La relación entre Boris y ella no fue amor a primera vista. De hecho, en su primer encuentro, Boris irritó profundamente a Mónica. Apenas logró contenerse para no responderle con alguna grosería.
En aquel entonces, Mónica ya trabajaba en una clínica privada frecuentada por la élite empresarial de la ciudad para cuidar de su salud. Llegó allí por casualidad, gracias a las gestiones de su mejor amiga, Nina Savchak, secretaria del director del establecimiento. Mónica no se adaptó de inmediato a las normas imperantes en aquel lugar, donde el cliente siempre tenía la razón.
Los pacientes no eran precisamente personas con pocos recursos, y sus exigencias hacia los empleados y las condiciones eran notoriamente estrictas. Cuanto más pagaban, más esperaban recibir. En general, los pacientes solían ser famosos empresarios, políticos, altos funcionarios y sus familiares.
Mónica comenzó su carrera haciendo turnos y se fue acostumbrando al ritmo de vida que eso implicaba. No tenía familia propia, por lo que su horario de trabajo, fuese de día o de noche, no era un problema. Lo importante era tener empleo.
Una noche, durante uno de sus turnos, un hombre llegó al área de recepción en su propio automóvil con fiebre alta. Por suerte, no iba al volante, ya que en ese estado podría haber ocurrido cualquier cosa. Desde la puerta, el hombre empezó a dictar sus propias condiciones, exigiendo que le bajaran la fiebre de inmediato, pues tenía planeado viajar por trabajo y llegar a su destino por la mañana.
A pesar de su juventud, no era fácil forzar a Mónica a hacer algo que consideraba imposible. Insistió con calma, pero con firmeza, en la necesidad de realizarle un examen médico. Argumentó, trató de convencerlo, pero el caprichoso paciente no quiso escuchar y declaró:
— Llame inmediatamente al director.
El tono amenazante no tuvo el impacto esperado.
— Ahora mismo, yo soy la responsable aquí.
Mónica no podía dejar que alguien con fiebre alta y dificultad para respirar saliera del centro médico. Mientras el hombre se quejaba, ella contactó al laboratorista y al radiólogo y, al tomarle la mano para medirle el pulso, escuchó inesperadamente:
— Es usted obstinada.
— Lo sé —asintió Mónica—. Le pido que no me distraiga. Continuaremos nuestra charla en un momento.
— Y valiente —añadió él con una voz que hizo que Mónica alzara la mirada y lo viera por primera vez como un hombre. Era severo y atractivo, alto y fuerte, aunque ya no joven. También parecía una persona acostumbrada a imponer su voluntad y a que le obedecieran. Mónica consideró brevemente la posibilidad de buscar un compromiso, pues aquel hombre era alguien por quien podrían llegar a despedirla, y encontrar un nuevo empleo sería realmente difícil. Sin embargo, ese instante de debilidad pasó rápidamente y se obligó a seguir el protocolo. — ¿Sabe usted quién soy?
— Un ser humano —respondió Mónica, sin apartar la mirada. Su nombre no le decía nada. Afortunada o desafortunadamente, Mónica no pertenecía al círculo social en el que se movían los pacientes de esa clínica.
El hombre entrecerró los ojos, estudiando su rostro durante unos momentos, y luego continuó:
— ¿Por qué no la había visto antes?
— Porque soy solo una doctora de turno en esta clínica. Mi horario es principalmente nocturno y los fines de semana. Además, usted no parece una persona que requiera atención médica regular. — Por primera vez en mucho tiempo, Mónica se interesó en un hombre, aunque en ese instante notó las miradas curiosas de otros empleados y se alegró por la llegada discreta de la laboratorista, quien esperaba pacientemente su turno a un lado. — Ahora le tomarán muestra de sangre para análisis. Espero que no le temas.
Esta vez, el hombre sonrió. Estaba pálido y sus ojos brillaban, pero era difícil apartar la vista de su atractivo rostro.
— No temo a nada ni a nadie.
— Me alegra saberlo.
Mónica asintió, se levantó, pero no pudo deshacerse de la sensación de que las palabras de ese hombre sonaban más bien como... ¿una advertencia?
El radiólogo diagnosticó una neumonía bilateral al severo paciente, y los resultados de los análisis corroboraban un proceso inflamatorio grave. Así que el hombre, debilitado, ya no se resistió cuando le asignaron una habitación privada y le conectaron un gotero.
* * *
La noche siguiente, Mónica se reunió con Nina Savchak en una cafetería. Era una de sus habituales, incluso mundanas, reuniones de viejas amigas que se conocían desde la escuela. Sin embargo, esta conversación resultó ser cualquier cosa menos mundana. En cierta medida, incluso fue extraordinaria.
Tan pronto como Mónica se sentó en la mesa, Nina la increpó con tono ofendido:
— ¿Por qué no me contaste? ¡Y decías ser mi amiga!
— ¿De qué estás hablando?
Mónica buscó con la mirada a la mesera.
— No te distraigas. Ya he hecho el pedido. Para las dos. Todo como te gusta —apresuró Nina, algo impaciente—. Además, no es sobre qué, sino sobre quién.
— Como digas. Entonces, ¿sobre quién? No recuerdo haber ocultado nada de ti.
Mónica seguía sin entender qué esperaba su amiga de ella. Parecía que nada especial había ocurrido recientemente.
— ¡Qué terca eres! Yo te cuento todo. Bueno, te recordaré. Sobre Borís Verechko, por supuesto. Entonces... —Nina se inclinó hacia adelante—. ¿Desde cuándo están —digámoslo así— saliendo? —Mónica tardó en recordar de quién se trataba ese nombre—. No pongas cara de sorpresa. De todas maneras, me enteraré de todo. No te irás de aquí hasta que me cuentes...
— ¡Ah! Te refieres a ese hombre que está con neumonía bilateral. Honestamente, no lo he visto desde que lo ingresaron en la sala.
— No me vengas con excusas...
— ¿Qué excusas? ¿Y por qué crees que estamos saliendo? Nina, te has confundido. No estoy saliendo con nadie. La última vez fue con Tolik Gorodnik, nuestro oculista, el mes pasado. Te conté todo entonces.