacción al verme, si yo le gustaría tanto como detrás de la pantalla, si se sentiría como yo o algo así. Al llegar finalmente al cine empecé a buscarlos como loca con la mirada, a través de las barandas de vidrio, por las carteleras, las taquillas, pero nada.

Era muy exasperante como la adrenalina me consumía cuando no hallaba su rostro entre los otros.

Pero en algún momento, entre tanta búsqueda, entre tanta desesperación, el tiempo se detuvo. Justo en ese momento en que esos ojos marrones se encontraron con los míos, en el momento en que esos labios con los que tanto deliraba viendo sus fotografías me regalaron una sonrisa y entonces, supe que era él.




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