Once
Adali estaba muda, con su cerebro trabajando a mil e ideando todas las opciones posibles para escapar del ataque del trio que la atosigaba.
—¿Te gustaría que yo te enseñara que tan hospitalarios podemos ser por estos lados? —oyó ella que Javier decía apareciéndose por el camino. Él llegaba calmado a su lado y la tomaba por la cintura dándoles un claro mensaje a esos hombres.
Ella vio la determinación en su mirada y su corazón se calentó en medio de su pecho. Desde hacía muchos años que no sentía la calidez que provocaba el sentimiento de ser defendida por alguien. Se sentía bien liberar la carga de su pesada armadura de vez en cuando.
Los hombres hablaron entre ellos y Javier les chistó para llamar su atención. Con un perfecto y fluido alemán, él contestó a lo que fuese que ellos se decían.
—Discúlpense con la señorita, caballeros. No hagan que las cosas se pongan feas entre nosotros.
—¿Qué? —preguntó Adali un poco aturdida.
—Ellos planeaban forzarte. Las ratas se dan cuenta de que se les hunde el barco y pelean a por quien se salva primero —dijo él entre dientes. —Ve tranquila, cariño. Yo charlaré con ellos después de que te otorguen una disculpa —Javier se acercó hasta su cuello y depositó un suave beso antes de susurrar; —ellos han dicho algo sobre conocerme. Quiero entretenerme un poco y ver que puedo conseguir.
—¿Hablas en serio?
Javier asintió hacia ella con una sonrisa, pero su mirada era una de furia. Adali lo desconoció completamente.
Uno de los hombres se dirigió de nuevo a él y esta vez si que el moreno perdió los estribos. ¿Cómo se atrevían siquiera a pensar en hacerle daño a alguien tan precioso como lo era su Adali?
—Ve a casa. Los niños te esperan.
Él se encargó de dejar más que claro de que a ella jamás podrían tocarla. Ni siquiera pasando sobre su cadáver.
Adali, como buena y obediente niña, le hizo caso y Javier se prometió a si mismo conseguir una disculpa para ella.
Cuando su larga y oscura melena ya no se vio por el camino de tierra hasta la casa, él se giró con una tétrica mueca.
—Así que… Serge, ¿pudiste reconocerme? —se dirigió al que parecía el pilar más débil del grupillo. Él había dicho algo como “debe ser una jodida broma, ¿Qué hace él aquí?”. —¿Qué esperas? Parecías bastante seguro de ti mismo mientras atosigabas a la jovencita.
—Lo siento, señor Khalil —dijo con voz temblorosa. —No sabía que era usted. He tardado en reconocerlo, sin su barba parece otra persona.
Ese era su nombre. Él lo sabía. Desde el fondo de su corazón y su cerebro, sabía que podía responder tranquilamente a ese nombre.
Quiso indagar más y preguntarle de donde lo conocía o porqué temblaba al verlo, pero eso echaría por tierra su fachada de protector de Adali.
—El mundo parece un perverso pañuelo. ¿Qué demonios hacen ustedes por aquí? ¿Es este lugar tan malditamente atrayente para que todos nosotros nos encontremos aquí?
Los tres hombres se miraron entre sí.
—Formamos parte del mismo proyecto minero que usted, señor Al Mahad—contestó otro. —Su primo nos invitó en la comitiva que sucedería a su grupo. Pensamos que se había marchado a Qatar, eso fue lo que Omar nos dijo.
**
Adali veía como Javier miraba fijamente su plato y revolvía con un aire ausente el arroz que le había servido. Era una bonita costumbre que habían tomado la de cenar los cuatro juntos.
La expresión de él era una de preocupación y eso se transmitía en su inusual mutismo. ¿Qué habría sucedido con los hombres que la perseguían?
Ella no había visto heridas externas o señales de una lucha. Sin embargo, no se podía decir lo mismo de su interior. Algo había sucedido para que Javier se comportara de esa manera tan distante.
—¿Por qué no estás comiendo? —fue su hermana quien le quitó las palabras de la boca. —Sabes que Adali te reprenderá por no comer lo que te sirven.
Él sonrió.
—Estaba pensando. A veces hago eso —tranquilizó a Lunay.
Ella quería preguntarle qué tipo de información le habían dado esos hombres, pero él pasaba olímpicamente de ella. Ni siquiera había revoloteado a su alrededor mientras cocía el arroz y unos huevos, como siempre solía hacer.
Sus hermanos terminaron de cenar y luego de higienizarse, se marcharon a dormir. Adali recogió todo y acomodó el lugar. Javier estaba afuera, mirando el cielo estrellado.
El corazón se le estrujo en el pecho al pensar que quizá él se marcharía en cuanto el sol saliese y que estaba dándole evasivas para no despedirse. Ella sabia que la gente solía hacer eso.
—Gracias —dijo Adali en voz baja acercándose a él. Si iba a marcharse no quería quedarse con ninguna palabra atorada en su garganta. —Por lo de hace un rato. Fuiste muy valiente en defenderme de esos hombres. ¿Pudiste conseguir la información que querías?
Él la miró fijamente absorbiendo cada uno de los detalles de su fisionomía.
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Editado: 07.01.2021