Olvidar (spin off saga clichélove)

8.

Ocho

Una buena dosis de realidad descendió como una descarga eléctrica por la espalda de Adali. Ella caminaba calmadamente junto a Javier rumbo a su hogar… con sus hermanos.

¿En que estaba pensando cuando aceptó su compañía? Él era una incógnita para ella. Una mera casualidad del destino con la que ahora tenia que cargar y de la que no quería escapar. Al menos no cobardemente.

¿Y si hacía caso a la parte cuerda de su consciencia y lo denunciaba a la policía?

No. Todavía tenia que recuperar su pulsera y de paso averiguar por qué el jeque lo quería muerto.

Ella le dio un repaso visual de arriba abajo. Javier no parecía una persona de escasos recursos, mucho menos un ladrón como sospechaba Norma.

Una tonta teoría se abrió paso en su cabeza; ¿Y si ella había ido a parar con uno de los importantes socios cataríes que se hospedaba en el hotel? ¿Ese que nunca conoció?

¡Deja de soñar con fantasías, Adali! Se reprendió.

La vida real no era como en esas intrincadas telenovelas que algunas veces veía. Esto no era el capitulo de un drama con coincidencias maravillosas y desenlaces aún mejores. La realidad era que ella estaba dando hospedaje a un hombre del que no sabia absolutamente nada y a quien había salvado la vida.

Pero él no era malvado, ¿verdad? Su corazón, eso creía que era, le decía que no. Que esos hermosos ojos oscuros, que desde lejos se veían negros, no eran capaces de actuar con maldad o en su contra…

—Me sorprende la cantidad de penumbra para estos lados— dijo él mirando su alrededor y divisando los altos matorrales. Un tonto cosquilleo en su pecho, que identifico como preocupación, se disparó por su cuerpo. —¿Siempre recorres esos lugares en soledad?

Ella instantáneamente se puso a la defensiva.

—Sí. ¿Por qué? ¿Qué tienes en mente?

Él sonrió, pero a diferencia de sus sonrisas anteriores esta no estaba cargada con humor ni diversión. Más bien parecía triste, resignada.

—Nada si soy sincero —Javier prefirió no decirle sobre su recelo o preocupación. Todavía era demasiado pronto para inmiscuirse en la vida de esa morena quisquillosa. — No tengo nada en la mente.

Ella se avergonzó de haber sonado tan borde y mordiéndose el interior de las mejillas continuó caminando en silencio junto a ese hombre que le provocaba picores en la piel. Al cabo de unos metros recorridos por el sendero de tierra, Adali divisó su casa.

—Es aquí.

Javier la miró con nada más que curiosidad. Ella esperó pacientemente a que él hiciese algún comentario hiriente o que mostrase algún signo de disgusto ante la choza que le señalaba. Para su sorpresa, y pesar, nada de eso sucedió. Él la siguió manso como cordero y ella se dio cuenta de que ya no tenia escapatoria; había introducido a ese hombre misterioso en la vida de sus seres más valiosos.

El primero en notar la presencia de la joven, y compañía, fue su hermano Nelson. El niño de apenas once años se debatía el menú de la cena de la noche: un par de huevos o, una vez más, sopa.

—¿Quién es ese? —preguntó igual de grosero que su hermana mayor.

—Es un amigo. ¿Dónde está Lunay?

—¿Cenará con nosotros? — contratacó el niño sin tregua. Adali respondió afirmativamente, aunque algo ausente. Ella buscaba con la mirada a su hermanita menor, la melliza de Nelson. —¿Cómo te llamas?

—Javier.

Él niño arqueó su morena ceja y la titánica tarea de elegir la cena pasó a un segundo plano.

—Javier ¿Qué? ¿Cómo conoces a mi hermana?

—¡Adali! —gritó una vocecilla infantil llena de alegría y energía. Javier se giró y una versión más pequeña de Adali se introdujo por la roída puerta. Ella pareció flotar hasta llegar a su lado y sus ojitos brillantes lo miraron con curiosidad por espacio de unos segundos para luego volar hacia su hermana. —¡Las vi, las vi! Eran luciérnagas de verdad.

—Te dije que no debías salir de noche—reprendieron a la recién llegada. — Menos cuando no me encuentro en la casa.

Lunay lo miró de arriba abajo y luego sonrió.

—¡Te conseguiste un príncipe como Aladín*!

—¿Qué?

—Aladín* no era un príncipe, tonta —peleó Nelson que parecía indignado ante tal comparación. —Él era un ladrón con algo de suerte y mucha magia.  ¿Eres un ladrón? —preguntó a quemarropa y Adali tuvo que tragarse la tos.

—Tal vez —respondió el moreno con una mueca, provocando consternación en el niño y una sonrisa soñadora en la pequeña Lunay. —Pero no tengo magia o suerte…

Él la miró directamente esperando alguna acotación a la descripción de su deplorable situación. Sin embargo, nada de eso sucedió, Javier vio como la morena imponía orden en la casa y después de sentar a sus hermanos frente a ellos, habló.

—Este es Javier, un amigo que ha sufrido un accidente y se quedará con nosotros durante un tiempo —comenzó diciendo ella intentando ser lo bastante clara para que los pequeños no se hicieran a una idea equivocada. Le dolería en el alma que sus hermanitos se encariñaran y él se marchara sin mirar atrás. —Él estará pasando una temporada aquí y nos ayudará en los quehaceres de la casa. Es temporal, nada más que un par de días… espero —susurró la última parte.




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