Dos
El joven jeque catarí sintió como si de repente su saliva se convirtiera en la más amarga hiel y que su sangre se convirtiera en pesado plomo.
¿Él había dicho invitación?
—¿Estas bromeando conmigo, Sebastián? —cambió de actitud completamente. Ahora se sentía como un contrincante más y Khalil estaba dispuesto a medirse cabeza a cabeza. —¿Crees que estoy de humor para una pelea como esta?
—No se cuales creas que son mis intenciones, Khalil Al Mahad, pero ninguna de ellas incluye el hacerte sentir humillado.
—¿Y qué te hace pensar que asistiré a la boda de la mujer que amo?
Khalil no pasó desapercibido cuando su rival rodaba sus ojos.
—No estoy obligándote a nada. Quiero que entiendas eso —aclaró con educación y paciencia. — Me pareció correcto traerte una invitación. Es un simple acto de cortesía, tu decides si asistir o no.
—¿Qué?
Sebastián se sentó sin que se le ofreciera asiento. Deslizó un delicado sobre color verde pastel sobre su escritorio y exhaló.
—Eres cercano a la familia Vaduz por ser amigo del rey. Catalina… bueno, ella no te considera una mala persona y como Nicholas también fue invitado era…
El joven jeque recibió la puñalada a su ego casi sin inmutarse. Miró despectivamente a Sebastián y con todo el cinismo que pudo imprimirle a su voz, habló;
—Cuestión de consideración que la tarjeta me llegase a mi…
—No —lo interrumpió Sebastián. —Era lógico que tú también estuvieses invitado. Yo no soy tu enemigo, señor Al Mahad y Catalina tampoco.
Khalil no sabía que era lo que lo hacía sentir más ofendido. Si el dolor de aceptar que la mujer que amaba se entregaba a otro, o que le tuviesen lastima al grado de que sus mejores amigos no le mencionasen la inminente fiesta de la princesa.
—¿Ella lo sabe? ¿Sabe que me estas invitando?
—Se lo comenté—le contó él con una sonrisilla que a Khalil le puso los nervios de punta. — Tenemos negocios en común y a ella no le molestó que considerase el hacerte llegar una invitación.
Eso le dolió más que si le hubiese arrancado la piel a tirones. Corroboraba una vez más la verdad. Esa que tanto lo mortificaba; de que Catalina, su princesa, ya no lo era. Ella era feliz ahora. Con otro hombre, otras ilusiones y un amor verdadero.
Durante muchas noches en vela que Khalil pasó en soledad, y enojado con el mundo por arrebatarle lo único que amaba, se detuvo a pensar en su comportamiento del pasado. Ocho años atrás para ser exactos, cuando él era un joven inexperto de solo veintidós años. Mirándolo en perspectiva, su pasado se veía relativamente fácil, él solo renunciaba a todo lo quien conocía en la vida y vivía una intensa historia de amor junto a la hermosa princesa. Pero la verdad era otra, que Khalil había tenido miedo. El pánico a perder lo único que conocía en la vida; el dinero, a su madre y las facilidades que ser el último de los Al Mahad conllevaba, pudo más que cualquier sentimiento que pensaba tenía hacia Catalina.
Por ese motivo también no podía reprocharle nada a su madre. Del otro lado de la vereda el joven jeque entendía que una mujer como Catalina no era merecedora un amor tan débil como el suyo.
Patético. Khalil era simple y llanamente patético.
—Fuiste una persona importante en su vida, Khalil.
Los ojos oscuros del joven jeque se dirigieron al rostro del joven como dos dagas de jade.
—¿Eres imbécil o realmente te regocijas de todo esto?
Sebastián no se inmutó, tampoco fue tomado por sorpresa ante ese ataque. Él había sido lo bastante claro y certero en sus palabras. Conocía el temperamento del jeque y lo que estaba en juego al visitarlo. Su padre jamás le perdonaría que por su culpa la petrolera Aguilar perdiera el apoyo que los Al Mahad le brindaban.
—Ni lo uno, ni lo otro —contestó con paciencia. —Lo dije antes —Sebastián intentó que sus palabras no le faltaran el respeto en ningún momento, —me pareció correcto que supieses de la fiesta y de que estas invitado en caso de que así lo quisieras.
Khalil ojeó con desgana la tarjeta. Cada una de las letras que allí se leían sumaban al pesado yunque que parecía colgar de su corazón desde aquel día que Catalina lo dejara.
—Aprecio tu consideración —sonrió sin más ánimos de seguir discutiendo, —lamento informarte que para esa fecha me encontraré de viaje de negocios por Sudamérica. Mis felicitaciones a ambos, me alegro por los dos.
Sebastián lo miró con tristeza, no obstante, opto por elegir con prudencia y retirarse.
—Gracias por tu tiempo, Khalil.
***
Adali era la vendedora más bonita y simpática que el húmedo pueblecito de Chulumani, en Bolivia, hubiese visto alguna vez. La joven de apenas diecinueve años se ganaba la vida a través de trabajo duro y persistencia. Habiendo quedado huérfana desde muy pequeña, la joven tozuda y orgullosa se había hecho cargo de sus dos hermanos menores.
Aún sin cumplir dos décadas de vida la muchacha sabía lo que era ganarse el pan de cada día a través del esfuerzo y aunque muchos hombres, viajantes en su mayoría, le ofrecieron el cielo a sus pies, ella pensaba que nada era mejor que una consciencia tranquila.
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Editado: 07.01.2021