Olvidar (spin off saga clichélove)

12.

Doce

Los malditos días pasaban, el gasto de dinero continuaba y los hechos comenzaban a acorralarlo. Omar se sentía a punto de estallar al no encontrar el cuerpo de Khalil o al bastardo vivo en alguna parte.

La inutilidad de la policía corrupta a la que había comprado también estaba cansándolo. El imbécil del comisario no era capaz de encontrar rastros que indicaran la presencia de un cadáver por la zona.  

¡Mil veces maldito! Omar estaba seguro de haber destrozado el cráneo de Khalil con esa piedra y la cantidad de sangre le había asegurado que su ”primo” no la contaría dos veces.

Si tan solo él no se hubiera fiado de que los perros salvajes terminarían con su trabajo…

El vehículo en el que se movía dio un brusco volantazo hacia uno de los lados y Omar maldijo a su chofer cuando por poco y atropella a un par de transeúntes. Miró hacia atrás y vio a un tipo alto consolando a una niña mientras otro mocoso les hacia gestos obscenos a la camioneta. ¡Lo que les faltaba! Hacerse cargo de un accidente con pueblerinos ignorantes.

Su teléfono celular timbró y tuvo que tragarse otra maldición. Era su padre, seguramente para reprocharle una vez más el por qué no podía cumplir con sus órdenes. En Qatar, el hombre más viejo y experimentado tenía a la madre de Khalil comiendo de su mano. Ellos habían ideado un plan para hacerle creer a la tonta mujer que su hijo sufría una especie de depresión profunda y que el viaje a Bolivia había sido planeado con un único objetivo; ponerle fin a su vida y deshacerse de una vez por todas del estigma que el apellido Al Mahad traía. La muy idiota se lo había tragado todo.

Un recuerdo brillo desde el fondo de su memoria para apuñalar su fibra sensible. Esa que aparecería de vez en cuando junto a su consciencia.

“Omar estaba festejando su cumpleaños número dieciséis. Su padre le entregaba un reloj de oro y el señor Zayed un pase libre para que eligiese el vehículo de sus sueños. Omar estaba feliz, pero al mismo tiempo sentía que eso no era más que un tramite para ellos. Pronto lo despacharían con la misma frialdad que a alguno de sus trabajadores. Y así fue.

Caminaba por el pasillo con un nudo en la garganta y convenciéndose de que el hermoso reloj y el vehículo que eligiera serían suficientes cuando una gentil mano apretó su hombro. Era la primera esposa del jeque Zayed. Ella traía en sus manos un pastel para él y le invitó a festejar su cumpleaños juntos. Ambos caminaron por los grandes pasillos de la casa principal hasta que llegaron a uno de los jardines internos. Allí estaba Khalil, esperando por los dos. Él no se veía complacido de estar en ese lugar. Sin embargo, y contra todo pronóstico se quedó a cantar el feliz cumpleaños y comer un trozo de pastel…”

La amarga y acida sensación de la bilis subiendo por su esófago hasta su boca, era un habito al que Omar estaba acostumbrándose. Él no había tenido carácter, según su padre, para ser quien le notificara a esa pobre mujer sobre la desaparición de su hijo.

—Padre —contestó al teléfono y oyó lo que se decía desde el otro lado. —No, no han hablado conmigo. ¿Qué cosa? No tenia idea. Bien.

Su padre cortó la llamada y Omar se obligó a mantenerse entero a pesar de sentirse como la mierda. Los amigos de Khalil seguían entrometiéndose donde no los llamaban y estaban comenzando a hacer averiguaciones que él no.

Arrojó con fuerza el celular contra el asiento y maldijo al idiota de Daniel Vaduz. Las personas enviadas por su padre no habían podido ser capaces de violar la seguridad que su equipo personal de guardias tenía.

¿Cómo se suponía ahora que debiera deshacerse de esos obstáculos si los malnacidos parecían inmunes a cualquier treta que les tendiera?

**

Omar llevaba ya el tercer vaso de whisky consecutivo. Un recurso que utilizaba últimamente para lidiar con las frustraciones y caer rendido a la cama.

Sintió su celular timbrando, pero no le hizo mucho caso.

—¿Qué? —contestó con la lengua adormecida. —Esta es la quinta puta llamada que haces. ¿Qué demonios quieres, Serge?

—Tienes que ayudarme, Omar. Hazle saber al señor Khalil que no fue mi intención, o la de mis amigos, ofenderlo a él o a la muchacha.

—¿Qué? —su aturdido cerebro se digno a analizar lo que el hombre le decía. Él era el hijo de uno de los ingenieros que participarían en el proyecto de la mina boliviana. Ese al que a Khalil ni siquiera le había interesado. —¿Dijiste… dijiste que quieres que hable con Khalil? ¿Dónde lo viste? — el tipo hizo silencio. —No puedo ayudarte ni a ti o a tu padre —amenazó implícitamente, —si no me dices la verdad. ¿Cómo quieres que interceda por ti si no sé lo que has hecho?

—Antón dijo que podríamos divertirnos en los alrededores, por eso tomamos ese bus —la voz del muchacho se entrecortaba. Eso quería decir que él o sus amigos debían estar desesperados. —La chica era atractiva, pero algo arisca. Nosotros… nosotros solo queríamos divertirnos… —llorisqueó, —Tú dijiste que tu primo estaba en Qatar, con su madre… pero él… él apareció y nos hizo saber que la chica era suya… —la voz de Serge se ahogó. —No lo sabíamos, lo juro. Oh, por Dios. Él va a acabar con nosotros… Habla con él Omar… te lo ruego.

—Dime donde lo encontraron. Khalil me ordenó que les dijese a los socios que se marchaba a Qatar para que nadie lo atosigara—mintió, —y vienes tú a mosquearle. ¿Eres consciente de lo que has hecho?




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