Capítulo X
"Almohadas rojas"
Narra Lié Kin Hoo J.Sei
— ¡Lleguééééé!
Escucho la voz grave y rasposa de Kong, desde la entrada. Le veo sonreír de oreja a oreja.
— ¡Tío!
Mitsuki, brincando desde la sala de juego de arriba, baja los escalones a toda pólvora disparada.
— ¡Cuidado, Mitsuki! —intento pararme rápido, y de la misma forma evitar que se dé un mal golpe, pero la panza no me deja.
La sombra de Kong pasa por mis pies. Seguido elevo la vista, preocupada; y él la recibe en el aire antes de caer de cara al suelo.
Cualquier día de estos pido que me internen, no sé cuántos estribos de tranquilidad he perdido con esta niña que, ríe a tripa suelta cómo si nada.
— ¡Eeehh! —el alto de bigote piramidal, le da vueltas en el aire.
— Ten cuidado con los juguetes —le advierto, viendo, con mi corazón en la boca, como sus pies atinan a espacios vacíos—, puedes tropezar y caerte.
Me pide que me calme, pero eso es imposible. Mi cuerpo no tiene suficiente cortisol en estos momentos.
En cambio, la armoniosa risa de mi niña logra que a Matilde le vuelvan los colores al no verla tirada en el suelo, como lo predecimos todos los presentes.
— Matilde, busca un vaso de agua para mí y otro para ti —le asiento y ella traga seco, sin dejar de cerciorarse que Mitsi esté bien—. ¿Kong, quieres algo?
— No, gracias Lié —me sonríe y Matilde marcha a la cocina.
— ¡Mell me dijo que llegarías pronto!
Exclama con los puños por encima de su cabeza. De pie enfrente de su tío. Tan loquita que es, le gusta el peligro. No me trago el cuento de que no sé de cuenta, demasiado lista que es.
— Te traje varios regalos, ¿los quieres ver?
Kong besa sus mejillas rosaditas. Moviendo su cintura con sus manos, haciéndola bailar y empalagar la habitación con su risa.
— ¡Urra!
Grita, tirándose al piso, encima de las bolsas, como si fuera a caer en una nube de espuma.
— Dios.... —miro al techo— ....te suplico piedad.
Cierro mis ojos, con la mancha de los cristales brillantes en lo oscuro de mi vista. La explosiva carcajada de mi cuñado me trae de vuelta a la realidad. Toma asiento a mi lado, a la par que Mitsuki empieza a sacar juguetes de esas bolsas sin fondo.
— ¿Cómo está mi sobrinito? —acaricia mi ombligo inflado, con regocijo en su mirar oscuro.
— Creciendo cada día más —sonrío soltando el aire.
Busco el mejor calorcito entre los cojines de mi espalda, pero todos están incómodos. Puede que mi mueca de desagrado a mi sobrepeso él la entendió bien, pues me ayuda a colocar dos almohadas más en mi espalda. Ahora sí, mejor.
— Gracias —suspiro. He perdido la cuenta de cuantas veces lo hago al día—. No tenías por qué molestarte tanto.
Señalo a las cajas de envoltorio colorido, las bolsas arcoíris y el enorme zorro que, sobrepasa la altura de la castaña con mechitas radiantes.
— Waow.... —se queda sin aliento y, sin despegar los ojos llenos de devoción al peluche, susurra— ¿Lo estás viendo, Huli?
Acaricia en el aire algo que no se ve. Yo sé que es, pero Kong me mira extrañado. En cualquier momento me diagnostican a Mitsuki como niña con retrasos mentales si continúa asustando así a los demás. Y yo que me quedaré sin nudillos en mis manos de tanto traqueteo.
— Habla con su amigo imaginario —explico, dibujando una enorme sonrisa en mi rostro, para sonar más convincente.
He perdido mi talento a la actuación. Con el embarazo las emociones hacen de mí lo que se les venga en gana.
— Ah... con razón.
Se ríe a la par de Lohei y Klohe, quiénes me entregan un vaso de agua y deja varios dulces en la mesita.
— ¡iiiiiiiih!
El chillido punzante de mi hija hace eco en los pasillos. Cae encima del peluche naranja, rodando en el suelo.
La imagen de Keng y ella de bebé, rodando en el suelo, meses atrás; vuelve a mi mente en un lapso cristalino. Una gotita que limpio rápido y me aseguro que nadie lo haya notado.
— Emmm.... traje algo también —rasca la palma de sus manos y, en un segundo, extiende una mini bolsita azul hasta mi mano.
— Kong, te he dicho que no tienes qué….
— No es para tí —advierte, callándome—. Es para mi sobrino.
Le ojeo de forma objetiva, intentando averiguar en su mirada lo qué es, pero no logro nada. Que fastidio cuando personas como él controlan tan bien sus emociones. Tiro del lazo azul y saco a la luz un soldadito suave, de lana.
— ¡Qué tierno...! —descanso mi mano en mi panza— Gracias.
— También traje las frutas y dulces que en este clima tropical no se dan, pero que estoy seguro que se te antojan —mueve sus dedos indicando a sus hombres hasta la cocina.
— ¿Y mis nueces? —levanta la mirada de sus nuevos juguetes.
El militar de alto rango camina hasta ella, agachándose a su lado y tira garra a una de las bolsas blancas.
— Aquí están. De suerte no las aplastaste, hermosa.
— ¡Asombroso! —lo abraza por el cuello, colgando de este a la vez que él se para con ella en brazos— ¡Gracias, tío!
— Gracias a ti por existir, mi niña —deja leves besos en su pelo—. Afuera te espera otro regalo, ¿quieres venir a ver?
— ¡Sí! ¡Vamos! —se inclina hacia la puerta, señalándola.
— ¿No creen que hace mucho sol a estas horas?
Intento detenerlos, pero en vano. Lohei ríe a mi lado, recogiendo todo lo tirado y regado junto a su hermana Klohe y, la pelinegra de iluminaciones, Xiao Dihe.
— ¿Sala de juguetes? —consulta.
— Sí —le hago señas a Matilde— ¿Puedes ayudarme, por favor?
— Claro, majestad.
Se acerca a mucha velocidad y me toma de los codos, parándome con sumo cuidado. Dejo el juguete en la mesita y, precavida de no pisar nada, llegamos a la puerta.
— Vamos a ver en qué andan esos dos —suspiro.
Este bebé pesa más que Mitsuki. Solo siete meses y medio, y me está dando más trabajo que ella.
— ¡Mami, mira! ¡Una bici! —se sienta en el sillín, apoyada en los pedales.
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Editado: 01.06.2025