Catorce:
Khalil se desperezó con agilidad y tomó la única prenda de más que tenía en esa casa. Una sudadera que Adali le había conseguido después de salir de la salita de salud.
Sonrió con ternura.
Ahora tomaría el primer bus que salía esa mañana a la ciudad, recordando con claridad la casa en la que estaban Nicholas y Daniel. Esos desgraciados estaban allí por él.
Dejó una nota sobre la mesita de la cocina avisando a Adali que estaría de regreso pronto y enfiló sus pasos por el camino terroso que llevaba hasta la pequeña parada donde otras personas también esperaban.
Una sonrisa se extendió por todo su rostro. Sus amigos, ellos estaban en este país andino solo por él.
La calidez de recuperar sus recuerdos le puso a hervir la sangre. Adali no se esperaba lo que estaba por venir. Nadie provocaba el amor de un hombre como él y se quedaba impune ante esa acción.
La gran casa con fuente externa le dio la bienvenida. Un par de hombres a los que reconoció como el amistoso mercenario americano que contrató aquella vez que la loca acosadora de su amigo Nicholas se hiciese con él lo miró con ojos entrecerrados. Él tomó un comunicador que mantenía firme en su cinturón. Hizo un par de movimientos con sus labios y sonrió. Ambos hombres se acercaron trotando hacia Khalil.
—¿Señor Al Mahad? —preguntó con temor. —¿Khalil Al Mahad?
Con la elegancia que lo caracterizaba, Khalil respondió de manera afirmativa y urgió al hombre que lo llevase junto a sus amigos.
Una mata de pelo oscuro y un impresionante par de ojos verdes fueron los primeros en darle la bienvenida. Daniel tenía rostro soñoliento y se encontraba semidesnudo.
Khalil frunció el ceño.
—¿Qué demonios…? —pero sus palabras se vieron frenadas por un potente abrazo que quitó todo el aire de sus pulmones. Le costó recuperarse y devolver tan efusiva muestra de cariño. —Hola, mi rey. ¿Me has echado de menos?
Daniel se alejó de su abrazo y lo miró de arriba abajo, evaluando su estado físico. Sus ojos brillaban sospechosamente y Khalil se obligó a tragar el nudo de su garganta.
—¿Qué, vas a ponerte todo sentimental, príncipe? —se burló simplemente para no moquear junto a su amigo. ¡Carajo! Que ambos tenían una imagen que mantener.
Un toque en su hombro, seguido de un pequeño movimiento fue la única advertencia que pudo conseguir antes de sentir un puñetazo estrellándose contra su mandíbula.
El cuerpo de Khalil se desestabilizó y tastabilló, pero Daniel alcanzó a tomarlo antes de que cayera.
—¡¿Como demonios se te ocurre desaparecer de esa manera!? —los gritos de Nicholas eran como música para sus oídos. —¿Qué mierda pensabas al venirte a este país?
—Yo… nunca quise causarles tantos inconvenientes —Khalil carraspeó, —estoy muy feliz de verlos amigos.
—¡Feliz mi trasero! —continuó despotricando Nicholas. —Recibiste un maldito balazo por mí. ¡¿En serio creíste que me quedaría en casa cruzado de brazos?!
Khalil miró a Daniel al percatarse de las lágrimas que descendían por el rostro del nombrado “monstruo de los negocios”. Sí, su esposa había obrado maravillas en él.
—A mi ni me mires —susurró Daniel y se encogió de hombros. Él ayudo a que Khalil terminase de incorporarse. —Yo no quería venir, te dije que estaba incentivando a Bibi para que finalizase sus estudios cuanto antes. Esto retrasa mis planes.
El trio de amigos se abrazo sentidamente, recordando que eran el confort del otro en esta tierra. Una familia sin lazos de sangre que se arraigó sus lazos con fuerza al verse desamparados a tan temprana edad.
Khalil sintió paz y regocijo. Siempre supo que el cariño que tenía hacia sus amigos era inconmensurable, más nunca estuvo seguro de si ese sentimiento era retribuido. Ahora la respuesta le calentaba el alma.
El sonido de pequeños pasos acercándose a ellos puso sus sentidos a trabajar.
Largos cabellos negros enmarcaban un rostro angelical y aporcelanado. Esos ojos verdes que jamás pensó que lo volverían a mirar estaban ahora enfocados solo a él.
—¡Khalil! —sí, ese era su voz. Inconfundible e incomparable. —Gracias al cielo estas bien.
Catalina se arrojó a sus brazos sin detenerse a mediar más palabras.
Khalil se quedó allí, petrificado al sentir como los delicados brazos de la princesa de Liechtenstein se enroscaban en su cuello. El fuerte aroma frutal de su perfume le indicó que no se trataba de un sueño. Era ella, Catalina estaba en Bolivia.
Pero, ¿Por qué?
Las palabras se anudaron en su lengua y la incertidumbre se abrió paso en su interior. ¿Tendría razón Adali al pedirle tiempo para aclarar su mente…? ¿Y qué sucedía con su corazón?
**
Los rayos del sol acariciaron su mejilla con pereza. Adali despertó y sintió como su corazón se rompía en mil pedazos. Javier no estaba, y no había ninguna señal de a donde pudiera haber ido. Ella buscó por todas partes; el exterior de la casa, el camino de tierra e incluso la zona de donde sacaban tierra para preparar el ladrillo adobe* con el que arreglaban la pared de la casa.
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Editado: 07.01.2021