Capítulo XXXVII
"Principiantes"
Narra la autora.
Meses después.
La mirada de Keng orbita sobre las hebras rubias de Rebecca. De un lado a otro, la sigue con la vista. Derrite sus pensamientos en preciosidad, en la descripción que les da a sus cabellos dorados como los rayos del sol, ojos azules como el océano que los rodea y brillantes como lo es ella.
Estira sus brazos por detrás de su cabeza, en plena cubierta de entrenamiento. Sigue a la niña que corre con su hermana hasta estar con Rogers y hablarle. Parecen muy emocionadas y, Rogers, luce algo más relajado.
— La gastarás —Richard "Ghost" pasa por su lado, riendo en tonos burlones.
Keng le tuerce la vista. "Crío de mierda", sopesa. Aún sigue diciéndole que le dé información sobre los poderes de su hermana, le ha dado largas a su respuesta negativa y espera a que ella, ella misma sea quien le dé una respuesta bien clara. Tal y como planea.
— Keng.
Le llama Kamba y él se acerca a su posición. El mayor le ordena continuar sus ejercicios a su lado, lo que simboliza mirar al mar y solo el mar. Él niño no entendió muy bien hasta que vio a Lucy sonreír a lo lejos, genial, se ha dado cuenta que se comía a su hermana con los ojos.
Aunque, el mar tampoco es tan malo. Puede imaginar peces, un montón se especies que aún se desconocen y algo de imaginación como... sirenas. Si existe Dios y existe el diablo, quién niega una sirena.
Rogers los llama a todos y forman en filas. Cada niño en la cabecilla. Señala la pista, el espacio, las líneas y el iPod en su mano. El silbato suena y alrededor de cuarenta y pico de piernas empozan a correr en un óvalo. Mitsuki les lleva delantera a todos y su rostro no muestra más que aburrimiento y pérdida en sus propios pensamientos. Detrás van varios hombres adultos, sudorosos y de bíceps bien marcados.
Sigue la fila hasta varias niñas, los niños, un poco de mujeres adultas, Keng y más hombres detrás suyos. Casi le pisan los talones en trotes.
Pero eso no importa, para él, los glúteos firmes que, rebotan a poca distancia se sus ojos, de la chica cinco años mayor que Lucy; le llevan a no adelantar por más que Kamba se lo diga.
Martin le pidió que dejara de mirarla y lo ayudara, le tiemblan los muslos al pobre. Keng lo agarra, sin parar la marcha y el de piel nieve aprovecha para decir en mitad de fatiga.
— Es muchísimo mayor que tú.
— ¿Y eso qué? El presidente es un cincuentón y su mujer tiene veintiún años. Yo soy la nada a eso.
— No es lo mismo —le mira unos segundos, el niño es muy tímido. Tanto que, en temas como estos, le hace competencia a un tomate—. Eres apenas un niño, ¿qué no deberías estar pensando en.… aviones?
Keng menea la cabeza de un lado a otro.
— Métete en tus asuntos, Martín.
— ¡KENG! ¿A qué esperas para mover esas piernas? —grita Kamba desde el otro lado.
Y el chico, en resignación, acelera el paso. Sus piernas flacas, pero ya más ágiles que hace cinco meses, lo llevan hasta Mitsuki, en primer plano. El sofoco en sus mejillas infladas, se nota. Mitsuki lo nota y sonríe malévolamente, dejando escapar un suspiro.
— Patitas.... cuando lleguemos a la curva, corremos recto hacia atrás —le propone.
— ¿A la otra punta de la pista?
— Sí. ¿Listo?
Están casi al llegar al punto de partida.
— ¿Qué te hace pensar que me ganarás? —presume, manteniendo sus zancadas firmes al lado de ella.
— Cuidado —Mitsuki abre sus ojos como platos y señala a sus pies. La preocupación de ella lo lleva a mirarse a sí mismo—, tienes los cordones desamarrados.
Y es cuando lo adelanta y él entorna los ojos. Ha caído en el juego, se lo repela él mismo una y otra vez. ¡Ni siquiera usa cordones! La risa de la roja se sincroniza con las olas del mar y el viento que revuelve sus cabellos. Ya está parada en el punto que marcó. Sólo espera su llegada. Lucy fue a gritarle algo, pero Rogers la detuvo, como si leyera en sus miradas lo que planeaban hacer. Una carrera.
Llega, alista sus pies en el asfalto y la mira retador. A la una... a las dos... y a las.... ¡TRES!
Salen disparados por el centro de la pista. Todos los miran, alcanzan una velocidad increíble para su tamaño y edad.
— Oye —habla él, a mitad de pista—. Recuérdame cuando te gane que, me debes tu almuerzo de una semana.
Ella sonríe.
— En tus sueños.
Le adelanta, él se apresura a alcanzarla y la sobrepasa. Así hasta llegar al final, juntos.
— ¡Oh, noooo! —gritan al unísono.
— No, noooo —él abre sus brazos en "¿por qué, dios?"
— ¡Zorrillos deambulantes! —maldice Mitsuki y Richard, en los bancos cerca de ellos, escucha esa frase. Enarca una ceja y la mira con detenimiento.
En tanto, Lucy camina hacia ellos con brazos cruzados, Kamba a su lado viene fumando un cigarro, sonriéndole a su aprendiz y Rogers los observa desde la distancia, mirando también a Liè sentada en unos bancos. Parece tener sus pensamientos en el mar.
— ¿Quién ganó? —Mitsuki interroga a Kamba, haciéndole dar un brinco hacia atrás cuando sus cabellos se encendieron.
— Sí. No puede ser que hayamos llegado exactamente al mismo tiempo —alega el príncipe.
Kamba le sonríe.
— Estoy orgulloso del avance de tu desempeño —sacude sus hombros en un apretón y a Keng se le infla el pecho en devoción.
— Gracias —sonríe—. Pero, en serio. Dime que fui yo. No pienso darle mi almuerzo por una semana.
Mitsuki abre los ojos a gran dimensión, ignorando a Lucy.
— ¡Fue él quien lo propuso! ¡yo no acepté! —grita de inmediato, señalándolo.
Lucy lo fulmina con la mirada. Pues, días atrás, les apuntó una absurda regla de que con la comida no se apuesta, no se juega y no se chantajea. Los pilló haciendo de las suyas, una noche, mientras todos creían que dormían como angelitos en cuna.
— Era una broma —Keng debate en defensa y se encoge de hombros, sonriéndoles.
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Editado: 01.06.2025