Olvidar (spin off saga clichélove)

10.

Diez

—¿Javier?... ¿Javier? —insistió la voz infantil. El aludido al fin reaccionó al sentir una pequeña mano tocando su antebrazo. —¿Qué te sucede? ¿No me escuchas?

El joven hombre miró a Lunay que hablaba sin parar. ¿Cómo podía explicarle él que no sentía identificado con ese nombre y que le parecía completamente irracional contestar cuando lo llamaban?

Los últimos días se habían sentido extraños en mas de un sentido. Por la noche, Javier temía de irse a dormir. En esos sueños se sentía atormentado. Él sabía que la mujer a la que tanto amó en el pasado ya no era suya. Ella lo había dejado. Y eso, le dolía.

De noche, a su maltrecha memoria llegaban reminiscencias de lo que creía eran recuerdos. Algo en el fondo de su corazón le indicaba que no se trataba de meras fantasías. Él presentía que aquellos lujosos sueños eran parte de su vida pasada… pero como siempre, al abrir los ojos, ese mundo desaparecía y con él, la joven de salvajes ojos verdes.

¿Un ángel, un hada o una princesa? No sabría que contestar. Pero de algo estaba seguro, ahora un par de ojos negros competían con aquellas gemas verdes.

Y eso lo atormentaba.

—Nelson dice que él puede recitar de memoria todos los huesos del cuerpo humano. ¿Tu le crees? —preguntó la niña con inocencia.

—Me los sé porque en el futuro seré tan bueno como el doctor García —rebatió su hermano con la frente en alto y sonriendo orgulloso.

Javier les sonrió.  

—¿Tú quieres hacer lo mismo? Eso es asombroso. Serás un excelente doctor, has mantenido limpia mi herida.

—Regresé —dijo el médico apareciendo junto a ellos. —Niños, ¿pueden ir con Norma para que les dé un par de caramelos? Tengo que hablar en privado con Javier.

EL doctor García miró a los niños retirarse con algo de reticencia. Luego, enfocó toda su atención en el hombre al que curaba desde hacía varios días.

—Quiero que seas brutalmente honesto conmigo. ¿Eres una mala persona, Javier?

El joven no se vio alterado por su pregunta tan directa. En su lugar, exhaló con frustración y le dijo que no sabia que responder a esa pregunta.

—Es gracioso, no es usted la primera persona que me lo pregunta.

—¿Qué?

—Adali también lo hizo —le contó Javier al hombre que lejos de juzgarlo parecía dispuesto a ayudarlo. — Ese día cuando nos marchamos a su casa.

—La policía y un grupo de hombres está buscándote, muchacho —decidió confesar el médico. Nuevamente Javier lo sorprendió al no verse afectado. Es más, hasta parecía que se esperaba esa noticia. ¿Quién era ese joven? —¿Tienes una idea de por qué?

—¿Seré un criminal?

—No lo creo —negó el doctor y limpió su cabeza. —Estoy otorgándote el beneficio de la duda. Estuve preguntando al comisario porque te buscaban y no supo darme más información allá de que “habías robado” en el Hotel Rosario. Pero sabes, eso es prácticamente imposible.

—¿Por qué?

El señor Ricardo García decidió contarle, al supuesto hombre llamado Javier, sobre sus sospechas. El hotel Rosario era conocido por su prestigio y nadie que conociera la zona se atrevería a robarlo. Era un secreto a voces que el gerente pagaba una buena suma a los matones para que custodiaran los alrededores de su hotel y a sus huéspedes importantes.

¿Creía entonces posible el doctor que esos matones hubiesen atacado a Javier? Pues no. Él confiaba en el buen juicio de Adali y si algo había aprendido de esa niña, era a no juzgar por las apariencias y confiar un poco en sus corazonadas.

—Déjame investigar un poco más —pidió. —Estoy seguro de que el comisario esconde algo.

Javier asintió con humildad. A diferencia de cómo se sentía internamente, donde quería gritar del coraje. Esta era la segunda vez que se sentía impotente al dejar su futuro en manos de los demás. Primero con Adali, quien había ideado un plan para buscar información sobre su identidad basados en el hombre que le había atacado, pero a raíz de un nuevo trabajo en el departamento de turismo de la ciudad que le surgió de improviso, tuvo que posponer la búsqueda de información.

Tampoco es que era plausible para él hacerse cargo de la búsqueda de su identidad; ya que no tenía ni una idea sobre por donde comenzar o qué decir específicamente. Y eso estaba acabando con su cordura.

**

Después de salir de la salita de salud, tanto Javier como los niños caminaron tranquilamente por las calles de la ciudad. Adali les había encargado comprar arroz y un poco de harina.

Lunay saltaba a su alrededor distraída cuando una gran y lujosa camioneta negra casi le pasa por encima. Javier alcanzó a jalarla justo a tiempo para que no la atropellasen.

—¡Tienes que prestar más atención, Lunay! —la reprendió Nelson. —Si sigues así, no podrás acompañarnos a vender los huevos de las gallinas de Adali. ¡Eres una distraída!

Los niños se enfrascaron en una divertida disputa que distrajo a Javier hasta que llegaron a una zona exclusiva de residencias. Debido a que él se encontraba en condición de “huésped no grato” en casa de Adali, se veía en la obligación de ayudar en los quehaceres. Por dicho motivo era que junto a Nelson y Lunay buscaban zonas donde pudiesen vender a buen precio sus productos.




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