Capitulo dieciocho:
Cinco días atrás…
Khalil había entrado en pánico al ver que la muchacha que adoraba con el alma no respondía a sus estímulos.
Los mataría a todos, estaba seguro de eso. Cada persona relacionada, aunque fuese de forma indirecta, con el ataque a Adali pagaría con lágrimas de sangre.
—Levántate Khalil —fue la orden de uno de sus mejores amigos. Nicholas se acercó hasta él e intentó tomarlo en brazos para levantarlo junto a la joven. —Estas sangrando. Maldición, ¡¿es que estas buscando que te maten?!
Khalil enfocó entonces su vista en el bastardo que se hacia llamar su primo y la rabia brotó por sus poros. Él se lanzó contra Omar y alcanzó a darle un fuerte empujón. Daniel, que lo sostenía le permitió golpearlo con su cuerpo para que terminase tumbado en el piso de hormigón.
El imbécil de Omar tuvo el descaro de gritar espantado cuando Khalil se le fue encima. A pesar de estar ensangrentado eso no lo detuvo para darle un buen par de puñetazos al desgraciado que había osado tocar a su persona favorita en el mundo.
—¡Estas herido! —repitió Nicholas deteniendo al catarí. —Sé que quieres matarlo, y te apoyo en eso, no obstante, ahora lo más importante es tu salud… y la de Adela.
—Adali —corrigió la dulce voz de Lunay. La pequeña y su hermano corrieron a los brazos del hombre al que consideraban parte de su familia y al trio de amigos se les rompió el corazón al verlos como pollitos desvalidos buscando protección bajo el ala de mamá gallina.
Khalil se juró a si mismo que jamás permitiría que nada les sucediera o les faltase. Ahora ya ninguno estaba solo; él y su madre habían ganado nuevos miembros a su familia, mientras que Adali y los niños se habían hecho de una suegra y abuela postiza de apenas cuarenta y siete años. Él estaba seguro de que su madre los adoraría.
—Lo mismo se entiende —dijo Nicholas para relajar un poco el ambiente. El joven Baron miró a Daniel y a través de un extraño intercambio telepático de ideas, se pusieron de acuerdo para ayudar al último, por el momento, descendiente de los Al Mahad. —Vamos, hay que conseguir ayuda medica para… Adali. Esta perdiendo color, pero continúa respirando.
El viaje a toda velocidad, por una carretera como la que unía al pueblito de Chulumani con La Paz, fue vertiginoso y cargado de peligrosos barrancos. Pero a nadie pareció importarle.
El doctor Ricardo García y su hija Norma recordarían para siempre ese día donde la joven ingresó casi muerta a la consulta en la humilde salita de salud.
Ricardo escuchó estoico los ruegos del joven moreno que le prometía el cielo y el oro a cambio de salvar a la que él llamaba “su mujer”. El doctor García tuvo que aceptar que la niña, de la misma edad de su hija y a quien veía como tal, era ahora eso mismo; una mujer de familia.
—¿Ella se ha estado alimentando bien? —preguntó después de estabilizarla y ponerse en contacto con los demás especialistas que tratarían el shock medular de Adali.
—Compartimos la comida —respondió Nelson, quien había tomado la voz en el triste cuadro que el trio representaba, —Adali dice que donde come uno siempre pueden comer dos —miró a Khalil —o tres.
El doctor continuó preguntando a los niños sobre sus hábitos alimenticios y ellos respondieron con honestidad. Khalil sintió que el corazón se le marchitaba en el pecho al hacerse consciente de que, incluso en la pobreza, Adali y sus hermanos habían hecho un espacio para él; cediendo la poca comida que tenían y brindándole un techo donde quedarse cuando su mente era un gran nudo blanco.
**
De esa vorágine de sentimientos ya habían pasado cinco días. Adali estaba recuperándose rápidamente y Khalil disfrutaba de enseñarle que tan bueno podía ser su mundo.
El joven catarí estaba por cambiarse para la cena, cuando su teléfono celular timbró. Era Daniel en una videollamada grupal.
—¿Qué? —contestó bruscamente mientras tomaba asiento en el lateral de su gran cama. Miró el mueble con anhelo de tener un pequeño cuerpo desnudo y enrollado en esas sabanas…
Tuvo que dar una profunda respiración al obligarse a prestar atención a lo que sus amigos decían.
—¿Por qué tan chinchudo, mi jeque querido? —provocó el rey de Liechtenstein. Khalil bufó. A pesar de que Daniel ostentaba un cargo importante en la realeza, él continuaba comportándose como un tonto adolescente. Lo mejor sería darle un par de ideas a su inocente futura esposa para ponerlo en un aprieto. Sí, eso haría. —¿No le has dicho a la pequeña Adali que te ayude con tus nerviossss?
—¡Daniel!
Nicholas rio y una vocecilla infantil lo hizo con él. Era su hermosa hija, Victoria, que correspondía a una de sus carcajadas. Nicholas la tomó en brazos para ponerla frente a la pantalla del móvil y la silueta de Dolores, la esposa de su amigo, se mostró mientas sostenía el celular.
—Hola a los dos —saludó la simpática mujer. Khalil le devolvió la sonrisa y Daniel también. —¿Cómo estás, señor Khalil?
Él sonrió ya que ella era la única de su circulo personal de amigos que continuaba llamándolo de esa manera.
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Editado: 07.01.2021