Olvidar y seguir

DOS

Me había despertado con los ojos incendiados, me ardían como nunca lo habían hecho. No era para menos, me había pasado la noche llorando abrazada a la almohada. Toda la situación vivida con Adler después del trabajo, me tenía mal. Tal mal que me sacaba el apetito, y eso que amaba la comida.

Con solo recordar lo ocurrido, me daban ganas de golpearme a mi misma. Mientras mi boca le decía a Adler que me dejara en paz, mi corazón le decía que se quedara en mi vida para siempre. No lograba entenderme, él me había traicionado de la peor manera y aun así deseaba tenerlo a mi lado. Por instantes anhelaba correr hacia su casa y decirle que lo perdonaba. Pero la parte cuerda instalada dentro de mí, me dictaba que era un error, que lo tenía que dejar ir.

Me arrepentía con toda mi alma haberle entregado todo de mí. Le di mi corazón, mi confianza y mi respeto. Cuando me necesitó, ahí estuve, sin dudarlo dos segundos. Había tenido detalles hermosos con él, en sus cumpleaños me pasaba horas y horas preparándole el regalo perfecto. Todo lo que hice fue en vano, nada de eso sirvió para que me amara. Hizo lo quiso con mis sentimientos, no le importó pisotearlos a su antojo.

Con todo el esfuerzo del mundo me levanté de la cama. El cuerpo me pesaba, deseaba acostarme de nuevo. Lamentablemente tenía que ir a trabajar y después a la universidad. No podía dejar de cumplir mis obligaciones por un simple chico. Aunque siendo sincera, Adler no era cualquier chico, era el amor de mi vida.

Después de bañarme, cambiarme y prepararme un potente desayuno; salí de mi departamento. Por suerte mi lugar de trabajo quedaba cerca, así que saliendo unos veinte minutos antes llegaba al horario justo. Lamentaba por los clientes que me tenían que ver con mi cara de muerta-viva, pero no había motivos por los cuales sonreír.

Cuando llegué al local, Chad me estaba esperando recargado contra la puerta. Él ya no tenía el poder de poseer un juego las llaves porque las vivía perdiendo; nuestro jefe decidió dármelas a mí. Así que a mi queridísimo amigo no le quedaba otra alternativa que esperar a que llegara.

Apenas entramos cada uno fue a ocupar su puesto, yo me posicioné frente al mostrador como siempre. Tenía una pequeña obsesión con la limpieza, por lo que agarré una franela y me puse a limpiar sobre lo limpio. Necesitaba que todo estuviese más brillante de lo que estaba. Quizás por eso Adler me engañó.

Ahí estaba otra vez, el maldito aparecía constantemente en mi mente.

Más tarde, entró el primer cliente en busca de un café y un buen libro. Poco a poco el negocio se fue llenando, la gente entraba y salía sin parar. Veía como Chad iba y volvía recorriendo todas las mesas. Me gustaban los días así, me mantenían ocupada y con la cabeza concentraba en otra cosa.

Para mi mala suerte, alguien decidió romper con la poca paz que llevaba en mi interior. Escuché un fuerte ruido y, por experiencia, sabía que ese sonido se producía cuando una numerosa cantidad de libros caía al suelo. Salí a toda velocidad hacia donde creía que había surgido aquel bullicio. Fui al pasillo tres y efectivamente ahí encontré el lío que una persona decidió armar.

—Podrías tener un poco de cuidado la próxima vez— dije, agachándome a recoger los libros del suelo.

—No es mi culpa que quiera tomar un libro y los demás se caigan por estar mal acomodados.

En ese momento, sentí que un demonio poseyó mi cuerpo. Sus palabras me hirvieron la sangre a tal punto de sacar la peor parte que existía en mí. Enderecé mi postura y me puse en frente del chico que me había contestado. Estábamos tan cerca que su frente prácticamente se encontraba pegada a la mía. No sabía muy bien lo que me pasaba, pero sentía una furia tremenda.

— ¿Acaso estás criticando la forma en la que trabajo? — Levanté mi tono de voz— ¿Estás diciendo que hago las cosas mal?

—Hey, tranquila. —Levantó las palmas de las manos, poniéndolas frente a su cuerpo —. Yo no te estoy diciendo nada, tú eres la que lo dice.

—Si tanto sabes sobre acomodar libros, ¿por qué no solicitas un puesto de trabajo aquí y lo haces a tú manera?

Salí corriendo al baño, chocando mi hombro contra el del estúpido ese. Me adentré en el baño que teníamos exclusivamente los empleados y me encerré en un cubículo. Apenas mi trasero tocó la tapa del retrete, mis lágrimas empezaron a salir. Tapé mi cara con las manos y grité contra ellas. Tenía un nudo en el pecho, un nudo que me invadía y no me dejaba tranquila. Me dolía el alma, la tenía despedazada en mil pedazos.

Lo peor era ser consiente de la amargura que cargaba. Adler era el culpable de todos mis males. Pensar que antes era el causante de mis sonrisas, ahora era el motivo por el cual no paraba de llorar.

La puerta del cubículo se abrió. Chad se puso de cuclillas y me abrazó. Fue lo peor que pudo hacer, en sus brazos mi llanto se intensificó. Lamentaba por su remera, se la había mojado con mis lágrimas.




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