Trece
Javier sentía los latidos de su corazón a mil por hora. Él se estaba jugando más que el pellejo al decirle a Adali que la consideraba suya, su dignidad y por qué no, su corazón, también eran parte de la apuesta.
Esos días conviviendo con la pequeña familia de tres, había podido conocer la naturaleza indómita de la joven y como de independiente era, ¡Por favor! Criaba a dos niños y antes de los veinte años. ¿Con qué derecho él le decía ahora que deseaba amarrarla a su lado?
No seas pesimista, se alentó desde el fondo de su cabeza. Un lugar escondido que vitoreaba por ánimos cuando se enfrentaba al hermoso monstruo de metro sesenta y cinco y de ojos negros.
—¿Qué dices? —murmuró ella con las mejillas teñidas de un bonito sonrojo. —¿Eso de considerarme tuya? ¿De qué estás hablando, Javier?
—Me gustas y te quiero para mi —contestó con su último aliento valiente.
Adali sintió como las piernas se le volvían de gelatina al oírlo. Su corazón comenzó un tonto latido frenético que amenazaba con llevarla a una taquicardia.
¿Él...? ¿la quería? ¡De verdad la quería a ella!
Pero la vida no podía ser tan simple y fácil como eso, ¿verdad?
Adali ya estaba acostumbrada a que todo debía costarle mucho esfuerzo para conseguirlo y que no era posible que el amor llegara como caído del cielo. Que ese hermoso sentimiento apareciera así, como si nada y ella pudiese disfrutarlo.
—Javier... —se mordió la lengua. —Ni siquiera sabemos si ese es tu verdadero nombre. Dices que me quieres, solo porque no recuerdas nada más. De veras que quiero creer esas lindas palabras que ponen a revolotear mi corazón, pero ¿Qué hay de esa mujer… Catalina?
Y ahí estaba de nuevo, esa tonta necesidad de ser considerada con los demás. ¡Que demonios importaba otra mujer cuando el hombre que le calentaba la sangre se estaba confesando a ella!
—¿Quién?
—La mujer a la que llamabas a gritos cuando te hirieron. ¿No la recuerdas ni siquiera en sueños? —los ojos de Adali se cristalizaron al ver la expresión triste de Javier. Sí, él soñaba con esa mujer y ella no era tan idiota como para pensar que él ya no estuviese tomado. —Me quieres porque eres lo único que tienes ahora. Cuando recuperes tu memoria te darás cuentas de que en realidad yo solo era una distracción pasajera.
—No sabes lo que siento.
—Y tú tampoco —rebatió ella dejando una lagrimilla escapar. —Dime la verdad, ¿tienes la certeza de que detrás de esa nube en tus pensamientos no hay otra mujer esperando por ti? —él negó y a ella se le rompió un poco más el corazón. —¿Ves? No puedes asegurarme un futuro a tu lado. Yo... yo no soy un pasatiempo, Javier.
“Egoísta, egocéntrico, frontal y conflictivo.”
Las palabras resonaron desde el fondo de su cabeza. Doliendo.
¿Qué clase de persona era para que se llamara a si mismo de esa manera?
—Entonces —respiró profundo, —supongo que solo me darás una oportunidad en caso de que no exista nadie más en mi vida.
—¿Qué? —Adali se sorprendió por esa respuesta. Su pulso volvió a acelerarse en cuanto aquel imponente moreno se acercó, acorralándola contra uno de los postes de la casa. —¿Qué haces? Te dije que…
Javier tomó su barbilla y miró directamente a esos ojos negros llenos de brillo.
—En el fondo de mi alma siento que no hay nadie mas —respiró sobre esos apetecibles labios color malva. Adali era una morena preciosa y con rasgos exóticos. Y sería suya. Toda ella. —Pero esperaré a recuperar el cien por cien de mis recuerdos. Ese día te pondré un grillete que asegure que estarás siempre a mi lado. Imagínalo como un bello anillo en esa delicada mano.
Javier se alejó de ella con reticencia rogando al cielo de que tuviese razón. Él vio la mirada esperanzada de Adali, y a pesar que deseaba a esa jovencita salvaje, no era tan idiota como para arruinar su vida al seducirla. Miro el cielo estrellado y después de darle un casto beso en la frente, salió a dar un paseo. La verdad era que necesitaba despejar su mente y pensar en otra cosa que no fuese besarla hasta dejar sus labios ardiendo.
Las sobras de los pocos arbustos salvajes que el terreno tenía le permitieron distraerse y ponerse a pensar qué demonios haría a continuación. Los tres hombres extranjeros, esos que acosaron a Adali en la parada del bus, le habían dado un nombre; Khalil Al Mahad.
Sí, ese era él. Lo sentía desde la medula.
**
“—¿Desea el señor que sirvamos el caviar ahora o después?
Él hizo una mueca de desagrado y el joven garzón palideció. Mejor que lo hiciera, no creía posible que pensaran que con un poco de huevos de pescado él estaría satisfecho. ¿Qué clase de mala broma era esa?”
“—Javier, Adali dijo que debías comerte todo el arroz hervido.
Lunay lo miraba censurando su expresión. El arroz no le gustaba, jamás lo había hecho, pero era lo único que quedaba en la casa y Adali les había ordenado comerlo todo.”
“—¿Lo ves? Es el Lambo* más rápido que existe, diseñado especialmente para ti, señor Al Mahad. Tiene tu color favorito.
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Editado: 07.01.2021