Nueve
Norma sintió que los vellos de su cuerpo se erizaban al ver la lujosa camioneta que se detenía fuera de la salita de salud. Esta era la segunda vez que un grupo de hombres de gran porte se presentaban por allí.
¿Qué sucedía ahora en la tranquila cuidad de La Paz?
Un grupo de cuatro ingresó al interior donde ella tenía su escritorio y daba los turnos para las consultas habituales.
—Buenas tardes —sonrió uno ellos, el de atrapantes ojos verdes. El rubio a su lado, que utilizaba gafas, solo asintió con la cabeza a modo de saludo. Norma se percató de que los otros dos hombres, que se quedaron rezagados, parecían personal de seguridad y susurraban en voz baja en un idioma que ella no podía identificar. —¿Eres la encargada de este lugar?
Ella asintió y después de tragar el nudo en su lengua, su voz decidió salir al fin.
—¿En qué puedo ayudarlos?
—Un amigo nuestro ha desaparecido y estamos buscando personas que lo hayan visto —Norma instantáneamente se dio cuenta de que otro tonto turista estaba perdido. Era común en esa zona ya que la altura los ponía un poco bobos. — Es alguien importante, no asiduo a este tipo de entornos. No creemos posible que se haya herido, pero…
—Al punto, alteza —interrumpió el rubio y se quitó las gafas. La respiración de Norma se paralizó al ver sus impresionantes ojos color ámbar. Esas bellezas parecían oro fundido y ella casi gimió al percatarse de sus marcados rasgos masculinos. Él era un maldito modelo extranjero. —Mi nombre es Nicholas Baron y este es… Daniel Vaduz. Estamos buscando a un conocido que desapareció por esta zona alrededor de una semana atrás. ¿Has atendido a alguien con sus características?
—¿Disculpe?
Ella tenía razón. Un turista tonto y rico se había perdido en alguno de los senderos. Él sacó un teléfono celular muy sofisticado y de la más alta gama. Ella vio como tecleaba algo y luego intentaba mostrarle.
—Norma —dijo su padre con un tono de voz grave y que provocó que diese un salto en su sitio. —Yo me encargo. Puedes retirarte.
El doctor García miró a los hombres frente a su hija y todos sus instintos protectores se encendieron. Él necesitaba alejar a su pequeña de esos maleantes.
—¿Qué?
Pero su padre no respondió, él la instó a que se marchara y no habló con las personas hasta que a su hija no se le vio ni un solo rizo.
—Buenas tardes, caballeros. Soy el doctor Ricardo García, titular de esta sala de salud. ¿En qué puedo serles útil?
—Buscamos a una persona —dijo esta vez el moreno y le enseño la fotografía. Ricardo apenas dio una mirada fugaz al hombre en la fotografía.
—Lo siento —sonrió. —No lo hemos visto, muchos menos tratado en este lugar —respondió de manera cortes, pero tajante.
—¿Esta seguro?
Ricardo miró de nuevo al hombre rubio. El comisario le había advertido de la clase personas que habían llegado a la pequeña ciudad en búsqueda de uno de los suyos. Él, prudentemente había guardado silencio en ambas ocasiones y hasta no hablar con Adali no inclinaría su opinión respecto a Javier hacia uno u otro bando. El doctor presentía que si el joven hombre, al que le había brindado servicios un par de días atrás, fuese una mala persona jamás una muchachita como Adali o sus hermanos estarían relacionados con él. Ella no expondría a los niños a eso.
Una risilla infantil se oyó en toda la consulta y el doctor comenzó a sudar frio. Miró de reojo y con nerviosismo la parte posterior de la clínica donde Javier esperaba a que le quitaran los puntos de su herida mientras Nelson y Lunay estaban a su lado. El trio había aprovechado un viaje hasta la ciudad para asistir a consulta.
—No tengo porqué mentirles, caballeros —trató de conservar su tono de voz cordial. El mismo que había empleado con el comisario y los policías que lo acompañaban. Quizá el tipo pensaba que era un idiota, pero a él se le había hecho obvio que los oficiales no eran personas de esta región. —Solo mi hija y yo trabajamos en esta consulta.
Su última oración no dejaba lugar a dudas de que su respuesta o la de Norma serían la misma.
Daniel miró al doctor y luego a Nicholas, su antipático amigo lo miraba con cara de pocos amigos. Para él era obvio que el señor ocultaba algo.
La risa de unos niños llamó su atención y al ver que Nicholas no continuaría cuestionando al hombre, decidió disculparse y dejarlo con su labor. La muchacha le parecía mucho más accesible a decirles algo. Para Daniel no había pasado desapercibido el interés brillando en su mirada.
—Hablemos con la muchacha después—dijo en alemán, su idioma natal, y Nicholas asintió. Luego miró al médico y con una pequeña reverencia se despidió.
El doctor secó el sudor de sus manos y posterior a un profundo carraspeo, para ordenar sus ideas, regresó a la pequeña sala donde lo esperaban tres impacientes personitas. Antes de correr la cortina para atender a su paciente, se detuvo;
—¿Tú quieres hacer lo mismo? —escuchó que Javier le preguntaba a Nelson, quien se oía parlotear explicando los numerosos afiches del cuerpo humano que él había colgado una vez allí. —Eso es asombroso. Serás un excelente doctor, has mantenido limpia mi herida.
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Editado: 07.01.2021